CAPITULO 3

MI COMPLEMENTO.

El trayecto al trabajo parece más extenso de lo habitual. La tristeza que  reflejaban los ojos de Billy sigue atormentando mis pensamientos. Es un claro ejemplo de nuestra dinámica habitual: adapto mi vida a su ritmo, a sus llegadas y salidas, a su falta. Y aunque mis sentimientos por él son profundos, comienzo a cuestionarme si he sacrificado demasiado. ¿Cuál es mi lugar en esta relación?

Al llegar a la editorial, el imponente edificio de vidrio se destaca contra el cielo gris del entorno urbano. Cruzando las puertas giratorias, el murmullo de las conversaciones y el sonido del tecleo de los empleados otorgan vida al espacio. Procedo con determinación hacia mi oficina en la parte superior, donde me espera Susi, mi asistente, sonriente y con una taza de café humeante en la mano.

—Buenos días, DOÑA. Hoy luces deslumbrantes. Parece que tuviste una noche maravillosa.

Esbozo una sonrisa mientras envuelvo mis manos en la taza de café.

—No puedo negarlo... fue genial. Más tarde te cuento. Por ahora, diez centavos, ¿los inversionistas ya están aquí?

—Sí, llegaron hace aproximadamente cinco minutos. Se encuentran en la sala de juntas con el subdirector, solo están esperando por ti.

—Bueno, empecemos entonces.

La sala de juntas es amplia, con una mesa de caoba brillante rodeada de sillas de cuero. A través de los ventanas se puede contemplar la ciudad, pero hoy no me doy el lujo de distraerme con la vista. Me sumerjo en la reunión, cerrando contratos y buscando nuevos talentos para la editorial. Sin embargo, una parte de mí permanece atrapada en los recuerdos de esta mañana. En Billy. En su expresión agotada. En la sensación de que, a pesar de haberlo tenido cerca anoche, sigue siendo una persona distante.

He decidido cancelar mis compromisos por la tarde y regresar a casa antes de lo planeado. No estoy seguro de que Billy merezca todo este esfuerzo, pero no puedo evitar el deseo de estar a su lado.

Al llegar, la casa se ilumina con la cálida luz del atardecer. Las cortinas se agitan con la brisa que se cuela por la ventana blanca del salón. Mi hija está acurrucada en el sofá, absorta en sus dibujos animados. Su pequeño cuerpo se ve relajado, con su cabello rizado cayendo en suaves ondas sobre los cojines.

—Hola, cariño —le digo besando su cabeza.

Ella me sonríe sin apartar la vista de la pantalla, completamente inmersa en su programa favorito. Yo también sonrío, pero mi mirada recuerda la casa en busca de Billy. El olor a comida flota en el aire, llevándome a la cocina. Allí lo encuentro de espaldas, quitando algo en la estufa, con el teléfono apoyado en su oído. La cocina brilla, el mármol pulido refleja la tenue luz de las lámparas. Me acerco con la intención de conversar, pero sus palabras me detuvieron en seco.

Ya te lo he mencionado, Frida. Llegaré puntualmente, así que, por favor, habla con tus padres. Sí, está bien. Me encargaré de eso también. Bueno, adiós, cuídate.

De inmediato siento que mi cuerpo se tensa. ¿Frida? ¿Quién es esa persona?

Su voz posee un timbre bajo y cercano. Hay algo familiar en la manera en que se dirige a ella, lo cual me resulta profundamente incómodo.

Respiro profundamente antes de cruzar los brazos y preguntarle con determinación:

—¿Quién es Frida, cariño?

Billy se da la vuelta con un notable sobresalto. Su mirada se encuentra con la mía, y por un breve instante percibo algo en sus ojos… sorpresa, incertidumbre, tal vez incomodidad. Pero en un abrir y cerrar de ojos, su expresión se compone y habla con aparente calma.

—Dona… no te vi llegar.

—Sentí el olor a comida y vine a buscarte —le mantengo la mirada—. Pero no obtuvo respuesta a mi pregunta. ¿Quién es Frida?

Billy exhala, como si mi pregunta no tuviera importancia.

—Es alguien del trabajo. No te preocupes, cariño. Ya sabes que tengo muchas obligaciones y, como no estoy en la oficina para atenderlas, me llaman constantemente.

Su respuesta es inmediata, demasiado ensayada para mi gusto. Y antes de que pueda replicar, apaga su teléfono y se acerca a mí con una sonrisa encantadora.

—Pero en este momento, nada de trabajo. Quiero darle toda mi atención a mi amor.

Siento que mis inquietudes se desvanecen momentáneamente con su contacto. Lo conozco demasiado bien y sé lo sencillo que le es distraerme.

—Sabes qué? Cancelé mis reuniones de esta tarde para pasar más tiempo contigo antes de que te vayas —le digo, observando su reacción esperanzada.

Billy me rodea con un brazo y me besa suavemente en el frente.

—Bueno, para demostrarte cuánto te amo, he cambiado mi vuelo para mañana por la mañana. Así podremos dormir juntos otra noche.

Debería sentirme feliz. Debería sentirme amada. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, hay una punzada de desconfianza. Algo no encaja, pero no logro darme cuenta de qué es exactamente.

—Mi marido es increíble —digo, forzando una sonrisa—. Ahora, diez centavos, ¿qué estás cocinando?

—Pasta con salsa de queso para Fernanda y para mí. Pero ahora que ha llegado, prepararé más para los tres.

La tarde fluye entre risas y momentos familiares. Billy juega con nuestra hija, y aunque disfruto al verlos juntos, la conversación en la cocina sigue resonando en mi mente. ¿Por qué no había escuchado antes ese nombre? ¿Y por qué sonaba tan… cercano?

Esa noche, mientras nos acomodamos en la cama, le pido que me permita visitarlo en Nueva York en su próximo viaje.

—Pronto tendré vacaciones. Quiero pasarlas contigo —le susurro.

Billy suspira, mirándome con ternura… o al menos eso es lo que quiero creer.

—Sabes que me encantaría, pero ya hemos hablado de esto. Mi apartamento no es adecuado para ti ni para Fernanda. No hay espacio ni comodidades.

—Tal vez podrías encontrar una casa similar a la que tenemos aquí.

—Lo comprendo, cariño. Sin embargo, este no es el momento indicado.

La charla se detiene en ese punto, como de costumbre. Decidió no insistir, aunque en el fondo siento que su negativa tiene un trasfondo más profundo.

Al día siguiente, lo llevo al aeropuerto. Su despedida es cariñosa, su sonrisa no cambia. Me da un beso antes de desaparecer entre la gente. Cuando desaparece de mi vista, un vacío se instala en mi pecho. Pero esta vez, no voy a seguir esperando.

A espaldas de Billy, él estaba preparando mi traslado a Nueva York. Conseguí una vacante en la sede central de la editorial. No es el mismo cargo, pero ser subdirectora es suficiente. En unos meses, todo cambiará. En unos meses, estaremos juntos para siempre. O al menos eso quiero creer.

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