Callahan Industries – Oficina Presidencial. Nueva York. 10:16 a.m.
El reloj marcaba un compás constante, pero en la mente de Callahan, las horas parecían bailar con una lentitud irritante. Caminaba por su oficina, con las manos en los bolsillos del pantalón oscuro, su camisa blanca remangada hasta los codos y la chaqueta descansando en el respaldo del sillón presidencial. La mañana era fría y luminosa, pero su cabeza hervía de preguntas.
Alejandra Espinosa.
Ese nombre volvía una y otra vez. No por romanticismo. No por deseo. Por desconfianza.
Era como una ficha fuera de lugar en un tablero cuidadosamente planeado.
Una coincidencia demasiado conveniente.
— Dime algo, Miles — Habló sin mirarlo, deteniéndose frente al ventanal que daba a la ciudad. — ¿Qué tan estúpido crees que soy? — Miles Everett, quien ya estaba de pie con una carpeta en mano, alzó una ceja con ese gesto suyo tan neutro, pero cargado de intención.
— Depende. ¿Antes o después del café? — Callahan no sonrió. Giró lentamente y clavó sus ojos oscuros en los del secretario.
— Trabaja en una empresa asociada a nosotros. Una pequeña división en Medellín, justo en la que invertimos por temas de imagen. Y ahora, ¡Resulta que es la hija perdida del socio que quiere salvar su pellejo! — Camina de vuelta al escritorio. — ¿De verdad vas a decirme que todo esto es normal? ¿Que no huele a trampa? — Miles negó despacio, aún con esa sonrisa leve, como quien sabe más de lo que aparenta.
— Se lo advertí, señor. Esta no es una historia simple. Pero no, no hay trampa aquí. Alejandra no tiene idea del juego que su padre mueve. Si quiere mi opinión, — Deja la carpeta sobre el escritorio de caoba. — es usted quien está complicando las cosas con su mente desconfiada. — Callahan lo observa con recelo. Su mandíbula tensa. Aún no estaba convencido.
— ¿Y si es parte del plan? ¿Y si se hace la ingenua? ¿Y si todo este tiempo supo quién era y solo está esperando acercarse... para destruirme desde dentro? — Miles suspiró, como quien escucha a un emperador paranoico.
— Le aseguré que ella no tiene ningún interés en usted. Ni en su apellido, ni en su fortuna. Es una mujer con su propia vida, su propia carrera. Se ha hecho sola. Lo único que heredó fue el abandono. — Callahan apretó los labios. Esa última frase se le clavó como un alfiler. Miles continuó: — Ahora, si me permite decirlo, esta puede ser la primera mujer en su vida que no espera nada de usted... más allá de lo que decida mostrarle. Eso la convierte en la opción más peligrosa… o la más perfecta. — Un silencio cargado se adueñó del despacho. Callahan bajó la mirada, pensativo. Después de unos segundos, murmuró con amargura:
— Perfecta... Qué palabra tan arrogante.
— Lo es. — Asintió Miles. — Pero en usted suena peor.
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10:58 a.m.
Miles Everett miró su reloj discretamente, con la paciencia de quien conoce bien a su jefe y sabe medir los segundos con diplomacia.
— Señor, — Dijo con voz clara. — en dos minutos comenzará la videoconferencia con la filial en Medellín. La revisión del convenio de impacto social. Está en agenda. — Callahan no respondió de inmediato. Seguía mirando por la ventana, como si la ciudad pudiera ofrecerle una respuesta a sus pensamientos.
— ¿Y se supone que debo estar ahí? — Miles negó con suavidad.
— No. Tiene a su equipo de relaciones internacionales cubriendo todo. Su participación no es requerida... oficialmente. — Callahan giró lentamente. Sus ojos ahora brillaban con algo más que desconfianza: determinación.
— Pero Alejandra estará en esa reunión. — Miles asintió, sin sorpresa.
— Es la coordinadora principal del proyecto. Tiene que dar su informe y presentar algunos resultados. — Callahan se acercó a su escritorio y apoyó ambas manos sobre la superficie.
— Dime, Miles... ¿tTenemos un viaje próximo a Colombia? — Miles levantó una ceja. Ahí estaba. Ese tono. Ese fuego. Ese deseo de conquista que no tenía nada de romántico, pero que era letal.
— Tenemos una posible inspección de campo en dos semanas. Usted nunca ha asistido personalmente, pero si lo desea, puedo reestructurar todo. ¿Quiere verla en persona? — Callahan no lo miró. Solo sonrió con una mueca apenas perceptible.
— Quiero saber quién demonios es. Quiero ver sus ojos cuando hable. Y quiero saber si realmente no sabe nada... o si es una muy buena actriz. — Miles asintió, ya sabiendo que ese viaje, desde ahora, estaba confirmado.
— Entonces, Colombia.
— Colombia. — Repitió Callahan, con una voz grave, como si nombrara el próximo país que iba a conquistar. — Y quiero el perfil completo de la empresa en físico. Y su hoja de vida. Quiero todo. Y que esté en mi escritorio... antes de mediodía.
— Lo tendrá. — Callahan lo miró de nuevo, esta vez con una media sonrisa que a Miles le recordó a un halcón sobrevolando a su presa.
— ¿Tú crees que es la número seis? — Miles no dudó.
— Lo creo. Y si lo permite... hasta podría ser la última. — Callahan se rió apenas.
— Vamos a comprobarlo.
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11:12 a.m.
Miles salió de la oficina dejando atrás la figura imponente de su jefe, sumido en sus pensamientos. Callahan no era un hombre fácil de impresionar, y mucho menos de convencer. Pero cuando algo captaba su atención, era como una bestia con hambre: no paraba hasta devorarlo. Miles lo sabía. Lo conocía demasiado bien.
Mientras se alejaba por el pasillo de mármol, sintió una satisfacción silenciosa. Verlo dudar, interesarse, incluso mostrarse intrigado por una mujer que no buscaba su fortuna, sino que representaba una causa... era un buen indicio.
Ya en su despacho, organizó los documentos que Callahan le había pedido. Perfil completo de GreenFields Corp, historial de Alejandra Espinosa, certificados académicos, premios, registros de prensa, y por supuesto, los detalles que no estaban en ningún archivo público: la historia familiar que él mismo había conseguido mediante sus conexiones.
Luego, tomó el teléfono seguro de la oficina. Ese que solo usaba para un par de personas en el mundo. Marcó sin dudar.
— Señor Callahan [Padre] — Dijo con cortesía contenida cuando una voz más áspera respondió al otro lado. — Ya hay una candidata. — Hubo una pausa del otro lado de la línea. Después, la voz del patriarca sonó con gravedad.
— ¿Y el chico está dispuesto? — Miles esbozó una sonrisa.
— Todavía no lo admite. Pero lo estará. Le llamó la atención... más de lo que quería mostrar.
— ¿Y la chica?
— Inocente. — Respondió Miles, bajando la voz un poco. — Inteligente. Orgullosa. No tiene idea de lo que se está moviendo por debajo de sus pies. Pero su padre... Smith, está al borde de la quiebra. Están listos para negociar. Es solo cuestión de apretar un poco más la soga. — Un silencio. Luego, una exhalación.
— Bien hecho, Miles. Como siempre. — Miles colgó. Miró el reloj. Tenía una videollamada en cinco minutos, pero antes de eso, se sirvió un café. Mientras removía el azúcar con lentitud, pensó en Alejandra.
Una mujer que no sabía que estaba en la mira del imperio Callahan. Una mujer que, si jugaba bien sus cartas, podía convertirse en algo más que una pieza en el tablero.
Pero también... una que, si se equivocaba, podía ser barrida del juego sin misericordia.
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Comments
mariela
Los dos viejos están jugando con sus hijos sin saberlo exactamente el padre Alejandra queriendo salvarse de su quiebra y el otro será que quiere ver a su hijo casado me imagino.
2025-04-14
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Nancy Parraga
viejos zorros están tejiendo su red para unir a sus nietos son astutos
2025-04-15
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