El Despertar De Luna: En Las Manos Del Enemigo

El Filo del Caos

...|| Ethan Blackwood ||...

Desperté en medio de una oscuridad que me envolvía de manera abrumadora, una penumbra que parecía silenciar todos los ruidos a mi alrededor. El sabor metálico y acuoso de la sangre aún permanecía en mi boca, una sensación inquietante que me hacía sentir vulnerable. Mi cabeza latía con un dolor agudo y punzante que recorría cada rincón de mi mente, como si un martillo invisible golpeara mi cráneo sin descanso.

La confusión se apoderó de mis pensamientos, creando un caos interno mientras intentaba recordar cómo había llegado a este estado. Las imágenes se entrelazaban y se desvanecían, dejando sólo sombras de recuerdos vagos que apenas lograban tomar forma. Con cada segundo que pasaba, mis sentidos comenzaron a activarse de manera gradual, como si estuvieran despertando de un profundo letargo.

Fue entonces cuando, en medio de esa niebla mental, comprendí que me encontraba en el mismo lugar donde todo había comenzado, en el instante crucial de mi transformación. Recordé la noche en que todo cambió, cada detalle de la experiencia que había dado un giro inesperado a mi vida. La atmósfera cargada de tensión, los susurros de la oscuridad y la sensación de que algo insólito estaba a punto de suceder. Ese lugar, impregnado de memorias intensas, ahora me devolvía una sensación de desasosiego y desconcierto.

Miré a mi alrededor, y una ola de profundo horror invadió cada rincón de mi ser al fijar la mirada en la figura de Rachel, tendida en el suelo, inerte, sin manifestar la más mínima señal de vida. Las últimas palabras que me había dirigido resonaban en mi mente, repitiéndose una y otra vez como ecos implacables que se negaban a desvanecerse. En ese preciso instante, el peso de la culpabilidad se cernía sobre mí, aplastando mi pecho con una intensidad abrumadora, como si una pesada losa se hubiera asentado en lo más profundo de mi ser, dificultando mi respiración y sumergiendo mi corazón en una profunda angustia. La desesperación me envolvía, y cada vez que intentaba pensar en algo distinto, la imagen de Rachel y la carga de mis emociones volvían a golpearme con la misma fuerza devastadora.

—¿Rachel? —murmuré débilmente, arrastrándome torpemente hacia ella con manos temblorosas llenas de angustia.

La herida en su hombro seguía sangrando de manera abundante, tiñendo el suelo a su alrededor con un rojo intenso que resaltaba drásticamente frente al paisaje circundante. Su piel, que antes relucía con un brillo saludable y vital, había perdido ese fulgor, adquiriendo un tono pálido, casi etéreo, lo que le confería un aire fantasmal y desolador. En ese momento, una ola abrumadora de desesperación y remordimiento me invadió por completo; la dura y amarga realidad se implantaba en mi mente con una claridad devastadora: era yo quien había infligido este daño tan atroz. Me arrodillé junto a ella, sintiendo cómo mis manos temblorosas buscaban con ansiedad recorrer su cuerpo en busca de algún signo de vida que me ofreciera una chispa de esperanza, un pequeño indicio que pudiera contrarrestar la angustia que me atenazaba. Mis dedos se deslizaban con delicadeza y urgencia, tratando de captar cualquier señal que sostuviera la posibilidad de que aún había tiempo, de que quizás aún había una manera de redimir lo irreparable.

—Rachel, por favor, despierta… —susurré con voz quebrada, la angustia evidente en cada palabra. — no puedes morir no te permito hacerlo — Me sentía como un monstruo, incapaz de controlar la oscuridad que había irrumpido en mí, transformándome en lo que más temía.

En ese momento, volví a recordar las propiedades curativas que poseía mi saliva, un extraordinario don que ya había empleado en ocasiones anteriores para cerrar y sanar sus heridas. Sabía que no podía permitirme perder ni un instante más. Sin dudarlo ni un solo momento, me incliné hacia la lesión que tenía en su hombro y comencé a lamerla con sumo cuidado, aferrándome con todas mis fuerzas a la esperanza de que mi habilidad fuera suficiente para revertir el daño que, en ese momento, me parecía irreversible.

El tiempo parecía dilatarse, y en ese momento irrepetible, algo extraordinario ocurrió. La sangre negra que brotaba de su herida comenzó a cambiar de color, tornándose en una tonalidad vibrante. Fue como si los hilos de su vida comenzaran a regenerarse, entrelazándose con los míos pero aunque eso sucedió la herida no se cerró y se suponía que en cuestión de segundos tenía que hacerlo

—¿Qué está pasando? ¿Por qué no sana?— pregunté, confundido y angustiado. —¡Rachel!— grité, como si pronunciar su nombre pudiera traerla de vuelta a mi lado. Mi corazón latía con una intensidad abrumadora mientras intentaba lidiar con el caos que invadía mi mente. Ella merecía tener una segunda oportunidad, una oportunidad para regresar y sanar.