Capítulo 13

Hicimos el amor allí mismo. No pudimos llegar a nuestras literas. Él me desnudó en apenas un segundo, aprovechando que estaba completamente obnubilada y eclipsada, extraviada en el espacio sideral, sucumbida a su masculinidad, ardiendo en sus fuegos y calcinada por sus llamas pasionales y tan viriles.

  Yo le mordía los brazos, hundía mis uñas en su espalda y le garabateaba con mis garras sus músculos, entusiasmada y desesperada, sintiéndolo invadir mis intimidades como un huracán desbordado,  arrasando con todas mis entrañas, llevándome al delirio y a la inconsciencia.

  Aullé frenética cuando él alcanzó, entonces, el clímax y me arranché los pelos desesperada y angustiada, al sentirlo llegar a mis máximas profundidades, a esos parajes inhóspitos que me provocaban una explosión de placer, hecha un volcán en erupción.

   Quedé tumbada en el suelo, despeinada, sudorosa, respirando con mucha dificultad, con mi corazón súper acelerado, rebotando en las paredes de mi busto, convertido en una pelota de baloncesto, echando humo en mi aliento, exhalando fuego por doquier, convertida en tan solo cenizas.

   Mike siguió taladrando mi sensualidad, aprovechándose de mi éxtasis, Yo, ya les dije, navegaba junto a las estrellas, rodeada de luces, en medio de un mundo de colores, gozando de mi absoluta feminidad luego de haber sido suya por completo, otra vez, después de tanto tiempo.

    Por fin, Mike se desplomó también, cansado, agotado, extenuado, sin fuerzas, igualmente encharcado en sudor y con su corazón bombeando de prisa, el fuego chisporroteando por  sus poros, complacido y también extasiado igual o más que yo. Había disfrutado la velada, con encono y desesperación, incluso, con angustia. Había llegado a pensar que yo desaparecería para siempre de su vida y eso lo aterraba. Por eso quiso alargar ese momento, hacerlo eterno y quedar nuevamente prendado de mí, loco enamorado.

    -No soy tu propiedad-, le dije, entonces, tratando de desacelerar mi corazón. Él acariciaba mis pelos, enredaba sus dedos entre mis cabellos y disfrutaba de mis pechos alzados como grandes colinas, aún pétreos después tanta excitación.

   -Yo también tengo mis sentimientos y no me gusta que coquetees con todos los astronautas que pululan el espacio-,  se puso él en guardia, queriendo justificar su extraña manera de ser y que era mofa de los otros colegas y los científicos de la administración.

  -Yo no coqueteo con ellos, simplemente me muestro amistosa que es muy diferente, el único hombre que me interesa eres tú y siempre lo has sabido-, me defendí frunciendo el ceño.

  -Dimitar piensa que estás muy enamorada de él, además te enamoraste de Grahan, tú decías que era el amor de tu vida-, otra vez encendía él sus celos. Lo de Steward ya era historia pero él no quería entenderlo. Eso era lo que más me enervaba y fastidiaba de ese hombre. La intransigencia de Mike.

  -Pero si nunca lo he visto en mi vida a Dimitar y lo de Graham fue solo una aventurilla porque nosotros ya habíamos terminado-, me dieron risa sus celos.

  -Es que no me gusta que seas tan distendida y detesto que  Dimitar te trate como si fueras suya-, era obvio que Mike sentía a Zhekov como un rival de amores.

  -Lo que pasa es que eres un renegón-, me reí viéndolo malhumorado.  A Mike le desarmaba, por completo, mi risita. Le encantaba, le seducía, lo desquiciaba y lo prendaba mucho, hasta desquiciarlo además. Me besó la naricita muy amoroso.

-¿Sabes por qué me gusta estar aquí, en el espacio?  porque sé que siempre llegarás y podré estar a tu lado, solos los dos-, me confesó.

  -Pero eso no es una relación, es algo esporádico y eventual, a mí me gustaría algo más serio contigo-, le aclaré.

  -Yo soy feliz en el espacio-, me insistió Mike.

  Me alcé y me recosté en su pecho. Mike tenía la mirada extraviada en el confín del espacio emergiendo en su manto oscuro a través de las ventanillas del Navigator.

   -No puedes seguir viviendo como un ermitaño, Mike, a mí me gustaría tener una familia a tu lado y no vivir por siempre entre las estrellas, deseo una vida normal, en eso somos distintos, diferentes, tú quieres ser un lucero más en el firmamento, yo no, quiero y ansío una vida normal junto a ti-, le dije mirando sus ojos.

   Eso es lo que yo no le entendía a Mike. Él me amaba con locura, sin embargo no ilusionaba casarse ni tener hijos,  él prefería su vida de ermitaño espacial que formar un hogar. Sus amigos le decían loco pero eso a él no le importaba. Su vida estaba sujeta al espacio, a ese extraño y enigmático mundo en la nada, en el vacío, flotando en un laboratorio espacial incómodo, endeudando su felicidad y una existencia común y corriente a esa extensa oscuridad haciendo erupción en millones de fulgores.

   -¿Entones tú crees también que estoy loco?-, suspiró y sopló él su fastidio.

  -Lo que creo es que no piensas en el futuro, estás encadenado al presente, a vivir intensamente cada día, sin metas ni ilusiones, estás encerrado en la nada-, le aclaré.

   -¿Quieres decir que no compartirías mi vida como yo la siento?-, me miró desconsolado. A diferencia de Mike, yo si planificaba mi existencia, tenía muchos sueños, aspiraciones y metas y desarrollaba una rutina con ambiciones y expectativas. Y mi mundo estaba en la Tierra, en alcanzar méritos, escalar posiciones, lograr objetivos y convertirme en una buena científica, consiguiendo mis ideales.

   -Es que eres diferente, Mike, el tuyo es un todo, en cambio lo que  quiero es que mi mundo tenga dos hemisferios: tú y yo-, le subrayé convencida.

   Robinson quedó en silencio. Siguió acariciando mis pelos y suspiraba, meditabundo, tratando de aclarar sus ideas, sus sentimientos y las cosas que le ilusionaban y le gustaban. -A veces pienso que la felicidad no es para mí-, me dijo finalmente Mike, sorbiendo su desconsuelo.

  -Es que no tú buscas la felicidad, te dejas llevar Mike, le tienes miedo a la sociedad, quieres que el mundo te rinda pleitesía pero de la misma forma le corres a todos, eres contradictorio-, le subrayé.

  -¿Qué es lo que debo hacer?-, sus ojos se volvieron un dique conteniendo las lágrimas.

  -Aceptar que no eres ni héroe ni ermitaño, eres simplemente un mortal que debe dar paso a sueños y ambiciones y que debe  tener una familia y afrontar los retos de ser feliz-, volví a insistirle. Mike sonrió. -Yo soy feliz contigo y las estrellas-, hizo brillar él sus ojitos encantados. -Idiota-, le dije esta vez sin molestarme y Mike volvió a besarme con pasión y desenfreno, con la misma intensidad que lo hacía todas las veces que me hacía suya en medio del espacio, la postal paradisíaca, romántica y poética que él tanto idolatraba.

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