— Synera —
El mundo sigue girando, indiferente. Las estaciones cambian, los imperios se levantan y caen… pero yo ya no soy la misma. Algo en mí ha cambiado. He dejado atrás la Synera rota, obediente, silenciosa. He sepultado los recuerdos que me ataban, aunque aún ardan en mi memoria como brasas apagadas. Con cada paso que doy, me convierto en una nueva versión de mí. Más despierta. Más libre. Un ser forjado en el vacío, tallado por el odio, pero ahora templado por un propósito más claro.
Ya no cargo con ese peso ciego del pasado. Ahora llevo aprendizaje. Entendimiento. Poder. Poder no solo mágico, sino espiritual. No soy completamente libre, pero estoy más cerca que nunca de serlo.
Aetherion… aunque mi alma naciente aún arda con el odio que dejaste en mí, no abandonaré tu misión. Porque en el fondo, tú y yo compartimos la misma visión, el mismo anhelo silencioso: restaurar el Reino de las Brujas. Devolverle la paz a Veydrath. Y reclamar el imperio que nos fue arrebatado.
Hoy comienza mi verdadero origen. Hoy dejo de ser una sombra que sobrevive… y me convierto en quien debe cumplir el propósito de su existencia.
Me dirijo al norte, más allá de los límites de Veydrath, hacia un continente lejano donde el maná y la energía elemental aún laten con una pureza olvidada. Allí, en lo profundo de esas tierras ancestrales, duerme un poder antiguo… uno que quizás he estado buscando desde antes de saberlo. Un poder tan inmenso, tan primitivo, que ni siquiera las Supremas se atrevieron a nombrarlo.
No sé lo que encontraré al final de este camino. Solo sé que algo —o alguien— me llama. Que me espera.
Será un viaje largo, tal vez de años, a través de territorios que nunca mis pies han pisado, donde el tiempo parece haberse detenido… y los secretos del mundo aguardan, intactos.
Y por primera vez en siglos, siento algo parecido a la felicidad. No es plena. No es duradera. Pero existe… junto con una punzada de incertidumbre.
Jamás imaginé que esta travesía se convertiría en la experiencia más transformadora de mi existencia. He cruzado regiones que solo existían en los relatos antiguos, he conocido almas excepcionales y, en el camino, he descubierto quién soy. Casi he olvidado que mi alma fue creada. Hoy, me siento más real que nunca… y ya no me importa.
He dejado de ser frágil. He dejado de temer.
Mi carácter, aunque imperfecto, es mío. Me pertenece. Y eso me basta. Tal vez, algún día, cuando el equilibrio regrese al mundo, pueda compartir mis historias con las generaciones futuras.
Hoy estoy aquí, al final de mi viaje, frente a la montaña más alta de todo el reino de Thérenval, una tierra glacial que alguna vez fue sagrada y ahora yace bajo el yugo lujoso de Decathis. Ante mí se alza una muralla de piedra y hielo, como un titán dormido que desafía al cielo mismo.
El aire es denso, pesado, cargado de magia antigua. Cada bocanada quema mis pulmones como brasas. El viento me golpea con furia, como cuchillas invisibles que arrancan pedazos de mi voluntad. Cada paso que doy retumba en mis huesos como si arrastrara siglos de historia olvidada.
Pero no me detengo. No puedo. No debo.
He llegado demasiado lejos para ceder ahora. Esta montaña… es mi umbral. Y tras ella, aguarda la verdad que he estado persiguiendo desde que abrí los ojos por primera vez en este nuevo mundo.
Siento que la energía que he perseguido durante siglos está cerca… tan cerca. ¿Qué me espera en su origen? ¿Será un final… o un nuevo comienzo? No lo sé. Solo sé que debo seguir.
El frío se filtra hasta mis huesos. Mi cuerpo, agotado, cede. Me desplomo sobre la nieve. El mundo se convierte en un torbellino blanco… y entonces, justo antes de perder la consciencia, un recuerdo emerge.
Una imagen cálida atraviesa el hielo de mi mente.
Desde el fondo de mi inconsciencia, emerge un destello de calidez que rompe el frío que paraliza mis pensamientos. Me veo a mí misma, más joven, ignorante del vasto destino que me aguardaba. A mi lado camina la Suprema, envuelta en un halo de sombra y luz. Su presencia siempre fue una paradoja: imponente y serena, distante y maternal.
Era de noche. Viajábamos juntas por tierras que hoy solo existen en mis recuerdos. El cielo era un manto de estrellas, y el viento hablaba en susurros entre los árboles. Caminábamos en silencio, hasta que su voz rompió la quietud como un conjuro suave:
—Mi pequeño oráculo… —dijo, su tono mezcla de ternura y solemnidad—. La verdadera sabiduría no reside en el conocimiento, sino en tu interior.
La miré, confundida, buscando respuestas en su rostro sereno.
—Pero todo lo que sé… todo lo que soy, viene de ti, —le respondí con la franqueza de quien aún no comprende su propósito—. ¿Cómo puedo buscar dentro de mí si soy tu reflejo?
Ella se detuvo. Con una lentitud casi ceremonial, colocó su mano sobre mi cabeza. Sentí su magia fluir en mí, cálida y envolvente, como un hogar perdido.
—Que hayas nacido de mí no significa que no puedas ser libre, Synera —susurró—. No eres solo mi creación. Eres un alma buscando su verdad.
Sus ojos, vastos como el universo, me miraron con una ternura inquebrantable.
—No permitas que el mundo defina quién eres. No permitas que mi sombra dicte tu destino. Sé tú misma… siempre.
Entonces no lo entendí. Pero ahora, siglos después, tendida en la nieve, entre lo que fui y lo que soy, por fin comprendo.
No soy solo un eco. No soy solo el Oráculo.
Soy Synera.
Y aunque mi alma fue forjada, no nacida…
late en ella una voluntad que ningún hechizo pudo imponerme.
Porque mi libertad no fue un regalo: fue conquista.
Y es real, tan real como el deseo que me sostiene.
Despierto. El frío aún muerde mi piel, pero algo dentro de mí ha cambiado.
Mi alma arde con una llama nueva, nacida del recuerdo. Me aferro a sus palabras, las convierto en escudo y faro. Me levanto. Cada paso es una lucha, pero ya no siento miedo. Estoy cerca… tan cerca.
Y entonces la veo.
Un resplandor dorado en la cima. Cuando por fin llego, el mundo cambia.
La ventisca desaparece, el frío se esfuma.
Ante mí se extiende un paraíso oculto, suspendido en un otoño eterno. Praderas imposibles se despliegan como sueños vivos, cubiertas de flores que resplandecen con una luz suave y ajena al sol. Los árboles susurran secretos olvidados, en un idioma que solo el viento parece comprender, mientras ríos de cristal recorren la tierra como venas de magia pura.
Todo parece flotar, como una isla suspendida entre las nubes. Un fragmento de mundo perdido en el tiempo… o quizá, detenido en él para siempre.
Y allí, al horizonte, se alza un templo. Majestuoso. Sagrado.
Una barrera de energía lo protege, viva, palpitante.
La reconozco de inmediato. Es su poder.
Es ella.
Algo en mí —creado, sí, pero vivo— se estremece. Se agita, como si recordara algo antiguo y poderoso. Todo a mi alrededor vibra con su esencia: el aire, la luz, los árboles que murmuran su nombre en susurros. Se siente… como si ella nunca se hubiera ido.
¿Podría ser?
¿Podría realmente estar aquí?
¿Y si… nunca se fue?
¿Y si todo este tiempo ha estado oculta, observando en silencio, refugiada en este rincón olvidado del mundo?
Me acerco. Mis dedos rozan la barrera. La energía vibra, cálida, acogedora.
Su esencia está en todas partes, como un susurro eterno.
Pero no me deja pasar.
Respiro. Cierro los ojos.
No necesito forzarla. Solo comprenderla.
Conecto con mi maná. Lo dejo fluir. Me disuelvo en su energía.
Soy parte de ella.
Y ella… es parte de mí.
Entonces, doy el siguiente paso.
La barrera me envuelve. Y luego, se desvanece.
Cruzo el umbral.
El templo no es frío ni solemne. Es una mansión de estrellas y jardines eternos. Mármol, seda, agua pura y flores celestiales. Un santuario vivo.
Y en ese instante, lo entiendo: no he llegado al final de mi viaje.
Este… es solo el comienzo.
Y en ese instante, lo entiendo: no he llegado al final de mi viaje.
Este… es solo el comienzo.
Porque ahora sé que mi libertad no es un destino, sino un camino. Cada latido, cada paso, cada decisión me acerca a lo que debo ser. Y mientras la magia de Aetherion fluya en mí, mientras mi voluntad arda con fuerza, nada ni nadie podrá detenerme. El mundo espera, y yo… estoy lista.
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