capítulo 14

Isabela salió de la sala de cirugía con una exhalación profunda, quitándose los guantes y dejándolos caer en el contenedor correspondiente. Habían sido horas intensas, pero la niña estaba estable. Mientras se dirigía al vestidor para cambiarse, sintió la tensión en sus hombros y decidió que un café sería su recompensa antes de revisar los informes postoperatorios.

Caminó por los pasillos del hospital con la seguridad de quien conoce cada rincón, pero se detuvo en seco cuando escuchó una voz profunda y familiar que le erizó la piel.

—No me interesa lo que diga la junta, yo no quiero estar aquí.

Isabela giró lentamente, su corazón acelerándose mientras su mirada se encontraba con la de él.

Leonardo.

El hombre que la había marcado de una forma que nunca quiso admitir estaba ahí, en medio del pasillo, con su postura rígida y esa mirada intensa que recordaba demasiado bien.

Leo también la vio en ese instante, y el impacto en su expresión fue inconfundible.

—¿Tú? —soltó él, con el ceño fruncido, como si estuviera viendo un fantasma.

Isabela cruzó los brazos, obligándose a mantener la compostura.

—Yo también trabajo aquí. ¿Tienes algún problema con eso, doctor?

El silencio entre ellos era denso, cargado de recuerdos no resueltos. Hasta que Leo dio un paso hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos con una mirada calculadora.

—No esperaba encontrarte aquí.

—Pues qué sorpresa —respondió ella, con una sonrisa tensa—. No soy la única que ha vuelto de entre los muertos.

—Yo no volví por gusto —aclaró él, su mandíbula apretada—. Si por mí fuera, no pondría un pie en este hospital.

—Qué lástima —murmuró Isabela, inclinándose un poco hacia él—. Porque parece que ahora trabajaremos juntos.

Leo la observó, su expresión oscureciéndose apenas. Isabela podía ver la lucha interna en sus ojos, pero no esperó su respuesta. Le dedicó una última mirada y giró sobre sus talones, dejando a Leo en el pasillo con una mezcla de incredulidad y fastidio.

El juego apenas comenzaba.

Leo la observó alejarse con la misma determinación con la que recordaba haberla visto salir de su vida años atrás. Pero ahora estaban en un hospital, en su territorio, y no iba a dejar que ella tuviera la última palabra.

Dio un par de pasos largos hasta alcanzarla, deteniéndose justo a su lado antes de que pudiera entrar a la sala de médicos.

—¿Desde cuándo trabajas aquí? —preguntó, su tono bajo, pero con un filo perceptible.

Isabela no se molestó en mirarlo de inmediato. Se tomó su tiempo, como si estuviera decidiendo si siquiera valía la pena responderle. Luego giró apenas la cabeza, su mirada encontrándose con la de él.

—Desde hace un año —dijo, su voz firme.

Leo dejó escapar una risa seca.

—Increíble. De todos los hospitales en los que podrías estar, tenías que elegir este.

—Lo mismo digo —respondió ella sin dudar—. Pensé que jamás volverías.

Leo apretó la mandíbula.

—Créeme, yo también.

El silencio entre ellos se volvió espeso, casi asfixiante. Ambos sabían que no solo hablaban del hospital, sino de todo lo que había quedado pendiente entre ellos.

—Bueno —Isabela rompió la tensión con un ligero encogimiento de hombros—. Si vas a quedarte, te sugiero que aprendas a lidiar con mi presencia. No planeo irme.

Leo sostuvo su mirada, su expresión inescrutable. Entonces, en un movimiento calculado, inclinó un poco la cabeza hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos.

—No sé si es tu presencia lo que me molesta… o todo lo que me recuerda.

Isabela sintió su pulso acelerarse, pero no dejó que él lo notara.

—Ese suena como un problema tuyo, doctor.

Y con eso, empujó la puerta de la sala de médicos y desapareció en su interior, dejándolo solo en el pasillo.

Leo exhaló con fuerza, pasándose una mano por el cabello. No podía creerlo.

No podía creer que, después de tantos años, Isabela aún tenía ese poder sobre él.

Y eso… eso sí que era un problema.

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Sam

Sam

cómo quedó tu entrepierna Leo, duro como un Marfil o el muerto aún no resucita. ahora empieza lo bueno

2025-04-08

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