Esa noche, Lara ignoró a su marido y suegra. Al siguiente día, el sol se escondía detrás de un manto de nubes grises mientras Lara se mantenía de pie frente al pequeño ataúd blanco. .El silencio a su alrededor era profundo y desolador, interrumpido únicamente por los sollozos de los asistentes que estaban en el entierro.
La tierra húmeda del cementerio parecía absorber el dolor que emanaba de los presentes, pero nada podía compararse al desgarrador sufrimiento de Lara.
—¿Por qué, Dios mío? gritó de repente, su voz rompiendo el aire como un trueno. ¿Por qué te llevaste a mi hija? ¡Ella no merecía esto!
Se arrodilló frente al ataúd, sus manos temblorosas apoyándose en el borde mientras las lágrimas caían sin control por su rostro.
—¡Rashel! gritó su nombre, como si su voz pudiera traerla de vuelta. Perdóname, mi amor, perdóname por no protegerte...
Orlando observaba desde un costado, sus ojos fijos en la figura quebrantada de Lara. Quiso acercarse, consolarla, pero sabía que cualquier palabra que saliera de su boca sería inútil. Él mismo se sentía vacío, como si el peso de la culpa lo estuviera aplastando lentamente.
Doña Gloria permanecía al otro lado del cementerio, con una expresión rígida. Aunque había asistido al entierro por respeto, no podía evitar pensar que todo esto era culpa de Lara. Sus pensamientos fríos y juiciosos eran incapaces de captar la magnitud del dolor que su nuera estaba atravesando.
—Mamá, por favor murmuró Orlando al notar que su madre estaba a punto de hablar. No ahora.
El sacerdote pronunció las últimas palabras de la ceremonia, y los sepultureros comenzaron a cubrir el ataúd con tierra. Lara, incapaz de contenerse, intentó detenerlos, como si al hacerlo pudiera evitar que la muerte separara para siempre a su hija de ella.
—¡No, no lo hagan! gritó, luchando contra los brazos de quienes intentaban sostenerla. ¡Es mi hija! ¡No puede estar ahí mi hija, despierta hija mía no deje sola a tu mami!
Finalmente, agotada y sin fuerzas, se dejó caer en el suelo, su cuerpo temblando mientras las lágrimas seguían cayendo.
Esa noche, la casa estaba más silenciosa que nunca. Lara se encerró en la habitación que había compartido con Rashel, abrazando la pequeña almohada de su hija contra su pecho. Había algo en ese cuarto que aún guardaba la esencia de la niña: su aroma, sus risas, sus sueños. Pero ahora todo eso parecía tan lejano, como si perteneciera a otra vida.Lara miró hacia la ventana, donde la luna brillaba tenuemente. Su voz, apenas un susurro, rompió el silencio.
Lara no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Rashel, su sonrisa brillante, sus manitas alcanzando las suyas. Pero después, la imagen cambiaba, y lo único que podía ver era el cuerpo de su hija siendo cubierto de tierra.
Su mente era un caos con pensamientos oscuros y dolorosos. Había tratado de mantenerse fuerte, de pensar que algún día encontraría una forma de superar esto, pero la realidad era que no podía. El dolor de su pérdida era demasiado grande, y la culpa la carcomía por dentro.
"Si hubiera sido más valiente, si me hubiera ido de esta casa antes... mi hija estaría viva", pensó, sintiendo cómo el dolor la consumía.
—Esperame hija mía que voy contigo. No quiero un mundo en el que no existas, mi cielo.
Con manos temblorosas, abrió el cajón de la mesita de noche y sacó un frasco de pastillas para dormir. Lo miró durante largos minutos, su mente luchando entre el deseo de encontrar paz y la culpa de dejar todo atrás. Finalmente, decidió que ya no podía seguir adelante.
—"Perdóname, Rashel," susurró con lágrimas en los ojos. No puedo seguir así, lo siento tu madre es una cobarde, ya no quiero continuar. Este dolor me está matando. No quiero vivir en un mundo sin ti. Eras mi todo, y ahora me siento vacía por dentro. Nadie me necesita.
Con esas palabras, abrió el frasco y tomó una por una las pastillas, tragándolas sin detenerse. Su cuerpo pronto comenzó a sentirse pesado, y la oscuridad empezó a envolverla.
Orlando estaba sentado en la sala, con un vaso de licor en la mano, tratando de ahogar su propia culpa. Había escuchado los gritos de Lara en el cementerio, sus palabras llenas de dolor y reproche, y sabía que cada una de ellas era cierta. Él había fallado como esposo, como padre, como ser humano.
Por alguna razón, sintió la necesidad de ir al cuarto de Rashel. Quizá era un intento desesperado de aferrarse a los recuerdos de su hija, de encontrar algo que lo ayudara a seguir adelante. Al abrir la puerta, lo primero que vio fue a Lara, acostada en la cama de la niña.
—Lara... murmuró, acercándose lentamente.
La habitación estaba en penumbras, pero al acercarse más, notó que su piel estaba pálida, como un hoja en blanco. Su respiración era débil, apenas perceptible. Orlando se inclinó sobre ella y tocó su rostro, helado al tacto.
—¡Lara! gritó, sacudiéndola suavemente, pero ella no respondió.
En pánico, miró alrededor y vio el frasco de pastillas vacío sobre la mesita. El corazón le dio un vuelco.
Sin perder un segundo, sacó su teléfono y llamó a emergencias, su voz temblando mientras intentaba explicar la situación.
—¡Mi esposa tomó un frasco entero de pastillas para dormir! Está inconsciente, por favor, necesitamos una ambulancia...
El tiempo pareció detenerse mientras esperaba a que llegaran los paramédicos. Se quedó a su lado, sosteniendo su mano, susurrando palabras que ni él mismo entendía.
—No te vayas, Lara... por favor, no te vayas.
Cuando la ambulancia finalmente llegó, los paramédicos entraron rápidamente al cuarto y comenzaron a atenderla. Orlando los observaba, paralizado por el miedo, sintiendo que, una vez más, estaba a punto de perderlo todo.
Mientras subían a Lara a la camilla, uno de los paramédicos se volvió hacia Orlando.
—Hemos estabilizado su pulso, pero está muy débil. Necesitamos llevarla al hospital de inmediato.
Orlando asintió y los siguió, su mente llena de un caos de emociones. A pesar de todo lo que había sucedido, no podía soportar la idea de perder también a Lara.
En el fondo, sabía que si ella no despertaba, él nunca podría perdonarse.
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Comments
Amelia Mirta Fernández
Cuesta tanto reponerse, o mejor dicho nunca te repones, siempre estará ahí, en un rinconcito, vendrán nuevos hijos, pero ese primer amor, no es suplantado, solo esperamos el momento de volver a encontrarlo.
En esta vida hay hombres que nunca deberían ser padres, no sirven para absorber las responsabilidades que un hijo representa.
2025-02-28
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Maria Montilla
yo e leído mucho novela y nunca avía llorado como me ISO llorar 😭😭 está novela sentí un dolor en mi corazón que me mangine mi propio dolor ay no estoy me dolió mucho la muerte de una niña es muy fuerte para mí y está novela me a echo dolor asta el alma yo también perdí un hijo y el recuerdo me volví y no e podido para de llorar 😭😭😭
2025-03-28
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Stella Vega
Que tristeza, saber que ése Ser que un día nos dió tanta alegría hoy nos da la sensación de un gran abandono total, ésa persona que lo es todo en tu vida y de pronto ya no está. No es justo que una persona llena de egoísmo y envidia entre en un hogar a dañar la convivencia y mucho menos a meterse a opinar sobre lo que no le importa, hay muchos Orlandos que no salen de debajo de las faldas de la mamá, esas viejas amargadas se creen que tienen todo el derecho de opinar y mandar en una casa que no es la suya. Vaya uno a saber que bajezas guarda en el corazón para estar como loca opinando donde no le llaman y sus hijos se crían faltos de carácter, faltos de personalidad y no son capaces de enfrentar la realidad porque piensan que su mamá tiene siempre la razón. Que dolor tan grande perder lo más valioso de la vida por culpa de unos seres que no valen la pena vivir.😭😭😭
2025-02-26
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