Capítulo 3

SCARLETT

Miraba sus heridas recién curadas, mientras que otras estaban lejos de curarse y eso era a causa de la plata con la que había sido herido. Posiblemente, sus perseguidores lo dieron por muerto o tal vez lo estaban buscando para volver a intentar matarlo, e incluso podían estar en busca de pruebas de que realmente lo habían matado.

Sin embargo, sin importar las razones, era mi deber evitar que ese hombre fuera descubierto por sus enemigos. Poco me importaba quién fuera él pero había algo en ese hombre que hacía sintiera una fuerte e inevitable atracción hacia él.

Eran pocas las veces o más bien ocasiones en las que sentía eso, pero era algo pasajero que consideraba insignificante, aunque había veces en las que cedía al deseo y me daba mis gustos. Pero eso era de manera muy esporádica y rara vez deseaba tener sexo con desconocidos y lo hacía.

Pero con él era distinto. Esa atracción era distinta, era completamente... lo opuesto a todo lo que había visto en un hombre que en algún momento llegó a llamar mi atención.

Ese deseo me estaba quemando por dentro, hasta el punto en que ni siquiera era capaz de controlar mis manos. No entendía por qué y, sin embargo, ahí estaba a su lado atendiendo sus heridas y velando su sueño. Había terminado de limpiar su rostro y me di cuenta de que él era más que atractivo de cuerpo, si no también de rostro.

Su nariz era recta y perfecta, sus labios eran voluminosos y perfectos, eran de un rosado claro y hermoso. Sus largas pestañas oscuras eran lo que le daban ese toque de belleza a su rostro. Era tan fascinante y a la vez era un arma de doble filo debido a que entre más lo miraba más era mi atracción hacia él.

Así que... respiré profundo y tomé el valor de seguir cuidando de él sin caer en la tentación de usar mis poderes y saber más de él.

Me tomó tiempo, pero al final lo logré y conseguí estar al margen. Pensé que había pasado lo peor, sin embargo... estaba muy equivocada.

—¿A dónde crees que vas?—Oí decir a esa voz masculina de mi visión, creí un momento que estaba teniendo otra visión. Pero al sentir el calor y firmeza de su mano masculina tocando la mía... me di cuenta de que no era otra visión. Era la pura realidad.

—A buscar más vendas—. Inventé, no se lo creyó para nada. En verdad que su presencia me incomodaba de una manera en la que no era capaz de explicar, no me molestaba estar de él, eso era un hecho, tampoco me importaba que me tocara la mano, pero su mirada era algo a lo cual quería escapar y no podía hacerlo.

Su mirada pasó de estar relajada mientras estuvo inconsciente a ser fría, afilada y desconfiada. Su aura era diferente a lo que había notado en el momento en que lo vi.

Sus ojos color ámbar me miraban sin apartar ni un solo segundo la vista de mí. Todas esas características me hicieron caer en cuenta de que el hombre al que acababa de rescatar de una muerte segura. Era nada y nada menos que el Rey Alfa...

—¿Dónde estoy?—Dijo finalmente soltando mi mano. Su calor prevalecía en ella pese a que me había soltado y aun así deseaba sentir más de ese calor tan cálido y reconfortante.

—En mi casa, lo hallé inconsciente en la vereda cuando salí a buscar hierbas medicinales—. Mentí porque no le iba a decir que tuve una visión de él malherido y que por eso salí corriendo desesperada. Eso no.

Miró todo lo que había a su alrededor sin apartar la vista de mí, miró mis almohadas que tenían puestas fundas con bordados sencillos de flores carmesí y la colcha que le combinaba que era del mismo tono. Mi cama no era muy amplia, pero fácilmente cabía una persona de su tamaño dado que él era muy alto.

—¿Eres la bruja del pueblo?—Asentí. Odiaba ser conocida por eso, aunque por desgracia ese título me ayudaba a ganar dinero para sobrevivir.—Es muy extraño... no puedo percibir tu olor—. Y eso era porque no quería ser descubierta por otros licántropos y vampiros desertores.

—Uso un encantamiento para que nadie de fuera de este bosque y del pueblo me moleste—. Respondí en un intento de que no me pidiera deshacer el encantamiento.

—Deshaz el encantamiento, ahora—. Me ordenó con voz severa. Lo hice y en ese momento vi cómo sus ojos color ámbar cambiaron. Se tornaron de un rojo carmesí hermoso, un color que pocos licántropos poseían, era un color hermoso.

Me tomó de la mano y atrajo hacia él tirándome a la cama sobre él. Caí en su amplio y fuerte pecho, mi corazón latía desesperado, mis oídos zumbaban, tragué saliva en seco, el calor de su cuerpo me agobiaba y a la vez me hacía sentir tantas cosas, deseaba tocarlo con la punta de mis dedos hasta hacerlo suspirar y que él hiciera lo mismo.

Solo fueron unos segundos de tensión y entonces me tomó por detrás del cuello con firmeza y acercó su nariz a mi cuello, aspiró profundo y luego suspiró complaciente y dijo:

—Eres mía...—Me dijo poseído por su instinto de licántropo.

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