El Vínculo Inquebrantable

La luz tenue que se filtraba a través de las cortinas creaba un ambiente acogedor mientras los rayos del sol se dibujaban en las paredes. Sin embargo, mi corazón latía con la intensidad de un mar tempestuoso que imploraba arrasar con todo. Sabía que el camino hacia la sanación de Ethan estaba plagado de peligros y secretos, pero estaba decidida a enfrentarlos. Mi determinación brillaba como una estrella en una noche oscura; no me rendiría fácilmente. Mientras la calma se asentaba en la habitación, una chispa de creatividad brotó en mi mente.

—Ethan… —murmuré, tomando un respiro profundo—. ¿Tienes alguna habitación libre en esta casa?

Él me miró, arqueando una ceja, un claro gesto de confusión.

—¿Una habitación? —repitió, con voz cansada y preocupación en sus ojos—. ¿Para qué la necesitas?

Entendía su desconcierto. En mi tiempo, había hecho maravillas con la ciencia, aunque esa palabra no tuviera significado en la época de Ethan. Me senté un poco más erguida, buscando la manera de explicarle sin asustarlo.

—Quiero crear un laboratorio —dije, mi voz firme—. Un lugar donde pueda experimentar y trabajar con… medicamentos.

El entrecejo de Ethan se frunció, como si tratara de desentrañar un rompecabezas complejo.

—¿Laboratorio? ¿Medicam… qué? —preguntó, pronunciando cada sílaba con cautela. Era evidente que la idea de un laboratorio le era ajena.

Tomé un segundo para encontrar las palabras adecuadas. Sabía que la medicina, tal como él la conocía, era rudimentaria. Las curaciones se basaban en hierbas y remedios tradicionales, y no existía la tecnología que había dado por sentado en mi vida anterior.

—Un laboratorio es un lugar donde puedo estudiar las propiedades de las plantas —comencé—. Y experimentar con ellas para crear soluciones que alivien el sufrimiento. Como las hierbas que usas, pero quiero combinarlas de formas nuevas.

Ethan pareció asimilar la información, aunque su expresión seguía reflejando confusión.

—¿Combinarlas? ¿Cómo? —Su curiosidad se despertó, y noté un atisbo de interés en sus ojos fatigados.

—Es como un químico que mezcla elementos —dije, dejando que mi entusiasmo comenzara a brillar—. Usando las propiedades de cada planta, podemos crear algo inédito que ayude a sanar mentes y cuerpos. Por ejemplo, si encontramos hierbas que calman la ansiedad, puedo mezclarlas para crear un remedio más potente.

—Entonces, necesitas… hierbas raras, ¿verdad? —Ethan se inclinó hacia adelante, olvidando momentáneamente su cansancio, mientras comprendía la magnitud de lo que pretendía hacer.

—Exactamente —respondí, sintiendo cómo mi emoción crecía—. Hay muchas plantas con propiedades curativas, algunas incluso pueden ayudarte a enfrentar tu enfermedad. Pero necesito un espacio donde trabajar y experimentar sin interrupciones.

Ethan asintió lentamente, considerando la idea. La noción de ayudarme le había dado un nuevo propósito.

—¿Y dónde piensas poner este laboratorio? —preguntó, su voz más firme—. ¿En la mansión?

—Podría ser —respondí, sintiendo que la chispa de esperanza se avivaba—. Pero necesito un lugar discreto, donde nadie me interrumpa. Tal vez en el bosque, donde hay muchas plantas que podrían ayudarme.

Al oír mis palabras, Ethan sonrió, iluminando la habitación. —Puedo ayudarte a recoger las hierbas. Conozco lugares en el bosque donde crecen plantas raras. A veces son difíciles de encontrar, pero valen la pena. He escuchado a los ancianos hablar de ellas.

Sus palabras resonaron en mí como una melodía esperanzadora. Ethan se había convertido en mi ancla, y juntos podríamos forjar un camino para salir del caos.

—Perfecto —dije, sintiendo que nuestra conexión se hacía más fuerte—. Pero también necesitaré ciertas herramientas. A veces son objetos simples, pero esenciales para mi trabajo.

Su rostro se tornó serio, como si los años de lucha lo hubieran entrenado para entender la importancia de no rendirse.

—Entonces, hagamos una lista. Iré a buscar lo que necesites —ofreció con convicción, llenándome de gratitud.

—¡Oh, esto sí que es genial! —dije, con entusiasmo—. Si tengo mis propias herramientas, será más rápido y efectivo poder crear y hacer funcionar las píldoras.

Mientras conversábamos, la puerta se abrió de golpe, y un guardia entró con expresión de urgencia.

—¡Ethan! —exclamó, su voz resonando en las paredes—. El rey te convoca a una reunión de inmediato. Es urgente.

Mi corazón se detuvo un instante. La tensión se apoderaba del aire, y el brillo de esperanza que había surgido entre Ethan y yo se desvanecía. Ethan se puso de pie, la confusión en su rostro se tornó rápidamente en preocupación. Se limitó a pensar detenidamente y luego se volvió hacia mí, y en sus ojos azules, vi su frustración ante la inesperada situación.

—¿Ahora? —preguntó, tratando de comprender lo que significaba esta interrupción—. ¿No puede esperar?

El guardia sacudió la cabeza, impaciente. —Lo siento, no es algo que pueda ignorar. El rey está preocupado por la situación en la frontera y necesita tu consejo.

Sentí un nudo en el estómago. Sabía que la llamada del rey era importante, pero también entendía que el tiempo que Ethan pasara alejado podría ser crucial para avanzar en nuestro proyecto de sanación. No solo la salud de Ethan estaba en juego; los destinos de muchas personas dependían de nuestro trabajo.

—Ethan...

Ethan me miró, y pude sentir cómo sus pensamientos luchaban por encontrar claridad. Finalmente, respondió: —Lo sé, pero no puedo ignorar la llamada del rey.

Asentí, resignada. Mi mente giraba buscando una solución que pudiera mantener el hilo de nuestra conexión. —Entonces, por favor, hazlo rápido. Y cuando regreses, podemos seguir trabajando juntos.

—Haré lo posible —prometió Ethan, su voz firme, aunque marcada por la preocupación. Luego se volvió hacia el guardia—. Dame un momento para prepararme.

Mientras el guardia se mantenía firme, sentí la angustia apoderarse de mí. Cada segundo que pasaba sin que pudiéramos continuar me hacía pensar en lo volátil de nuestra situación. Necesitaba ese laboratorio; necesitaba que él volviera.

Ethan recogió su capa y se volvió hacia mí una vez más. Sus ojos brillaron con determinación, pero también con la tristeza de una breve despedida. —Voy a volver tan pronto como pueda. Lo prometo. —La puerta se cerró detrás de él, y el silencio se instaló en la habitación.

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