Era Domingo de Pascua, Yasí, su madre y los demás esclavos estaban listos muy temprano, antes de que salga el sol por la mañana, para terminar de preparar las comidas que se iban a servir. El Oidor con su esposa y sus hijas se alistaron para asistir a la celebración de la Misa Pascual a cargo del Obispo de la Basílica. Las mujeres llevaban hermosos y costosos vestidos de un estilo sobrio y pudoroso para la ocasión con una mantilla con bordes de encaje sobre el cabello con un peinado recogido con peinetas. El Oidor iba vestido de traje negro, el saco negro con un cuello alto con bordados dorados muy delicados, una camisa blanca por debajo del mismo, un pantalón largo combinando perfectamente y una galera negra. La nobleza se movilizaba en elegantes carruajes llevados por la mejor raza de caballos y conducidos por sus esclavos.
Eran las ocho de la mañana y la nobleza ya estaba presente en la Basílica junto con el clero. También estaba el Virrey, Felipe Borbón, un hombre muy guapo de unos treinta años de edad, de piel blanca, cabellos de color café, ojos azules como el cielo, alto y de buen porte. Era un soltero muy codiciado por las mujeres de la nobleza y sus familias, pero él aún no tenía planes de casarse aunque sus padres ya le exigían. Él estaba comprometido con el ejército realista, por lo que temía que si la situación se tornara difícil su familia podría sufrir, y eso no quería, sabiendo que había rumores de levantamiento de esclavos africanos e indígenas que le preocupaba. La Misa había terminado, e inmediatamente se dirigieron a la Mansión del Oidor.
Doña Isabel: —Señoría, es un honor su visita.
Virrey: —Muchas gracias.
Oidor: —Señoría, por favor tome asiento y siéntase como en su casa. Si desea algo solo tiene que pedirlo.
Virrey: —Me siento muy complacido, gracias.
Oidor: —Lo felicito por su nombramiento. Me pongo a su disposición para lo que usted necesite.
Virrey: —Muchas gracias, lo voy a tener en cuenta porque hace poco llegué aquí y voy a necesitar gente que me oriente.
Oidor: —No se preocupe, cuente con eso.
Este día siempre había sido soñado y planeado minuciosamente por Yasí, porque era la oportunidad de escapar hacia su destino más preciado: la libertad. La esposa del Oidor estaba demasiado ocupada con los invitados como para prestar atención a la servidumbre, en especial con el Virrey, ya que, ambicionaba, al igual que sus hijas, que una de ellas se convirtiera en la esposa real.
Doña Isabel: —Su señoría, permítame presentarle a mis hijas...
Ambas hijas se acercaron...
—Ella es Catalina, la mayor, y ella Candelaria.
Las dos saludaron con reverencia.
Virrey: —Es un gusto conocerlas. Dijo respetuosamente el Virrey.
Doña Isabel: —No es porque sean mis hijas que lo diré, Catalina y Candelaria son las mejores en todo lo que hacen, Catalina toca de maravilla el piano y Candelaria el violín, también saben de arte y pintura, hablan francés además del español, y recibieron la mejor educación en matemáticas, literatura y ciencias.
Virrey: —Qué maravillosas hijas tiene Doña Isabel, es usted muy afortunada, la felicito.
Doña Isabel: —La verdad que sí Señoría. Me encargué darles la mejor educación. Todo mi esfuerzo no ha sido en vano.
Virrey: —Claro que no, es usted una excelente madre.
Yasí estaba sirviendo tan feliz pensando en que pronto ella y su madre serían libres, que su cansancio significó nada. Un joven indígena llamado Kuray, les iba a buscar para escapar a la medianoche cuando todos estarían dormidos. Kuray era hijo de la amiga de su madre, la madre de Kuray era africana y su padre indígena, era apuesto de piel morena, sus rulos caían sobre su rostro que destacaba su mirada fuerte, sus ojos negros y pestañas tupidas, sus labios gruesos y su nariz saliendo en una perfecta línea recta. Kuray era un joven fuerte y valiente que amaba a Yasí desde pequeños, y Yasí correspondía a sus sentimientos por lo que sus padres estaban muy contentos. Kuray y Yasí siempre soñaron con lograr la libertad para ellos y su gente. Así, Kuray se aventuró en la peligrosa hazaña de escapar junto a su padre y otros hombres para formar un ejército guerrillero, el cual se escondía en lo espeso de la selva entre yacarés, yaguaretés, yararás y otros animales peligrosos.
Era hora de servir el banquete, y Yasí entra al salón vestida con un delantal impecablemente blanco y por debajo un vestido largo que usaba la servidumbre, también impecablemente limpio y unas alpargatas de tela. Su cabello negro estaba perfectamente recogido en dos trenzas, una a cada lado de las orejas. Cuando Yasí se acercó para servir el vino al Virrey. El Virrey al ver la belleza de Yasí quedó impactado, e inmediatamente le llamó la atención por qué la esclava tenía piel blanca, por lo que se atrevió a preguntar:
Virrey:—Oidor ¿cómo es que su esclava es blanca?
Oidor: —¿Qué me quiere decir con esa pregunta Vuestra Señoría? ¿Acaso duda de mi fidelidad conyugal?
Virrey: —Por supuesto que no, solamente me pareció extraño.
El Oidor se molestó un poco con la pregunta.
Yasí sorprendida por el entredicho, se retiró un poco apenada, una vez cumplida su labor.
Llegó la noche, Yasí y su madre estaban listas para partir. La madre de Yasí sentía bastante tristeza por tener que dejar al Oidor quien siempre la quiso, y a quien ella amaba mucho, pero el anhelo de ser libre que tenían todos los esclavos se traducía en una lucha que recién estaba empezando y que se empezaba a transformar en una pequeña luz de esperanza en medio de la oscuridad.
La madre de Yasí dejó una carta de despedida entre las páginas del libro favorito del Oidor, antes de partir.
Amado mío:
Te escribo estas líneas porque no he tenido el valor de decirte la verdad de frente. Te pido perdón por esto. Cuando leas esta carta seguramente Yasí y yo estaremos muy lejos. Necesitamos vivir en libertad, por eso nos vamos. Espero que nos puedas perdonar algún día, por irnos. Te agradezco todo lo que has hecho por nosotras.
Te extrañaré mucho.
Atte.: Tu amada, Alba.
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Comments
Verónica Acosta
Hola ☺️ Saluditos 💋 Espero que acompañen a Yasí en ésta historia de amor y lucha por hacer realidad sus sueños. 💫
2025-01-30
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