capitulo 5

La mañana llegó con el murmullo suave del viento colándose por la entrada de la cueva. Santiago despertó lentamente, con el cuerpo aún adolorido y los pensamientos algo desordenados. Al estirar los brazos, un repentino dolor punzante le recorrió las costillas, arrancándole un quejido seco.

—¡Agh! —exclamó, llevándose instintivamente una mano al costado.

Apenas terminó de quejarse, Lara apareció en la entrada de la cueva, agitada y con el ceño fruncido.

—¿Qué pasó? —preguntó con voz firme, acercándose de inmediato.

—¿Dónde estabas? —replicó Santiago, ignorando la pregunta.

—Te lo dije anoche —respondió, dejando su mochila a un lado mientras se acercaba a él—. Fui al pueblo más cercano a buscar provisiones. ¿Te lastimaste?

—No... —intentó negar, pero al incorporarse para alejarse de ella, el dolor volvió a golpearlo con fuerza, obligándolo a detenerse.

Lara lo miró en silencio durante un segundo, sin reproches, y luego añadió con suavidad:

—Déjame ver. Es hora de cambiar las vendas.

Santiago dudó por un momento. Su orgullo aún resistía, pero el dolor era demasiado. Finalmente, cedió con un gesto de resignación.

Lara se arrodilló a su lado, con movimientos hábiles y precisos. Retiró cuidadosamente las vendas, limpiando la herida con una mezcla de hierbas medicinales y agua fresca. Su rostro mostraba concentración, pero también una delicada preocupación que intentaba disimular.

—Tus costillas aún están inflamadas —murmuró mientras aplicaba un ungüento—. Necesitas descansar más, pero ya no podemos quedarnos aquí.

Cuando terminó de vendarlo de nuevo, se levantó con agilidad y anunció:

—Comamos algo y luego partiremos. Conseguí dos caballos.

Santiago asintió en silencio. Sus ojos siguieron cada uno de sus movimientos mientras la veía sacar de su anillo de almacenamiento unos cuantos alimentos. El desayuno fue sencillo, pero suficiente para recuperar algo de energía. Una vez comieron y guardaron todo nuevamente en el anillo, salieron de la cueva.

Lara ayudó a Santiago a subir al caballo. Él intentó rechazar su ayuda.

—Puedo solo —gruñó.

—Lo sé —respondió ella con una sonrisa irónica.

Cuando ambos estuvieron montados, Lara indicó:

—Muy bien. Vámonos.

El sol ya estaba alto cuando se aproximaban a la frontera del imperio. Lara iba al frente, atenta a cada movimiento en el entorno. De pronto, al girar hacia un desvío, se detuvo bruscamente.

—Tenemos un problema —murmuró con seriedad.

Santiago alzó la vista y vio el retén militar en la salida del valle. Varios soldados revisaban a todos los viajeros.

—Tomemos otro camino —sugirió con rapidez.

—Imposible. Ya nos vieron. —Lara entrecerró los ojos y añadió—: Tú tranquilo, yo nerviosa.

Santiago abrió la boca para replicar, pero no alcanzó a preguntar a qué se refería, cuando la vio espolear al caballo y cabalgar directamente hacia el retén. Antes de que los soldados pudieran reaccionar, Lara los atacó sin dudar, desarmándolos con una mezcla de velocidad y precisión letal.

Santiago, aunque aún débil, no tuvo más opción que seguirla. Cuando alcanzó a su lado, gritó:

—¡¿Estás loca?! ¿Cómo puedes ser tan imprudente?

Lara, con una sonrisa desafiante, respondió:

—¿Qué? Ellos iban a detenernos. Es mejor actuar cuando aún tienes la ventaja.

Santiago la observó con creciente desconcierto. Cada vez entendía menos a la mujer que cabalgaba a su lado. Por momentos, parecía ingenua y alocada, pero en combate… era otra persona. Fría, calculadora y letal. Y algo en su interior le decía que, hasta ahora, ella se había estado conteniendo. No había usado magia, y sin embargo él podía sentirla. Un gran poder dormía en ella.

Llegaron a un pequeño pueblo al caer la tarde. Santiago jadeaba de cansancio, y Lara notó de inmediato que su estado era cada vez más frágil.

—Nos quedaremos esta noche aquí —anunció sin lugar a debate.

—Es peligroso —replicó él con voz tensa—. Si alguien nos reconoce…

—Es más peligroso quedarnos a la intemperie. Nos están buscando con intensidad. Aquí, entre la gente, estaremos menos expuestos.

Santiago, exhausto, no tuvo ánimos para contradecirla. Cuando llegaron a la posada, Lara ató los caballos, les dejó agua y alimento, y luego lo tomó del brazo con naturalidad.

—Sígueme la corriente —susurró antes de entrar.

Al cruzar la puerta, se acercaron al mostrador donde un hombre de mediana edad los recibió con una sonrisa cansada.

—Buenas noches, señores. ¿En qué puedo ayudarles?

—Nos gustaría alquilar una habitación —dijo Lara dulcemente.

Santiago la miró desconcertado.

—¿Qué haces? —musitó por lo bajo.

—Están buscando a un hombre solo, no a un matrimonio —respondió en voz baja y luego añadió con una sonrisa brillante—. Mi esposo y yo estamos de paso. Antes de seguir nuestro camino, queríamos descansar cómodamente. ¿Tiene una habitación?

—Claro, señora…

—Castillo —interrumpió ella con rapidez.

—Muy bien, señores Castillo. Síganme, por favor.

Lara se aferró con gracia al brazo de Santiago, y él, rojo como un tomate, apenas pudo asentir.

—Vamos, cielo —dijo ella alegremente.

Santiago no supo cómo reaccionar. Siguió a la joven hasta la habitación que les asignaron. Una vez dentro, Lara pagó al posadero y añadió en tono pícaro:

—Por favor, que nadie nos moleste. Somos recién casados. Usted entiende, ¿verdad?

El posadero soltó una risita cómplice y asintió.

—Disfruten su noche, tortolitos.

Cuando el hombre cerró la puerta, Santiago se giró rápidamente hacia ella, visiblemente molesto.

—¿Te volviste loca?

Lara se encogió de hombros.

—Ay, ya. Déjame divertirme un poco. Además, tú no eres mi tipo. No es como si me fuera a aprovechar de ti esta noche.

—Ni se te ocurra —gruñó él, aún ruborizado.

Ella soltó una carcajada.

—Voy a darme una ducha. Te aconsejo hacer lo mismo —dijo mientras entraba al cuarto de baño.

Santiago suspiró, cansado. La chica era un torbellino, y él no sabía si agradecerle o estrangularla. Cuando ella salió, envuelta en una túnica sencilla, él entró al baño. El agua caliente relajó un poco su cuerpo maltratado. Al salir, la vio sentada en uno de los sillones, lista con su botiquín.

—Siéntate, te ayudaré con las vendas.

Él obedeció. Esta vez, en silencio. Mientras lo curaba, notó la delicadeza de sus manos, el cuidado con el que lo trataba, y algo dentro de él se removió.

—Debo admitir que no eres tan detestable como imaginé —comentó sin mirarla.

—¿Eso es un cumplido? Gracias —respondió con una sonrisa divertida—. Bien, ahora a dormir. Mañana saldremos temprano. Quedan dos días de viaje.

—Me aseguraré de que recibas una gran recompensa por todo esto.

—Eso espero. Ahora duérmete.

Lara se acurrucó en el sillón sin más palabras. Santiago la observó en silencio unos instantes. Aquella chica era un enigma, un misterio envuelto en sonrisas y espadas. A su lado, la vida era impredecible, peligrosa… pero curiosamente, también más interesante.

—Presiento que a tu lado jamás podré aburrirme —susurró antes de recostarse en la cama.

Y con ese pensamiento, cerró los ojos. Por primera vez en semanas, se durmió con una sonrisa.

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Comments

Maria Gonzalez Gonzalez

Maria Gonzalez Gonzalez

jajajaja si eres un suertudo al encontrarte con Lara.....tu eres el damiselo en apuros y ella tu princesa de reluciente armadura, jajajaja jajajaja.

2025-05-27

1

Yoba OG

Yoba OG

con una cama comoda por fin podra relajarse un poco y curar mejor

2025-05-22

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