UN AMOR DE VERDAD
Había una vez en una gran ciudad de un próspero país, una familia muy feliz. Ellos vivían en una lujosa mansión rodeada de hermosos jardines y extensos prados verdes.
La familia estaba compuesta por el padre, la madre y un hijo que era el orgullo de sus padres. Desde que Leonardo nació se había robado toda la atención de sus progenitores.
El padre se dedicó a darle el estudio y las enseñanzas prácticas que el joven necesitaría en la vida. Lo preparó como a un príncipe para que siempre viviera rodeado de comodidad y satisfacción.
La madre, por su parte, se encargó de darle cariño y dulzura. Lo mimaba y lo atendía como si de un rey se tratase. No había capricho que su madre no complaciera al instante. Leonardo era un niño hermoso e inmensamente feliz, tenía todo lo que necesitaba con tan solo desearlo.
Así fue pasando el tiempo y Leonardo seguía creciendo. Se estaba convirtiendo en un joven muy inteligente y dedicado a sus estudios. Pero con el pasar de los días, también se empezó a dar cuenta de que su atractivo físico y su confianza en sí mismo, era algo que llamaba poderosamente la atención entre quienes lo rodeaban.
Poco a poco Leonardo iba notando el poder que ejercía sobre los demás. Su personalidad y su apariencia física eran un imán para seducir y manipular a quienes a él se le antojaba.
A su corta edad, ya tenía todo un historial de conquistas en su haber.
Era la envidia entre sus amigos. Las enamoradizas mujeres lo asediaban noche y día, cosa que empezó a ser de gran preocupación para su madre. Leonardo llegaba cada vez más tarde a casa y casi siempre oliendo a licor.
Aquel día, ella decide entonces que al regresar su esposo del trabajo, lo abordaría para ver la mejor manera de tratar el asunto de su joven hijo. Era necesario tener una buena conversación con Leonardo y hacerle ver que todo acto conlleva consecuencias y responsabilidades.
Después de cenar y en vista de que Leonardo aún no llegaba, la madre decide iniciar la conversación. Toma de la mano a su amado esposo y lo conduce a la gran sala. Una vez sentados, ella le dice:
-Cariño, es necesario que hables con tu hijo. Ya no es un adolescente, ahora es todo un hombre. Y como tal, está descubriendo como caballo desbocado todos los placeres que la vida le puede brindar.
—Estoy muy preocupada porque no sé si él puede manejar todo esto con control, sin arriesgarse a caer en los peligros que una vida con excesos le puede acarrear. ¿Tú qué piensas cariño?
-Amor, quédate tranquila. Todos los hombres pasamos por lo mismo. Cuando nuestras hormonas se despiertan es un mundo fascinante el que descubrimos. No te voy a negar que es muy difícil el autocontrol a su edad, pero es algo que él mismo irá consiguiendo.
-Para tu tranquilidad hablaré claramente con él. Sin embargo querida mía, a mi no me preocupa tanto el hecho de que esté llevando una vida un tanto lujuriosa. Lo que a mi personalmente me está preocupando y con mucha tristeza, es que he notado que Leonardo se está convirtiendo en un muchacho ególatra. Solo piensa en sí mismo y es incapaz de sentir pena o interés por el dolor ajeno.
-El otro día le pedí de acompañarme a una de las clínicas donde hago mis donaciones. Sabes que estas instituciones necesitan de nuestro apoyo para atender a tantas personas enfermas, que no tienen recursos para acceder a su curación, por eso siempre las hemos tenido en cuenta.
-Pues ese día Leonardo se expresó de una manera muy fría e indolente. Lo vi incómodo y fastidiado con las personas que humildemente se acercaron para saludarnos. Aquel ambiente triste y lastimoso, en vez de conmoverlo, lo irritó.
—No le dije nada en ese momento, pero me partió el corazón verlo tan indiferente y carente de misericordia. ¡Ese para mi, sí es un verdadero problema en un hombre!
-Tienes toda la razón, cariño. ¿Qué crees que debemos hacer? Nuestro hijo es un buen muchacho, ¡pero no se puede ser tan frívolo en la vida! Si continúa así, en vez de ser un hombre amado y feliz, se convertirá en un frío tirano y terminará solo y amargado.
Pero por más esfuerzos, conversaciones y reclamos que estos preocupados padres intentaron durante años, no consiguieron que su mimado hijo reconsiderara su actitud fría y desinteresada hacia los demás.
Con el transcurrir de los años, Leonardo se convirtió en un exitoso profesional. Un distinguido empresario, físicamente muy atractivo, todo un galán, pero su egoísmo e indolencia hacia los demás también habían crecido. Leonardo se sentía el centro del universo. Creía que todo giraba en torno a él y a sus deseos.
Comenzó a trabajar en la empresa de su padre. Impactaba cuando llegaba a las oficinas. Todos giraban para verlo caminar y hablar. Pronto se convirtió en el sueño más codiciado de las empleadas que embelesadas lo admiraban.
Sabiendo del efecto que causaba en los demás, se paseaba por la empresa con altivez y elegancia. Le gustaba que todos se rindieran a sus pies y complacieran sus exigencias, pero era incapaz de agradecer y de interesarse sinceramente por el bienestar de otras personas.
A diferencia de él, su padre sí tomaba en cuenta la vida personal de sus empleados. Una vez por mes se reunía con todos, escuchaba sus sugerencias, inconvenientes y se esforzaba por solucionar cualquier problema que les impidiera trabajar con entusiasmo.
Mientras tanto Leonardo, aburrido durante esas sesiones, aprovechaba el tiempo para mandar mensajes subidos de tono a sus conquistas y leer uno que otro comentario que elevara su ego al cielo.
Para su padre, quien lo observaba a distancia con discreción, este tipo de comportamiento era inaceptable. Así que dispuesto a ayudar a su hijo a corregir esta actitud, al finalizar la reunión, le pasó un brazo sobre su hombro y con cariño le pidió estar presente esa noche en casa para la cena.
Una vez terminada la cena, el padre muy complacido pues Leonardo finalmente había aceptado cenar con ellos, le dijo que hacía mucho tiempo no había disfrutado de cenar juntos en familia, como debía ser siempre.
—Padre, ¡no empieces! No vayas a comenzar con tus chantajes sentimentales para hacerme sentir mal. Te conozco y sé que este tipo de cenas familiares son para insistir en que no debo salir tanto a divertirme, que me debo casar… etc, etc.
— Hijo, ¿No crees que es importante disfrutar de una buena velada en familia? Hay tantos temas que tranquilamente pudiéramos tratar luego de una buena cena. Por ejemplo: tu futuro.
La madre con cariño toma la mano de su hijo y también interviene.
—Sí cariño. Nadie está en contra de que te diviertas, pero la vida no se trata solo de vivir el presente como si no hubiera un mañana.
—Madre! ¿Tu también con el mismo tema del futuro? No por favor! Yo solo quiero vivir el presente. ¡No insistan!
El padre se acerca un poco más y con un tono de voz suave y dulce lo tranquiliza.
—Sé que este tema te molesta Leonardo, pero lo hacemos por tu bien. Tu madre y yo hemos conversado mucho y hemos llegado a la conclusión de que cometimos un grave error al darte todo lo que querías. Pienso que al ser nuestro único hijo volcamos todo nuestro amor en ti y te consentimos demasiado.
—Leonardo, escúchame bien por favor. Ya tienes edad suficiente para casarte y tener tu propia familia. Hijo, un buen matrimonio te enseñará a compartir con alguien más tus sueños, tus intereses. Aprenderás a disfrutar de buenos momentos en familia con una persona que te ama, que te apoya…
—No, no, no, no! No me digan eso. A ver, qué tiene de malo que yo no quiera casarme nunca, ni tener hijos. Yo soy muy feliz como estoy viviendo ahorita. Cero compromisos, cero problemas. Por favor, ¡basta con este tema!
—No hijo, no es que nos quejemos de tus decisiones, es solo que siempre estás de fiesta con tus amigos, no tomas en serio ninguna relación con una buena mujer y lo que más nos duele, es que por pensar solo en ti mismo, a veces hasta te olvidas de nosotros.
—¡No digas eso padre! Yo los amo y sé que siempre voy a contar con ustedes.
—Hijo, respetamos tu manera de pensar, no te molestes. Lo que sucede es que no queremos dejarte solo, la vida no es eterna.
—Lo que dice tu padre es muy cierto Leonardo. Estaríamos más tranquilos, si supiéramos que hay alguien contigo compartiendo tu vida.
—Leonardo, como tu padre te puedo decir que cuando te encuentras con alguien tan especial, como cuando yo encontré a tu madre, es hermoso. Ella me robó el corazón desde el primer instante que la vi.
Ambos se toman de la mano.
—Sí hijo, este apuesto caballero llegó a mi vida para no irse jamás. Lo amé desde el primer instante que lo conocí. Me enamoré como nunca!
—Hijo, y yo te puedo decir, que nunca fui tan feliz como ese día cuando uní mi vida a esta hermosa mujer que es tu madre. Para nosotros han sido los mejores años de nuestras vidas.
—Y luego, para hacer más dichoso nuestro matrimonio, viniste tú a llenarnos aún más de felicidad. Y eso deseamos también para Ti: ¡UN AMOR DE VERDAD!
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Comments
Martha Divas Delgado
me gusta autora se b k ba a estar picante y muy buena ya veremos cómo
2025-01-03
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Dalia Barco
Aquí estoy embarcando me de nuevo en tu cuarto historia, se que será espectacular y emocionante como las anteriores 😜👍😘
2025-01-08
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