Capitulo 4

Dos días después, Violett regresó al Ducado, y juntas partieron hacia el palacio real. Durante todo el trayecto, Violett no dejó de hablar de lo emocionada que estaba por poder entrar en un lugar tan exclusivo. Sus ojos brillaban con entusiasmo, como si fuera una niña pequeña descubriendo un nuevo mundo. Lavender, por su parte, la observaba y solo podía sonreír con ternura. A pesar de la alegría de su amiga, para ella era común ir a aquel lugar, y no sentía la misma emoción que Violett mostraba con tanto fervor.

Cuando llegaron al majestuoso palacio, el carruaje rodo suavemente por el empedrado, y Violett descendió con la misma emoción que había mostrado durante todo el viaje. Lavender la seguía con pasos tranquilos, más acostumbrada a la imponente estructura que se alzaba ante ellas. Al acercarse a las grandes puertas de entrada, los guardias reales las detuvieron, y Lavender tuvo que explicarles que Violett era su acompañante. Sin esa aclaración, a su amiga no le habrían permitido entrar.

Una vez dentro del palacio, el esplendor del lugar impresionó a Violett, quien no dejaba de mirar a su alrededor, asombrada por cada detalle. Mientras avanzaban por los largos pasillos decorados con mármol y oro, Violett le preguntó a Lavender, sin disimular su curiosidad:

—Por cierto, no me dijiste cuál es el motivo de tu visita hoy.

Lavender, que había estado tan concentrada en la conversación ligera durante el trayecto, se dio cuenta de que, en efecto, se le había pasado mencionarlo.

—Tienes razón, se me olvidó —respondió con una sonrisa apacible—. Estoy aquí por una invitación de la princesa Anastasia.

Violett se detuvo de inmediato, sorprendida por lo que acababa de escuchar. Miró a Lavender con los ojos muy abiertos.

—¿La princesa Anastasia? —repitió, claramente impactada.

Lavender asintió con serenidad.

—Así es.

La sorpresa de Violett no era para menos. La princesa Anastasia, la única princesa entre dos príncipes, era conocida por ser reservada y extremadamente selectiva en cuanto a las personas que recibía. Se decía que jamás concedía audiencia a alguien que no considerara digno de su presencia. Era la mujer más noble y poderosa de Tarcia, con todo el derecho a ser tan exigente y exquisita.

— ¿Entonces, por qué invitaría a Lavender?— , preguntó Violett. La duda le recorrió la mente hasta que, sin darse cuenta, parte de esa pregunta escapó de sus labios:

—¿Por qué...? —murmuró.

Lavender la miró, un poco confundida por la pregunta, pero interpretó que Violett quería saber la razón de la reunión. Con una sonrisa, respondió tranquilamente:

—Se debe a que tengo negocios con la princesa.

Justo en ese momento, las grandes puertas que llevaban al jardín privado de la princesa Anastasia se abrieron. El aire que emanaba del lugar parecía diferente, lleno de una serenidad majestuosa. El jardín era impresionante, un paraíso lleno de flores exóticas y fuentes que susurraban entre sí. Sin embargo, cuando Lavender intentó pasar con Violett, los guardias extendieron sus lanzas para detenerlas.

—Solo la Duquesa de Lehman tiene autorización para entrar —informó uno de los guardias con tono firme.

Lavender, anticipando que algo así podía suceder, se volvió hacia Violett con una expresión comprensiva.

—Lo siento, Violett. Hablaré con la princesa y le preguntaré si te permite pasar.

Violett se quedó quieta, su cuerpo tenso mientras su mirada se mantenía fija en el interior del jardín. Aunque asintió lentamente, algo en la manera en que sus manos se cerraban en puños revelaba una sensación que Lavender no alcanzaba a descifrar.

—Sí —respondió Violett, aunque su voz sonaba apagada, casi distante.

Lavender le dedicó una última mirada antes de entrar.

Algunos minutos después, las puertas del jardín se abrieron nuevamente, y los guardias indicaron a Violett que podía entrar. Su rostro se iluminó, y entró con entusiasmo. El jardín era impresionante, un paraíso natural cuidado al detalle, pero lo que realmente la dejó sin aliento fue la mujer que estaba parada cerca de unas rosas. Su cabello largo y rubio ondeaba con gracia en la brisa, y su rostro era tan hermoso como intimidante. Sus ojos, de un intenso color rojo, parecían traspasar todo a su alrededor. Aquella joven irradiaba una presencia como pocas personas en el mundo, era la princesa Anastasia.

De pronto, la princesa Anastasia posó su mirada en Violett, quien quedó paralizada ante semejante porte.

—Vaya... La dejé pasar porque tú me lo pediste, Duquesa —dijo la princesa, dirigiéndose a Lavender—. Sin embargo, no esperaba que fuera tan maleducada como para no saludar.

La voz de la princesa hizo estremecer a Violett, pero antes de que pudiera reaccionar, Lavender intervino con una sonrisa tranquila.

—Lo siento, princesa. No es así —se apresuró a explicar Lavender—. Supongo que Violett se sorprendió por su gran presencia. ¿Verdad, Violett?

Violett, todavía desconcertada, reaccionó rápidamente, inclinándose en una reverencia.

—Mis disculpas, princesa Anastasia —dijo, intentando mantener la compostura.

Sin embargo, la princesa la ignoró por completo, volviendo su atención a Lavender como si Violett no existiera. A pesar de la humillación que sintió, Violett no tenía más opción que quedarse en su lugar, pues no podía avanzar sin que la princesa se lo indicara. Mientras observaba cómo Lavender conversaba con la princesa de manera informal, como si Violett no estuviera presente, la joven apenas podía contener su frustración.

Finalmente, después de un momento, la princesa Anastasia tomó asiento y, mientras se acomodaba con una taza de té en la mano, giró su mirada hacia Violett.

—¿Piensas quedarte parada ahí todo el tiempo? —dijo la princesa con frialdad.

Violett se disculpó nuevamente, inclinando la cabeza antes de acercarse apresuradamente a la mesa, aunque se percató de inmediato de que no había un asiento para ella. La princesa, que bebía su té con calma, levantó la mirada y agregó con un tono indiferente:

—Lo siento, pero solo esperaba a la Duquesa... —dijo con una leve sonrisa—. Sin embargo, mientras hablamos de nuestros negocios, podrías dar un paseo por mi jardín. Es un lugar que todos desean visitar, y no creo que seas la excepción. ¿Qué opinas?

Aunque la pregunta parecía una sugerencia amable, Violett no era lo suficientemente ingenua como para no entender que se trataba de una orden disfrazada. Forzando una sonrisa, asintió y se retiró rápidamente. Mientras se alejaba, escuchó a Lavender disculparse por el inconveniente, y la princesa, con una risa despreocupada, le aseguraba que no había problema, que estaba bien si era ella quien hacía esas peticiones.

Violett se adentró en el jardín, pero en cuanto estuvo lo suficientemente lejos, su expresión cambió por completo. Se detuvo frente a una hermosa enramada de rosas blancas y, en un arrebato de ira, arrancó un puñado de flores con una fuerza inusitada, murmurando para sí misma:

—¿Acaso soy una molestia? ¿Qué carajo está diciendo? ¿la princesa no tiene ojos, sólo había una persona noble ahí... y es así como me trató? Aunque sea la princesa... yo pronto seré... —se interrumpió, tragándose sus propias palabras antes de que se le escapara algo más comprometedor.

Durante casi dos horas, Violett vagó por el jardín, intentando calmar la tormenta de emociones que la consumía. Cuando Lavender finalmente fue a buscarla, ambas se dirigieron hacia la salida en silencio. Lavender, notando la tensión en su amiga, trató de romper el incómodo silencio.

—Lo siento si el paseo no fue lo que esperabas... —dijo en un tono conciliador—. Pero ya sabes, la princesa es una persona complicada, y fue inesperado que te permitiera entrar en su preciado jardín. También fué mí error no haberle avisado con anticipación de que también vendrías...

Violett continuaba en silencio, pero de repente, una sonrisa apareció en su rostro, la misma sonrisa encantadora de siempre.

—No tienes de qué preocuparte, amiga. Entiendo perfectamente —respondió con gracia.

Lavender la observó, sorprendida por el cambio repentino en su actitud.

—¿Entonces disfrutaste del paseo por el jardín? —preguntó Lavender, intentando confirmar que su amiga estaba bien.

—Por supuesto —respondió Violett con entusiasmo renovado—. Es una vista única y maravillosa. Cada rincón de ese lugar me ha cautivado.

—Eso me alegra, Violett —dijo Lavender con una sonrisa.

Sin embargo, al otro lado del jardín, la princesa Anastasia paseaba en soledad. De pronto, se detuvo al ver algo que la hizo fruncir el ceño: muchas de sus preciosas rosas blancas habían sido arrancadas y pisoteadas. La expresión de la princesa se endureció.

—¿Así que esa mujer molesta ha hecho esto? —murmuró para sí misma, con evidente desagrado—. ¿Cómo es que Lavender puede tener a alguien así a su lado?

Con una mirada gélida, la princesa abandonó el lugar, claramente disgustada.

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Comments

Dulce Cira

Dulce Cira

Qué falsa ! 🤬querer lo que no es tuyo y hacerse creer la amiga incondicional la hipocresía personificada toda una Hipócrita-Envidiosa😑

2025-03-28

10

Cruz Mejia

Cruz Mejia

La "la amiga envidiosa" qué cree qué se mecere más por venir de "buena cuna" y Lavander de origen humilde 🤬🤬

2025-04-11

6

Daidoyi ZR

Daidoyi ZR

vil, rastrera y traicionera. utch

2025-04-11

5

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