Colombiana.

Graham hojeó con desdén los primeros cinco perfiles, apenas escaneando los nombres. Ejecutivas ambiciosas, herederas de apellidos pesados, mujeres perfectamente moldeadas para las apariencias... pero sin alma, sin chispa.

Hasta que llegó al expediente número 6.

El encabezado tenía un nombre simple, sin apellido famoso ni títulos pomposos. Solo una ficha limpia, directa.

Nombre: Alejandra Espinosa

Edad: 27 años

Nacionalidad: Colombiana

Profesión: Ingeniera Ambiental

Ubicación actual: Medellín, Colombia

Idiomas: Español nativo, inglés fluido

Situación laboral: Coordinadora de sostenibilidad en GreenFields Corp, una empresa local aliada recientemente a Callahan Industries mediante convenio de impacto social.

Estado civil: Soltera

Red de contactos políticos o familiares: Nula.

Observación: Extremadamente reservada. Perfil bajo. Alta ética profesional. Buen manejo de crisis. Carácter firme, pero cordial.

Graham frunció el ceño y alzó la vista hacia Miles.

— ¿Una ingeniera ambiental? ¿Esto es una broma?

— No. — Respondió Miles, serio. No tiene apellido de oro, no fue criada para fingir. Es real. No busca fama ni fortuna. Y lo mejor… no tiene idea de quién eres. — Graham volvió a bajar la vista. Había una pequeña fotografía: ella, con una camisa blanca, el cabello recogido, en un entorno natural. No sonreía con coquetería ni posaba como las otras. Solo miraba a la cámara como quien no tiene nada que probar.

Él guardó silencio unos segundos más.

— ¿Y por qué está en esta carpeta?

— Porque no la incluí como una candidata... —Dijo Miles, cerrando su libreta con sutileza. — La incluí como un desafío. — Graham Callahan no era un hombre común y es por eso que su secretario quien bien lo conoce no le daría una prometida común.

Era la clase de hombre que no necesitaba presentarse. Su presencia hablaba primero: 1.90 metros de porte impecable, hombros amplios, mirada de acero y trajes a medida que parecían una segunda piel. Su rostro, cincelado como si hubiese sido esculpido para la portada de Forbes, era el de alguien que había nacido para mandar.

A los 32 años, era el CEO de Callahan Industries, una multinacional con oficinas en cinco países, tentáculos en tecnología, infraestructura, energía renovable y alianzas estratégicas que hacían temblar a más de un gobierno. Su nombre aparecía en los titulares, pero no en las redes. Su vida personal era un enigma. Sus escándalos, inexistentes. Sus amantes, discretas y fugaces.

Era respetado. Temido. Inalcanzable.

Y en el fondo, estaba completamente solo.

No por falta de opciones, sino por exceso de control. Nada ni nadie tocaba su mundo sin permiso. Nada lo afectaba. Hasta ahora.

Graham Callahan no era un hombre que pasara desapercibido.

Donde entraba, el silencio caía como una orden tácita. A su edad, había edificado un imperio empresarial que cruzaba continentes y moldeaba decisiones gubernamentales sin necesidad de levantar la voz. Sus trajes eran oscuros, su reloj suizo marcaba minutos que costaban miles de dólares y su mirada... su mirada no dejaba margen de error.

Una estatura de dioses, tenía el cabello oscuro, siempre perfectamente peinado hacia atrás, y una expresión que oscilaba entre la concentración y el desprecio. No tenía tiempo para lo innecesario. Tampoco para personas que no estuvieran a su altura.

Dicen que en el mundo de los negocios uno debe ser frío, pero Callahan no era frío. Él era hielo comprimido.

La prensa lo llamaba “El Titán silencioso”. Sus empleados, “El Intocable”.

Nadie sabía realmente qué pasaba por su cabeza. Solo Miles Foster, su fiel asistente, parecía haber descifrado su código. Aún así, ni él se atrevía a cruzar ciertos límites.

Graham no tenía familia cercana, no hablaba de su pasado y no cargaba alianzas en los dedos.

Lo único que le pertenecía era su apellido, su empresa... y su tiempo.

Graham dejó el expediente a un lado en el sillon con un gesto seco. No dijo nada. Solo se inclinó ligeramente hacia atrás, sacó un pañuelo de lino blanco del bolsillo interior de su chaqueta y, con parsimonia, limpió sus manos. Era un gesto mecánico, casi ritual, como si el solo hecho de haber tocado ese archivo lo hubiera contaminado. Además de la sangre en sus dedos.

Se puso de pie. El movimiento fue firme, controlado, como todo en él.

— Manda a limpiar este desastre. — Ordenó sin mirarlo, mientras se acomodaba el cuello de la camisa. — Y prepárate. Vamos a la sala de juntas. La reunión empieza en diez minutos. — Miles asintió, sereno, como si no estuviera rodeado de cristales rotos, un sillón destrozado y el eco aún tibio de la rabia de su jefe flotando en el aire. Graham ya había cruzado la puerta cuando agregó, sin girarse: — No olvides traer el proyector. Hoy no quiero improvisaciones. — Y desapareció por el pasillo con ese paso firme que resonaba como sentencia en el mármol del edificio.

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La sala de juntas era tan silenciosa que podía escucharse el leve zumbido del proyector al fondo. Catorce ejecutivos estaban sentados alrededor de la mesa ovalada, todos vestidos con trajes costosos, relojes aún más caros y rostros tensos. Él entró puntual, sin anunciarse. No lo necesitaba. El ambiente cambió en cuanto su figura cruzó la puerta. Su presencia era una mezcla exacta de autoridad, inteligencia y control.

— ¿Dónde está el informe del tercer trimestre? — Preguntó sin saludar, tomando asiento en la cabecera. Un asistente se apresuró a dejar los documentos frente a él. Revisó en silencio, pasando hoja tras hoja, hasta detenerse en un gráfico con una curva descendente. — ¿Alguien me explica esto? — Su voz era baja, casi serena. Pero esa serenidad venía cargada de una tensión que podía romper huesos. Nadie habló al principio. Hasta que uno de los directores de zona carraspeó, intentando armar una excusa técnica.

Él lo miró, sin interrumpir.

Cuando terminó, soltó los papeles sobre la mesa con precisión.

— Tienes 48 horas para revertir esto. Si no lo haces, te aseguro que la próxima vez que entres en una sala como esta, será para explicar tu fracaso... a tus nuevos empleadores. — Silencio. Y luego el murmullo de acuerdos rápidos. Él se puso de pie. Nadie se atrevió a hablar. Así era él. No necesitaba gritar. Su poder estaba en que nadie dudaba de que cumpliría cada palabra.

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Comments

Maria Rosa Grisinco

Maria Rosa Grisinco

Qué genial, que bien explicado todo da gusto leer algo así, quiero llegar a la parte donde sufra de amor por Alejandra y se le bajan un poco los humos.

2025-04-18

1

Nancy Parraga

Nancy Parraga

Ese hombre se parece a mi jefe así de autoritario Pero es su forma de tener siempre todo en orden, no se trata de prepotencia si no de imponer orden y disciplina

2025-04-15

1

mariela

mariela

Que prepotente es Graham autoritario pero llegará quien te ponga a arrastrar la cobija, la alfombra

2025-04-14

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