Capítulo 2

Capítulo 2 – Palabras Que Dicen Demasiado

El correo electrónico llegó a las 22:17. Elisa ya estaba en la cama, con la lámpara de noche encendida y el libro abierto en su regazo —pero la lectura era solo un pretexto para no tener que encarar al marido a su lado, volteado de espaldas, roncando levemente. Cuando el celular vibró, no esperaba mucho. Tal vez una notificación cualquiera, un anuncio, un recordatorio inútil del calendario. Pero, al ver el nombre de Júlia en la pantalla, el pecho se le oprimió.

Asunto: "Texto – para sus ojos, profesora"

Dudó por un instante. Tocó la pantalla con dedos tensos, como si abrir aquel correo electrónico pudiera abrir también una grieta dentro de sí. Y, de cierto modo, lo hizo.

El texto tenía poco más de una página. Pero Elisa leyó como si cada línea quemara. Palabras suaves, pero cargadas. Había un personaje —una mujer que vivía para agradar. Que sonreía con los labios, pero lloraba por dentro. Que escondía deseos antiguos entre los pliegues del tiempo, entre ollas en el fuego y besos tibios al marido. Y había otra mujer, más joven. Una presencia nueva, como una brisa cortando el aire sofocante de una vida sin color. La joven veía más allá de los disfraces, y la mujer mayor, por primera vez, se sentía vista. Verdaderamente vista.

Elisa necesitó releer el texto para asegurarse de que no estaba imaginando. Pero no era solo interpretación. Aquello era un recado. Una nota escondida bajo la puerta de su rutina.

Apagó la lámpara de noche. Pero no pudo dormir.

Al día siguiente, el mundo parecía el mismo. Desayuno con olor a costumbre, tráfico ligero, cielo cubierto. Pero Elisa sentía todo diferente. Como si caminara con un secreto entre los labios.

En la facultad, fingió normalidad. Habló con colegas, tomó café con la coordinadora, corrigió algunos trabajos. Y entonces, llegó la hora de la clase con el grupo de Júlia.

Júlia estaba allí, como siempre. Segunda fila, cuaderno en mano, ojos atentos. Pero cuando sus miradas se cruzaron, no hubo duda: ella sabía que Elisa había leído. Sabía el efecto. Y, en aquel segundo, había entre ellas algo que ya no se podía desver.

Durante la clase, Elisa intentó mantener la concentración. Pero en su mente, las palabras del texto volvían como olas. La forma en que Júlia describió la mirada de la mujer mayor. La sensación de ser notada. Deseada. Era osado. Y, aun así, delicado. No había nada explícito —pero todo estaba allí.

Al final de la clase, Júlia se acercó nuevamente. Traía un libro en las manos.

—Traje uno de mis favoritos… —dijo, como quien no quiere la cosa—. Pensé que podría gustarle.

Elisa tomó el ejemplar. Virginia Woolf. Mrs. Dalloway.

—Uno de mis preferidos también —dijo Elisa, con una sonrisa tenue.

—Me imagino que sí. —Júlia bajó los ojos por un instante, luego volvió a mirarla—. Las mujeres que se visten de rutina, pero sueñan con abismos…

La frase quedó en el aire como un desafío. Elisa sintió la piel erizarse.

—Gracias por el texto —dijo, con calma—. Escribes bien. Tienes… sensibilidad.

—Qué bueno que le gustó. A veces, es todo lo que podemos ofrecer: entrelíneas.

Y, una vez más, Júlia se fue antes de que Elisa pudiera responder.

Por la noche, mientras ordenaba la cocina, Sofía entró hablando alto, animada:

—¡Mamá, Júlia va a venir aquí a estudiar conmigo mañana! Está bien, ¿verdad?

A Elisa se le cayó la cuchara dentro de la olla.

—¿Aquí… en casa?

—Sí. Dijo que conoce el barrio y que le viene bien venir. Me pareció genial. Te cae bien, ¿no?

Elisa disimuló el susto con una sonrisa.

—Sí, me cae bien. Parece una buena chica.

Sofía sonrió. Pero Elisa se volteó de espaldas, fingiendo ocuparse con los platos.

Por dentro, sentía que aquel "simple estudio" era mucho más que eso.

Al día siguiente, Júlia entraría en su casa. Cruzaría la línea que separaba el mundo de la profesora del mundo de la mujer. Y Elisa no sabía si estaba preparada para ello.

Pero una parte de ella… quería que así fuera. Quería ver a dónde podía llevar aquello.

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