Alana finalizó la organización junto a Celia y posteriormente se despidieron. Al llegar a casa, se encontró con su madre esperándola. Al abrir la puerta y verla sentada en el sillón, exclamó: Hola, mamá, pensé que ya habías ido a dormir.
Decidí esperarte, mi amor. Quiero saber en qué lugar trabajas y cómo te fue en tu primer día, respondió Ana, su madre.
Alana la abrazó con cariño y le comentó: Mamá, me fue excelente, recibí muy buenas propinas, ¡mira!.
Ana sonrió y preguntó: ¿En qué restaurante estás trabajando, mi niña?
Alana: Mamá, estuve en el restaurante más bonito del centro, se llama Delicias Gourmet.
Ana: Me alegra que estés tan feliz, querida. Es cierto que las propinas son buenas, pero no permitas que este dinero afecte tu deseo de seguir estudiando.
Alana: No te preocupes, mamá, eso no sucederá. Mañana iré a la universidad para inscribirme.
Ana: Me encanta escuchar eso, amor.
Alana: Mama, te traje una deliciosa ensalada de frutas para que desayunes mañana.
Ana: Gracias, mi niña. Ahora ve a ducharte y descansa.
Alana: Tú también descansa, mamá.
Al día siguiente, Alana se despertó a las seis de la mañana, momento en el cual su madre ya había preparado el desayuno. Ambas salieron juntas; Alana se dirigía a la universidad, mientras su madre iba a su trabajo. Al llegar a la universidad, Alana se inscribió, lista para iniciar sus estudios el lunes.
Dado que aún era temprano, regresó a casa para organizar sus cosas. De repente, sonaron la puerta. Al abrir, se encontró con su padre, quien le dijo: Alana, tu madre está aquí, necesito hablar con ella. Alana respondió cordialmente: Buenos días.
Juan: Buenos días, Alana. ¿Podrías avisarle a tu madre que estoy aquí, por favor?
Alana: Mi mamá no está y no tiene nada que conversar contigo.
Juan: No estoy aquí para tus berrinches. Es urgente que la llames.
Alana: ¿Qué es tan urgente que necesitas hablar con ella?
Juan: Bueno, Alana, dado que muestras interés en saberlo, te diré. Como no deseas colaborar con la deuda, siendo tu padre, he decidido vender esta casa, que está a mi nombre, y quería informarle que tienen solo dos días para desocuparla.
¿Qué? Respondió Alana. Juan: La decisión ya está tomada y el negocio se ha concretado. Necesito que ambas abandonen la casa en dos días. Alana: Estás loco, ¿cómo puedes hacernos esto? ¡Vender lo único que nos dejaste! Esta casa es nuestra; ¿por qué hiciste eso? Juan: La casa está a mi nombre. Ya eres mayor de edad y puedes buscar dónde vivir. Alana: De verdad, eres despreciable. ¿Cómo puedes hacerme esto? ¿Acaso olvidas que también soy tu hija? No me diste nada durante 16 años y ahora pretendes dejarme en la calle.
Juan: Te solicité ayuda y me la negaste; ahora estas son las consecuencias.
Ana trabajaba medio tiempo hoy y llegó a casa justo en medio de una discusión. Cuando se acercaba y observó que Alana estaba discutiendo con alguien, aceleró el paso. Al darse cuenta de que era Juan, intensificó su ritmo y, al ver a su hija con lágrimas en los ojos, preguntó: ¿Qué está sucediendo aquí?
Juan la miró y, al verla, notó que estaba muy hermosa, aunque sus pensamientos habían cambiado. Dijo: Por fin llegas, Ana.
Es imprescindible que tengamos una conversación.
Alana asistió a su madre con unas bolsas y le comentó: Mamá, este hombre está fuera de sí, no le prestes atención. Luego, se retiró para guardar las bolsas.
Ana le preguntó: ¿Qué haces aquí?
Juan respondió: No has cambiado en absoluto, sigues siendo hermosa.
Ana replicó: Gracias, pero te hice una pregunta.
Juan continuó: Ana, lamento profundamente que esta situación les esté afectando, pero no tengo otra alternativa. Necesito que desocupen esta casa en dos días, ya que ha sido vendida.
Con una expresión que combinaba tristeza y rabia, Ana respondió: ¿Cómo es posible que hagas esto, Juan?
No tengo otra opción, respondió Juan.
Ana: Es la casa de tu hija. ¿Cómo puedes pretender dejarla en la calle? No tenemos a dónde ir. ¿Por qué tomas esta decisión?
Juan: Busca algún lugar; esta casa ya no les pertenece. Tuve que venderla para poder cubrir unas deudas.
Ana: ¿Deudas? Tienes una empresa que es una de las mejores del país. A pesar de eso, nunca le ofreciste nada a nuestra hija. Solo dejaste esta casa y ahora piensas quitársela. ¿Te has vuelto loco?
Juan: No tuve otra alternativa, y el negocio ya está concretado. Mi empresa atraviesa un momento complicado, pero esto me ayudará a recuperarme. Ana, Alana ya es mayor de edad y, como su madre, tienes la capacidad de buscar un lugar para vivir junto a ella.
Ana, riendo, intentó ocultar su tristeza ante Juan y le respondió: Está bien, desocuparemos la casa en dos días. Buscaremos un nuevo lugar, no hay inconveniente; nunca me ha costado avanzar con mi hija. Solo espero que nunca te arrepientas de esta decisión.
Juan: Créeme, lamento mucho lo que está ocurriendo.
Alana, al salir en ese momento, exclamó: Mamá, ¿cómo vamos a desocupar y a dónde iremos?
Ana: Buscaremos algún lugar, hija. No te preocupes, superaremos esta situación.
Juan: Regresaré a recoger las llaves y presentarme ante el nuevo propietario será en dos días. Ahora debo retirarme.
Alana: Eres muy cruel. ¿Cómo puedes hacernos esto? Nunca pensaste en nosotras, no te importamos en lo más mínimo. ¿Por qué tuviste que aparecer de nuevo para causarnos daño?
Juan estaba a punto de responderle cuando Ana interrumpió: Cálmate, mi niña.
No es productivo desperdiciar palabras en quien no está dispuesto a escuchar. Posteriormente, se dirigió a Juan y le dijo: Te voy a pedir solo una cosa, Juan: no te acerques más a mi hija para decirle mentiras sobre mí, ni para causarle molestias. Si ya no tenemos ningún vínculo contigo, no vuelvas a aparecer en nuestras vidas.
Juan respondió: No olvides que ella también es mi hija. No he dicho mentiras sobre ti, simplemente expresé mi opinión. ¿Acaso no estuviste desatendida durante el embarazo?
Ana replicó: Estaba en embarazo, como bien lo mencionaste.
Sin embargo, eso pertenece al pasado y ya no tiene relevancia; nada fue imposible para que pudiera avanzar.
Juan: ¿Sabes? En ocasiones pasaba por aquí para ver si estabas con alguien más y nunca te vi acompañada. ¿Acaso nunca has dejado de pensar en mí? Me gustaría creer que aún me amas.
Ana sonríe y le responde: Eres libre de pensar y creer lo que desees, pero la realidad es diferente. No te creas tan importante, Juan; si no me viste con nadie más fue simplemente porque me dediqué a cuidar de mi hija. No porque te ame.
Ana tomó de la mano a Alana y entró a la casa, cerrando la puerta de manera abrupta. Juan, por su parte, sonrió mientras se subía a su automóvil y se marchaba, reflexionando que su plan debía funcionar. Ya le había dicho a Ana que había vendido la casa, aunque esto era una mentira. Ahora debía encontrar la forma de entregar a Alana.
Juan se dirigió a la empresa de Martín. Al llegar, se acercó a recepción y aguardó un momento hasta que lo atendieran. Mientras tanto, Alana se abrazó a su madre y preguntó: ¿Qué vamos a hacer ahora, mamá?.
Ana le respondió: Buscaremos un lugar donde vivir, mi amor. Tranquila.
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