capítulo 3

El hospital universitario olía a desinfectante y café barato. Leo caminó por los pasillos con las manos en los bolsillos, sin apurarse. Era su primer día como profesor y, para ser honesto, le importaba poco.

Ser cirujano era su pasión, pero enseñar… eso era otra historia. No estaba aquí por vocación, sino por conveniencia. Su padre quería que "fortaleciera su imagen" dentro del hospital y que "empezara a asumir responsabilidades". A Leo le daba igual. Había aceptado el puesto solo para que lo dejaran en paz.

No tardó en encontrar el aula. Antes de entrar, escuchó el murmullo de los estudiantes.

—Dicen que este semestre tendremos a un nuevo profesor en cirugía general.

—Sí, y no cualquiera… Es Leonardo Santamaría.

Sonrió con ironía. Su apellido siempre llegaba antes que él.

Abrió la puerta con calma y cruzó la sala con paso firme. El silencio fue inmediato.

—Buenos días —dijo con voz relajada, dejando que su mirada recorriera el aula.

Lo primero que notó fueron las caras expectantes de los estudiantes. Algunos parecían impresionados, otros, nerviosos. Y luego estaban los que ya lo juzgaban antes de conocerlo.

Y ahí estaba ella.

Una chica en la tercera fila. piel blanca de ojos intensos, con el cabello recogido en una coleta. Su expresión era diferente a la de los demás. No mostraba nerviosismo ni admiración, solo una mirada firme, como si estuviera lista para desafiarlo.

Interesante.

Se apoyó en el escritorio y cruzó los brazos.

—Soy el doctor Santamaría y, a partir de hoy, seré su profesor en cirugía general.

Se hizo un silencio.

La chica de la tercera fila no apartó la mirada. Él tampoco.

Sonrió con diversión.

Este semestre… podría ser más entretenido de lo que pensaba.

"Soy Leonardo Santamaría, y si esperas que te diga algo humilde sobre mí, te has equivocado. A lo largo de mi vida he aprendido que, para sobrevivir, tienes que dejar que el mundo vea lo que quieres que vea, no lo que realmente eres. Y eso es lo que hago.

Nací en la cima de la pirámide, o al menos eso es lo que mi padre quería que creyera. Los Santamaría somos conocidos en este país, y para bien o para mal, mi apellido pesa más que cualquier otra cosa. Mi viejo tiene el control del hospital más prestigioso del país. Suena bien, ¿verdad? Pero lo que nadie sabe es lo que implica realmente cargar con ese apellido. Las expectativas son altas, y las personas te ven como algo que no eres, solo por la sombra que proyecta tu familia. Y yo, sinceramente, nunca he sido el tipo de seguir reglas o esperar el visto bueno de nadie. Mi vida, mis reglas.

A los 30 años, podría estar en cualquier lugar, haciendo cualquier cosa. Podría ser un chico de fiesta, tomando un trago con amigos, viajando por el mundo sin responsabilidades. Y, en parte, lo soy. Lo de las fiestas y las mujeres, eso nunca me ha faltado. Vivo en un mundo donde todo es fácil, todo está al alcance de la mano. Pero eso también significa que siempre me ven como el chico de la fiesta, el que nunca tiene un compromiso, el que se ríe cuando el resto de la gente se toma las cosas demasiado en serio.

Pero cuando entro en un quirófano, todo cambia. Ahí es donde realmente soy alguien. Esos minutos, esos segundos en los que una decisión puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, ahí es donde siento que soy necesario. El bisturí en mis manos, el control, la precisión. Para mí, eso es lo único que importa. El resto del mundo puede ver lo que quiera, pero en mi mente, siempre tengo un solo propósito: salvar vidas.

Mis padres, especialmente mi padre, me han presionado toda la vida para que sea perfecto, para que sea un reflejo de ellos. Pero nunca he necesitado su aprobación. Los Santamaría tienen un legado, pero yo tengo mi propio camino. Quizá no sea el mejor ejemplo de hijo, pero al final del día, ¿quién decide qué significa serlo?

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Comments

Sam

Sam

menos mal no arrogante como un grano de mostaza, es arrogante como el tamaño de un estadio de béisbol

2025-04-08

0

Rosa Rodelo

Rosa Rodelo

Foto de los protagonistas

2025-03-21

1

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