Capítulo 5

... EL VÉRTIGO DÉ CAER...

El helicóptero aterrizó con una precisión quirúrgica en la azotea de un rascacielos que parecía tocar el cielo. Emma se aferró al asiento con fuerza mientras las hélices reducían su velocidad con un rugido vibrante. Adrián no dijo una palabra; su perfil, serio y tallado como de mármol, permanecía inmóvil, los ojos ocultos tras lentes oscuros que no revelaban nada.

Cuando el ruido cesó, un hombre vestido de traje impecable abrió la puerta desde afuera. Emma bajó primero, tambaleándose por el viento aún presente. Adrián descendió con calma, como si el caos del aire le obedeciera.

Delante de ellos, se extendía un helipuerto privado, pulido, con el logo de Blackwood Enterprises pintado en dorado. A pocos pasos, unas puertas de vidrio conducían a un ascensor exclusivo.

Emma tragó saliva.

—¿Siempre es así tu vida? —murmuró, con una mezcla de sarcasmo y asombro.

Adrián ni la miró.

—Esto es solo logística.

—Claro. Helicópteros, guardaespaldas y oficinas que tocan las nubes. Totalmente común.

Entraron al ascensor. Las puertas se cerraron con un sonido sutil y el silencio cayó entre ellos, tenso, denso.

—¿A dónde me llevas exactamente? —preguntó Emma, con los brazos cruzados, desafiante.

—A un lugar seguro. No puedes volver a la calle.

—¿Y quién eres tú para decidir eso?

—Soy el único que te impide caer en manos de tu tío.

Emma apretó la mandíbula. No podía negar que, gracias a él, no estaba en una jaula ahora mismo… pero eso no significaba que se iba a dejar controlar.

—No necesito una jaula dorada para sentirme libre —dijo sin mirarlo.

Adrián giró el rostro hacia ella. Esta vez se quitó los lentes. Sus ojos eran intensos, grises como tormenta eléctrica.

—Esto no es una jaula —dijo en voz baja—. Es una trinchera.

Las puertas se abrieron en un piso que parecía de otro mundo. Paredes de vidrio con vista a toda la ciudad, muebles de diseño, arte moderno, una cocina minimalista al fondo y una sala decorada con elegancia sobria.

Emma se quedó quieta un segundo. Todo olía a poder, silencio… y control.

—Bienvenida a mi hogar —dijo él.

—No se siente como un hogar —respondió ella.

Adrián no contestó. Solo se quitó el saco, lo colgó con precisión y caminó hacia una consola en la pared. Tocó un par de botones y unas persianas bajaron automáticamente, controlando la luz que entraba. Luego fue a la cocina y sirvió dos vasos con agua.

Emma aceptó el suyo con una mirada recelosa.

—No hay veneno, por si te lo preguntas —murmuró Adrián.

—Nunca se sabe. Estás muy callado para ser inocente —replicó ella.

Él sonrió apenas, como si ella lo entretuviera más de lo que quería admitir.

—Dime, Emma… ¿por qué te perseguían exactamente?

Ella lo miró. No sabía si confiar en él. No del todo. Pero no podía negar que estaba exhausta. Y que en este momento, él era lo único entre ella y una vida que no quería vivir.

—Mi tío quiere venderme como parte de un acuerdo con otra familia mafiosa. No tengo padres. Él es… lo único que queda. Y quiere convertir mi vida en moneda de cambio, rutas, mercancía, dinero, poder.

Adrián asintió levemente. Como si ya lo supiera… o lo hubiera previsto.

—¿Y tú? —dijo ella de pronto—. ¿Qué clase de CEO recoge a chicas en callejones, les ofrece protección y se enfrenta a mafias como si fuera… normal?.

Él caminó hacia la ventana, observando la ciudad desde las alturas.

—El tipo de CEO que sabe cómo funciona este mundo —respondió con frialdad—. Que ha visto lo que otros prefieren ignorar. Y que entiende que algunas decisiones no se toman por compasión, sino por estrategia, y si al casi vamos tú invadiste mi auto sin permiso.

Emma se levantó del sofá.

—Entonces, ¿yo soy parte de una estrategia?

Adrián se giró. Su mirada la detuvo en seco.

—Ya te lo había dicho, Aún no lo he decidido. -- de lo que si estaba seguro Adrián es que no todo era casualidad.

Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Ese hombre… la descolocaba, No podía leerlo. Y, sin embargo, había algo en él que la atraía, No solo por su físico impecable, sino por esa oscuridad contenida. Esa forma de mirar el mundo como si ya lo hubiera visto arder.

—Tienes una habitación en el ala este. Puedes quedarte hasta que resuelva esto —dijo él—. Pero no salgas sin avisarme. Esta ciudad no es segura para ti… y tampoco para quien te busque.

Emma lo observó. Quería rebelarse, gritar, correr. Pero estaba cansada. Y, aunque lo odiara, sabía que él tenía razón.

—¿Y si me escapo? —preguntó con una media sonrisa.

—No te lo recomiendo —dijo él, cruzando los brazos—. Soy muy bueno encontrando cosas… y personas.

Emma asintió lentamente.

—Y yo soy muy buena haciéndome invisible.

Adrián pareció divertido. O tan divertido como podía parecer alguien como él.

—Eso será interesante.

La habitación era más grande que su apartamento entero en su país. Una cama de lino blanco, un ventanal con vista al mar, baño privado, ropa nueva… todo estaba ahí. Pero no se sentía en casa. Era como estar en una especie de cápsula, cuidada, pero aislada.

Emma se sentó en la cama, intentando procesar todo. ¿Qué había pasado en solo unos días? ¿Cómo había terminado en la casa del CEO más poderoso de Nueva York?

Pero más que eso… ¿por qué sentía que él la estaba estudiando, como si fuera parte de un ajedrez que apenas empezaba?

Tocaron la puerta.

—¿Sí?

Una empleada, vestida con discreción, le entregó una bandeja con comida caliente.

—Orden del señor Blackwood. “No te saltes comidas”, dijo.

Emma sonrió, a pesar de todo.

—Gracias.

Mientras cenaba sola, en silencio, pensó en él. En su forma de moverse, de hablar. De esconderse tras capas de frialdad. Había algo roto en Adrián. Algo oculto. Y ella, por alguna razón que no podía explicar, quería entenderlo.

Tal vez porque… en el fondo… ella también estaba rota.

Y por primera vez, alguien no le pedía que fingiera estar completa.

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Yo me siento emocionada de volver a escribir después de tantos inconvenientes ...

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