Capitulo 5

La cocina olía a humo y Dalia estaba agachada terminando de limpiar el piso. Las paredes de color mostaza y las ventanas abiertas dejaban entrar la brisa cálida de la tarde. Cuando se levantó, Dalia, se quedó de pie junto a la mesa, todavía respiraba agitada, como si su discusión con Martín no hubiera terminado. Se frotó los brazos, incómoda, mientras sus mejillas aún ardían de enojo.

Martín se había marchado hacía apenas unos minutos, con una media sonrisa que parecía más una burla que una muestra de afecto. Sin embargo, al cruzar el umbral de la puerta, la había borrado sacudiendo la cabeza, como si intentara quitarse de encima, una emoción que no quería sentir.

La señora Elena, una mujer de cabello gris y manos curtidas por años de trabajo, la observaba desde el umbral de la alacena, secándose las manos con un paño blanco.

—Dalia —dijo con voz firme, pero sin dureza—. No deberías hablarle así al patrón.

Dalia apretó los labios y bajó la mirada.

—Él no es mi patrón —respondió apenas, con un hilo de voz.

—Pero lo es —insistió la señora Elena, acercándose y tomando una silla para sentarse junto a ella—. Y aunque no lo fuera, no es manera de tratar a nadie. Lo conoces desde que eras niña.

—Eso no significa que tenga derecho a venir y… y querer imponer su voluntad.

—Nadie quiere imponerte nada, hija —suspiró Elena, colocando una mano sobre la suya—. Yo estuve ahí el día que llegaste, ¿lo recuerdas? Apenas tenías ocho años. Llegaste con la ropa chamuscada, temblando, los ojos grandes de tanto horror que habías visto…

Dalia cerró los ojos. El recuerdo le llegó como un golpe en el pecho. La casa ardiendo, los gritos, la madera cediendo bajo las llamas. Sus padres atrapados en el interior. Luego el silencio. Luego la oscuridad.

—La señora Teresa te acogió como a una hija —continuó Elena—. Nunca te faltó nada, y te lo digo con amor, Dalia. No porque te lo eche en cara, sino porque sé que a veces te olvidas de que esta también es tu casa.

Dalia levantó la vista, los ojos ligeramente húmedos.

–No me olvido, señora Elena. Lo que pasa es que... cuando Martín está cerca, siento que ya no pertenezco aquí. Como si... como si él trajera consigo un cambio que no sé si quiero aceptar.

–Ese muchacho –murmuró Elena con una sonrisa nostálgica–. Lo vi nacer. Tenía unos ojos enormes, siempre atento a todo. Sus papás lo enviaron a estudiar al extranjero, y ahora vuelve hecho un hombre. No es raro que haya cambiado.

–Demasiado –susurró Dalia–. No es el niño que solía compartir los pasteles de manzana conmigo. Ahora parece... otra persona. Frío. Arrogante.

–Quizá solo está escondiendo lo que siente. A veces los hombres creen que deben mostrarse duros para ser respetados. Pero yo los conozco bien, y te aseguro que debajo de esa fachada todavía queda algo del niño que tú recuerdas.

Dalia desvió la mirada hacia la ventana. Afuera, los árboles se mecían con suavidad, y las sombras del atardecer comenzaban a alargarse.

–¿Y si no queda nada de él? ¿Y si me equivoco al seguir sintiendo algo por alguien que ya no existe?

–Entonces deberás descubrirlo tú misma –dijo Elena, con voz dulce–. Pero no lo alejes con reproches. Dale la oportunidad de mostrarte quién es ahora. Puede que te sorprenda.

El silencio se apoderó de la cocina durante unos minutos. Solo se oía el sonido del tintineo de sus dedos y el murmullo lejano de las voces en el jardín.

De pronto, Dalia se levantó, respirando hondo.

–Voy a caminar un poco. Necesito despejar la cabeza.

–Ve, hija. El aire fresco siempre ayuda a ordenar los pensamientos.

Mientras Dalia salía por la puerta trasera, Elena se quedó observándola con una mezcla de preocupación y ternura. Sabía que esa joven guardaba muchas heridas, pero también tenía una fortaleza que la vida misma le había forjado a fuego.

Mientras en la habitación Martin llamó a su mamá, la señora Analía con esa ternura que la caracteriza ante sus hijos lo escuchaba.

—Mamá… —dijo Martín con un suspiro, sentado en el borde de su cama, mirando al vacío mientras el celular temblaba ligeramente en su mano—. No sé, me siento raro. Como si hubiera dicho cosas que no debía.

Analia, al otro lado de la línea, sonrió con ternura. Estaba en la cocina, removiendo lentamente el té que había preparado sin darse cuenta.

—Eso se llama conciencia, hijo —respondió con suavidad—. Y también se llama orgullo, el que a veces nos hace hablar antes de pensar.

Martín guardó silencio.

—¿Sabes? —continuó ella—. Me acordé de algo… ¿Te acuerdas de la niña que siempre te buscaba cuando llegábamos a la hacienda de tu abuela? La que corría detrás del coche cada vez que íbamos.

Martín frunció el ceño, tratando de escarbar en su memoria.

—¿Una niña?

—Sí, Dalia.

Martín parpadeó.

—¿Era ella…?

—Claro que sí. Se escondía detrás de los naranjos esperando que bajaras del auto. Tenía esa sonrisa enorme… y te seguía a todas partes. A veces hasta se quedaba esperando a que volvieras, aunque pasaran horas.

Él tragó saliva.

—No me acordaba.

—Porque entonces eras un niño terco y distraído. Pero ella ya te miraba como ahora. Con ese cariño sincero que no se finge.

El silencio volvió a instalarse por unos segundos.

—Quizá… debería hablar con ella.

—No lo hagas por culpa —le dijo Analia con una dulzura firme—. Hazlo si tu corazón te lo pide. Pero no dejes que el orgullo decida por ti, hijo. El orgullo no te abraza cuando cae la noche.

Martín asintió, aunque su madre no pudiera verlo. La voz de Analia, como siempre, tenía esa forma de deshacer los nudos que ni él sabía que tenía.

Cortó la llamada y salió de la habitación, con la mirada perdida y los recuerdos en su memoria Martín caminaba por el sendero que llevaba a los antiguos establos, donde ahora se almacenaban herramientas y parte de la cosecha. Llevaba las manos en los bolsillos y la mente dando vueltas. La confrontación con Dalia lo había dejado inquieto. No por lo que ella dijo, sino por lo que le hizo sentir.

–Eres un idiota –se dijo en voz baja–. ¿Qué esperabas? ¿Que te recibiera con los brazos abiertos después de años sin verte?

Recordaba sus ojos, esa chispa que siempre lo había desconcertado. De niños, Dalia era su sombra, su amiga inseparable. Jugaban entre los árboles, se escondían en el granero, robaban frutas del huerto. Pero después del incendio, todo cambió.

Él se fue. Ella se quedó.

Y ahora, al regresar, la encontraba convertida en una mujer. Fuerte, decidida, con una mirada que podía atravesar muros.

–¿Qué quieres de ella? –se preguntó a sí mismo.

Pero la respuesta no era clara. Había vuelto con un plan: de olvidar la traición de su prometida y su mejor amigo y aprovechar para tomar el control de las tierras, modernizar los cultivos, hacer prosperar la hacienda. Todo lo demás debía ser secundario. Y sin embargo, Dalia...

Se pasó una mano por el rostro, frustrado. ¿Por qué tenía que ser tan difícil?

Al día siguiente, el sol apenas comenzaba a filtrarse entre los árboles cuando Dalia bajó a los establos. Quería evitarlo. No tenía ganas de más confrontaciones. Llevaba un vestido sencillo y una trenza floja. Caminaba con paso ligero, pero su corazón pesaba.

Para su sorpresa, Martín ya estaba allí, revisando unas herramientas. Al verla, levantó la cabeza y por un momento, sus miradas se cruzaron en silencio.

–Buenos días –dijo él, sin moverse.

–Buenos –respondió ella, seca.

–¿Podemos hablar?

Dalia vaciló. Luego asintió, sin acercarse demasiado.

–Mira, sobre ayer... No fue mi intención hacerte sentir incómoda.

–No me sentí incómoda –interrumpió ella–. Me sentí invadida.

Martín apretó la mandíbula.

–Solo intentaba ayudar. Esta hacienda necesita cambios, y pensé que tú... que tú podrías ayudarme.

–¿Ayudarte? –repitió ella, cruzándose de brazos–. Yo no soy parte de tu plan, Martín. No soy una herramienta más.

–Nunca dije eso.

–Pero lo diste a entender. Siempre has tenido esa forma de hablar, como si todo estuviera bajo tu control.

–No todo –admitió él, bajando la mirada–. Hay cosas que no puedo controlar. Como lo que siento cuando te veo.

Dalia lo miró con desconcierto.

–¿Qué estás diciendo?

–Que me equivoqué al irme sin despedirme. Que he pensado en ti más veces de las que puedo contar. Y que, aunque me cuesta admitirlo, no solo vine a la hacienda por... por olvídalo. También quería verte a ti.

Dalia frunció el ceño. El silencio fue largo. Doloroso.

–Eso no cambia lo que pasó –dijo ella al fin–. Ni lo que siento ahora.

–Lo sé. Pero me gustaría que al menos me dieras la oportunidad de demostrar que ya no soy ese niño que se fue sin mirar atrás.

–Eso tendrás que ganártelo, Martín. Y no será fácil.

–No espero que lo sea. Pero al menos podemos empezar por volver a ser amigos.

Se quedaron así, mirándose, dos almas con cicatrices que aún no sanaban del todo. Afuera, el sol comenzaba a elevarse sobre el campo, y con él, una nueva posibilidad nacía en silencio, entre el pasado y el presente.

Más populares

Comments

Betty Saavedra Alvarado

Betty Saavedra Alvarado

Martin y Dalia la vida no a Sido facil para ustedes tienen su dolor juntos empezarán una amistad para poco a poco ir cicatrizando heridas y nacer el amor

2025-04-30

9

María Menoscal

María Menoscal

Deberían darse esa oportunidad de conocerse de forma adulta ya con una madurez de saber que es lo que ambos siente ... y ir sanando de a poco

2025-04-30

9

🅝︎🅐︎🅝︎🅒︎🅨︎🅕︎🅞︎🅡︎🅛︎🅘︎

🅝︎🅐︎🅝︎🅒︎🅨︎🅕︎🅞︎🅡︎🅛︎🅘︎

empezar desde cero, para que sus cicatrices sanen

2025-04-30

10

Total
Capítulos
1 Capitulo 1
2 Capitulo 2
3 Capitulo 3
4 Capitulo 4
5 Capitulo 5
6 Capitulo 6
7 capitulo 7
8 Capitulo 8
9 Capitulo 9
10 Capitulo 10
11 Capitulo 11
12 Capitulo 12
13 Capitulo 13
14 Capitulo 14
15 Capitulo 15
16 Capitulo 16
17 Capitulo 17
18 Capitulo 18
19 Capitulo 19
20 Capitulo 20
21 Capitulo 21
22 Capitulo 22
23 Capitulo 23
24 Capitulo 24
25 Capitulo 25
26 Capitulo 26
27 Capitulo 27
28 Capitulo 28
29 Capitulo 29
30 Capitulo 30
31 Capitulo 31
32 Capitulo 32
33 Capitulo 33
34 capitulo 34
35 Capitulo 35
36 Capitulo 36
37 Capitulo 37
38 Capitulo 38
39 Capitulo 39
40 Capitulo 40
41 Capitulo 41
42 Capitulo 42
43 Capitulo 43
44 Capitulo 44
45 Capitulo 45
46 Capitulo 46
47 Capitulo 47
48 Capitulo 48
49 Capitulo 49
50 Capitulo 50
51 Capitulo 51
52 Capitulo 52
53 Capitulo 53
54 Capitulo 54
55 Capitulo 55
56 Capitulo 56
57 Capitulo 57
58 Capitulo 58
59 Capitulo 59
60 Capitulo 60
61 Capitulo 61
62 Capitulo 62
63 Capitulo 63
64 Capitulo 64
65 Capitulo 65
66 Capitulo 66
67 Capitulo 67
68 Capitulo 68
69 Capitulo 69
70 Capitulo 70
71 Capitulo 71
72 Capitulo 72
73 Capitulo 73
74 Capitulo 74
75 Capitulo 75
76 Capitulo 76
77 Capitulo 77
78 Capitulo 78
79 Capitulo 79
80 Capitulo 80
81 Capitulo 81
82 Capitulo 82
83 Epílogo
84 Epílogo 2
Capítulos

Updated 84 Episodes

1
Capitulo 1
2
Capitulo 2
3
Capitulo 3
4
Capitulo 4
5
Capitulo 5
6
Capitulo 6
7
capitulo 7
8
Capitulo 8
9
Capitulo 9
10
Capitulo 10
11
Capitulo 11
12
Capitulo 12
13
Capitulo 13
14
Capitulo 14
15
Capitulo 15
16
Capitulo 16
17
Capitulo 17
18
Capitulo 18
19
Capitulo 19
20
Capitulo 20
21
Capitulo 21
22
Capitulo 22
23
Capitulo 23
24
Capitulo 24
25
Capitulo 25
26
Capitulo 26
27
Capitulo 27
28
Capitulo 28
29
Capitulo 29
30
Capitulo 30
31
Capitulo 31
32
Capitulo 32
33
Capitulo 33
34
capitulo 34
35
Capitulo 35
36
Capitulo 36
37
Capitulo 37
38
Capitulo 38
39
Capitulo 39
40
Capitulo 40
41
Capitulo 41
42
Capitulo 42
43
Capitulo 43
44
Capitulo 44
45
Capitulo 45
46
Capitulo 46
47
Capitulo 47
48
Capitulo 48
49
Capitulo 49
50
Capitulo 50
51
Capitulo 51
52
Capitulo 52
53
Capitulo 53
54
Capitulo 54
55
Capitulo 55
56
Capitulo 56
57
Capitulo 57
58
Capitulo 58
59
Capitulo 59
60
Capitulo 60
61
Capitulo 61
62
Capitulo 62
63
Capitulo 63
64
Capitulo 64
65
Capitulo 65
66
Capitulo 66
67
Capitulo 67
68
Capitulo 68
69
Capitulo 69
70
Capitulo 70
71
Capitulo 71
72
Capitulo 72
73
Capitulo 73
74
Capitulo 74
75
Capitulo 75
76
Capitulo 76
77
Capitulo 77
78
Capitulo 78
79
Capitulo 79
80
Capitulo 80
81
Capitulo 81
82
Capitulo 82
83
Epílogo
84
Epílogo 2

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play