El silencio del templo era engañoso.
Parecía contener el mundo entero… o su final.
Nyra se revolvía entre las pieles sin poder dormir. La fiebre no había bajado. Había empeorado. Se le aferraba al cuerpo como un segundo pulso. Cada vez que cerraba los ojos, veía imágenes que no entendía: una lengua, unos dedos, un cuerpo que no era del todo humano hundiéndose en el suyo con hambre ritual. Y lo peor… era que su cuerpo respondía.
No sabía cuándo había empezado a tocarse. Solo sabía que, cuando deslizó la mano bajo la manta, el ardor se hizo más real. Sus dedos bajaron entre sus piernas, al centro palpitante de ese fuego que no la dejaba pensar.
Era húmedo.Tenso. Como si la carne misma hablara en un idioma antiguo. Soltó un suspiro tembloroso al rozarse. No había nadie, pero sentía que algo la miraba. Y, aun así, no paró. Los ojos cerrados. Las piernas separadas.
Los dedos rodeando ese lugar que latía como un corazón aparte.
Gimió. Bajo. Pero sincero.
Y en algún punto del bosque, Varkhan abrió los ojos de golpe. Gruñó. El vínculo se encendía como una llama encajada bajo su piel. La deseaba. Pero más allá de eso: la sentía.
Cuando Nyra terminó —no con un clímax explosivo, sino con un estremecimiento lento, casi doloroso—, sus dedos brillaban. Literalmente. Una luz dorada fluía desde las runas de su bajo vientre hasta la yema de los dedos. Se quedó inmóvil.
Jadeando. Temblando. Viva.
Se cubrió el pecho con la manta, no por pudor, sino por el temblor. Algo en ella había cambiado. Lo notaba en los huesos. En los latidos. La puerta de piedra se abrió un rato después. No entró un guerrero. Ni una amenaza.
Entró una mujer. La mujer alta, con trenzas negras que caían hasta la cintura volvió a entrar.
—Soy Mairen, ¿me recuerdas? —dijo, cerrando la puerta tras de sí—. Guardiana de los templos de piedra. Y de ti.
Nyra se incorporó lentamente, cubriéndose por instinto.
—¿De mí?
—Sí. No todas las lunas nacen preparadas. Algunas… necesitan despertar.
—No soy una luna —espetó ella, con más rabia que convicción.
Mairen se sentó frente a ella sin cambiar el gesto.
—¿Y entonces qué eres, Nyra Veyra?
No respondió. Porque no lo sabía. Porque cada vez que intentaba recordar quién era, el cuerpo le susurraba que estaba mintiendo. La guardiana sacó de su túnica un pequeño cuchillo curvo. No lo empuñó. Lo colocó sobre una piedra junto a un cuenco con una pasta oscura.
—Hay un linaje que duerme en tu sangre. Magia. Carne. Recuerdo. El cuerpo recuerda lo que la mente no alcanza. —La miró con una intensidad extraña—. Y tú has empezado a recordarlo… ¿verdad?
Nyra tragó saliva. Su piel ardía de vergüenza. Y deseo. Y algo nuevo: fuerza.
—No tengo poder.
—Sí lo tienes. Anoche, cuando te tocaste, encendiste una de las runas.
Esa —señaló su vientre—. Es la Marca de las Reinas. Solo reacciona al placer verdadero.
Nyra bajó la vista. La marca estaba allí, como un hilo de fuego dormido, latiendo bajo la piel. Real. Propia.
—¿Qué eres tú?
—La que enseña. La que protege a las que deben gobernar.
La última que vio nacer a una luna con sangre de bruja.
La puerta volvió a abrirse.
Y esta vez… fue él.
Varkhan.
De pie. Enorme. Con la respiración agitada, como si hubiera venido corriendo desde la otra punta del bosque. El pelo alborotado. Las manos cerradas en puños. Sus ojos dorados brillaban con intensidad salvaje.
—Fuera —ordenó a Mairen, sin mirarla.
La mujer no discutió. Se puso en pie, recogió su cuenco y su cuchillo, y salió en silencio.
Pero antes de cerrar la puerta, miró a Nyra con algo parecido a lástima.
—No le creas todo lo que diga. Ni le temas.
Y desapareció.
Nyra se quedó en el lecho, con la manta apretada sobre el pecho. Varkhan se acercó, paso a paso, como si su sola presencia bastara para llenar la estancia de peligro y deseo.
—¿Qué quieres?
Él la miró, y esa mirada era un incendio lento.
—No me provoques, Nyra.
—No lo estoy haciendo.
—Sí. Lo haces. Cuando respiras. Cuando tiemblas. Cuando te tocas.
Ella lo fulminó con la mirada.
—¿Estabas espiándome?
—No hace falta —gruñó, y se detuvo a un palmo de ella—.
Cuando te tocas… lo siento. Todo.
El rubor subió por el cuello de Nyra. Pero no dijo nada.
—Estamos vinculados. Lo sabes. No me mientas.
Siento tu placer en mi columna. En mi lengua. En mi sangre.
Ella tembló. No por miedo. Por la intensidad. Por el deseo que la devoraba.
Varkhan se inclinó sobre ella. Apoyó una rodilla en el borde del lecho.
Su voz bajó. Grave. Innegociable.
—Eres mi luna. Lo quieras o no.
—No soy tuya —susurró Nyra. Pero la manta resbaló de su hombro.
Él la tocó. Le acarició el cuello con dedos calientes. Luego bajó por el brazo. Por la curva de la cintura. Y sus labios, entonces, rozaron los suyos. Fue un beso duro, suave, cargado de siglos.
Ella respondió. Abrió la boca. Lo dejó entrar. Su mano llegó a sus muslos. La acarició como quien traza un mapa sagrado. Y justo cuando estuvo a punto de cruzar ese umbral...
Ella se tensó.
Varkhan se detuvo. Cerró los ojos.
—¿Es la primera vez?
Nyra no habló. Pero su cuerpo lo dijo todo.
Él apretó los dientes.
Se apoyó en su frente, jadeando.
—Te deseo. Como jamás he deseado nada. Pero no te tomaré aún. Quiero que me lo pidas. Quiero que me ardas.
Se separó. Dejó que la piel volviera a enfriarse. Que la manta subiera por su pecho como una barrera débil.
Y entonces lo dijo:
—Serás mi luna. Tanto si te gusta… como si no.
Porque yo no pienso dejarte marchar.
Antes de irse, la miró una última vez.
—Mañana, vendré por ti. Y no te resistirás.
Y se marchó. Nyra se quedó tendida. Temblando. Sabiendo que, tal vez…ya no quería resistirse.
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Comments
Irma Ruelas
😍🤩🤩🥰❤️❤️
2025-05-30
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