Inusitadas Ocurrencias

El reloj marcaba ya las once y media, y la fiesta había alcanzado ese punto donde las risas son más fáciles y las inhibiciones más ligeras. Marta, con las mejillas sonrosadas por el baile y quizás una copa de más, se dejó caer en uno de los sofás junto a Elvira. El ejercicio y el vino habían conspirado para convertir el aire acondicionado en un mero adorno decorativo.

—¡Madre mía, qué calor! —exclamó, abanicándose con una servilleta—. No recordaba que bailar fuera tan agotador.

Arturo, quien parecía haber desarrollado un repentino interés por esa zona particular del salón, se acercó con dos copas de sangría. Su camisa azul, ligeramente desabrochada por el ambiente festivo, le daba un aire casual que contrastaba con su habitual formalidad.

—¿Las señoritas necesitan refrescos? —ofreció, manteniendo una sonrisa que intentaba ser casual pero que Elvira catalogó inmediatamente como "sonrisa de lobo con intenciones".

—¡Mi salvador! —bromeó Marta, incorporándose ligeramente para aceptar la copa.

Fue entonces cuando sucedió. En un movimiento que pareció desarrollarse a cámara lenta para deleite de Arturo y diversión de Elvira, Marta cruzó las piernas para acomodarse mejor. Su falda, que hasta ese momento había mantenido una discreta compostura, decidió revelarse contra la gravedad. El tejido se deslizó como una cortina que se abre en el momento culminante de una obra, ofreciendo una vista fugaz pero inequívoca de una prenda íntima color naranja que brillaba como un atardecer prohibido.

Arturo, pillado completamente desprevenido por este espectáculo improvisado, se quedó paralizado con las copas en alto, como una estatua de la perplejidad. Su mandíbula pareció olvidar momentáneamente cómo funcionaba la gravedad, y el color de su rostro comenzó a competir con el de la sangría.

Elvira, observadora profesional de momentos incómodos, contuvo una carcajada al ver cómo Arturo intentaba simultáneamente mirar y no mirar, mantener la compostura y no derramar las bebidas, todo mientras su cerebro parecía estar ejecutando un reinicio de emergencia.

—¿Te encuentras bien, Arturo? —preguntó Elvira con fingida inocencia—. Pareces algo... acalorado.

—Yo... eh... las copas... es decir... —balbuceó él, mientras sus ojos realizaban una danza frenética entre el techo, el suelo y cualquier punto que no fuera el sofá.

Marta, ajena al caos que había desatado, ajustó su falda distraídamente, sellando aquel pequeño momento de revelación que había dejado a Arturo en estado de cortocircuito mental.

—¿Seguro que estás bien? —insistió Marta, inclinándose hacia adelante con genuina preocupación, creando sin querer un nuevo ángulo que no ayudó en nada a la recuperación de Arturo—. Estás rojo como un tomate.

—Debe ser el calor —intervino Elvira, con una sonrisa que sugería que estaba disfrutando cada segundo de aquella pequeña comedia—. ¿Por qué no te sientas con nosotras, Arturo? Antes de que se te caigan las copas... o algo más.

Arturo se sentó mecánicamente, su mente todavía procesando aquella imagen que, estaba seguro, lo perseguiría en sus sueños. Elvira, maestra en el arte de la observación, notó cómo él intentaba mantener una conversación coherente mientras su memoria visual trabajaba horas extra.

—¿Sabes, Arturo? —comentó Elvira con malicia—. Dicen que el naranja es el color de la creatividad... y de los pensamientos inesperados.

La sangría en la copa de Arturo sufrió un pequeño tsunami.

Las tres de la madrugada llegaron sigilosas, como un ladrón de energías. La música había bajado a susurros y el salón de eventos comenzaba a mostrar las cicatrices de la celebración: copas medio vacías, servilletas arrugadas y el confeti que decoraba el suelo como estrellas caídas. Los últimos supervivientes de la fiesta se despedían entre bostezos mal disimulados y promesas de repetir la experiencia.

Marta y Ernesto iniciaron el ascenso por las escaleras, ella descalza con sus tacones en la mano —víctimas de demasiadas horas de baile— y él aflojándose la corbata como quien se libera de una condena. El vino había dejado en ambos esa pesadez placentera que hace que el mundo parezca moverse a cámara lenta.

Fue en el rellano entre el segundo y tercer piso donde se produjo el encuentro. Arturo bajaba con Karina acurrucada en sus brazos, la pequeña completamente rendida al sueño, con sus coletas deshechas y un peluche aprisionado contra su pecho. La luz mortecina de la escalera creaba sombras que bailaban en las paredes, como testigos silenciosos de lo que estaba a punto de suceder.

—Buenas noches —susurró Arturo, su voz ronca y suave como terciopelo gastado.

Sus ojos, al encontrarse con los de Marta, parecían contener todo un universo de posibilidades no dichas. La mirada se prolongó una fracción de segundo más de lo socialmente aceptable, el tipo de mirada que hace que el aire se vuelva espeso y el tiempo se detenga.

—Buenas noches —respondió Marta, y en esas dos palabras había más que una simple despedida.

El cosquilleo que recorrió su espina dorsal nada tenía que ver con el vino que había bebido. Era algo más primitivo, más peligroso, como electricidad estática antes de una tormenta. Sus dedos se cerraron con más fuerza alrededor de los tacones, buscando un ancla en la realidad.

Ernesto, a su lado, parecía estar en otro planeta. Sus pensamientos vagaban por los pasillos de la memoria reciente, reproduciendo una y otra vez la imagen de Rosario: el movimiento hipnótico de su falda al caminar, la forma en que sus labios se curvaban al sonreír, ese gesto desdeñoso que la hacía parecer inalcanzable y por ello mismo más deseable. En su mente, repasaba cada una de sus meteduras de pata de la noche, cada comentario torpe que ella había respondido con elegante sarcasmo.

El momento se estiró como caramelo caliente hasta que Karina, en sus sueños, murmuró algo ininteligible y se removió en los brazos de su padre. El hechizo se rompió como una pompa de jabón.

—Que descansen —añadió Arturo, sus ojos aún anclados en Marta como si quisiera memorizar cada detalle de su rostro sonrojado.

—Igualmente —respondió Ernesto automáticamente, su mente todavía perdida en el recuerdo de una falda negra y una sonrisa sardónica de una jovencita.

Mientras continuaban su ascenso, el eco de sus pasos en la escalera parecía marcar el ritmo de los pensamientos no pronunciados. Marta podía sentir aún el peso de la mirada de Arturo sobre su piel, como una caricia fantasma que se negaba a desaparecer. A su lado, Ernesto seguía navegando en sus propias fantasías, ajeno al pequeño drama que se había desarrollado junto a él.

Capítulos
1 Bienvenidos al Edificio
2 Subiendo las Escaleras
3 Regañando a Don Pepe
4 Las Reglas de la Comunidad
5 Desafiando las Leyes de la Física
6 El Vestido Veraniego
7 La Peculiar Rosario
8 Desnudando a una Gacela
9 Las Llaves Perdidas
10 El Mueble Rebelde
11 La Videollamada de Ernesto
12 Transmisión en Vivo
13 Risas y Malos Entendidos
14 Un Éxito en las Redes Sociales
15 Fiesta para Ernesto y Marta
16 Accidentes en la Fiesta
17 Inusitadas Ocurrencias
18 Recuerdos de la Fiesta
19 El Sueño del Edificio
20 Invitación no Rechazada
21 Triángulos Amorosos
22 En Salón Comunitario
23 Los Primeros Vecinos
24 Se Pone Interesante
25 Escaneo y Recuerdos
26 ¿Empieza la Sesión o los Enredos?
27 Los Gemelos al Ataque
28 Final de Sesión de Yoga
29 Un Mensaje de Amor
30 ¿Tantos Sospechosos?
31 Todos se Acusan
32 El Misterio Continuará
33 Cine en la Azotea
34 Pequeños Inconvenientes
35 Apagón en la Azotea
36 Y se Hizo la Luz
37 Salón de Eventos del Edificio
38 Entre Marta y Rosario
39 Un Espectáculo Maravilloso
40 Una Bailarina de Porcelana
41 Regalos y Resignación
42 La Noche de las Confesiones
43 Por Las Noches Alguien La Sigue
44 Admirando la Creatividad
45 Masajeador de Cuellos
46 Los Nombres Cambiados
47 Sonidos Muy Sospechosos
48 El Misterio de los Mensajes
49 Material Educativo y Balcón Ajeno
50 Movimientos Extraños y Encajes de Colores
51 Las Tuberías de Agua Pueden Esperar
52 El Beso
53 Discreción, un Concepto tan Extraño
54 A Ignorar los Chismes
55 ¿Enseñar Matemáticas u Otra Cosa?
56 Pensamientos Prohibidos
57 El Hallazgo Que Desata El Caos
58 Cómo Un Reguero De Pólvora
59 Se Generaliza Murmullos y Chismes
60 Un Pensamiento Inquietante
61 Cuatro Veces Negado
62 El Descubrimiento
63 Propuesta Indecente
64 Un Juego Peligroso
65 Un Chivo Expiatorio
66 Acorralado
67 Nada es Gratis
68 ¿Y si Esa Prenda Fuera Mía?
69 Enredos Con La Prenda Íntima
70 Aparece la Dueña de la Prenda
71 ¡Atención, lectores apasionados de "Abriendo Placeres en el Edificio"!
72 Crónica de un Desastre Anunciado
73 Presagio De Una Tormenta
74 Telarañas De Secretos
75 Esta Noche, Encaje Negro
76 ¿Quiénes Son Esos Admiradores?
77 El Tribunal Del Deseo
78 Reunión Vecinal Aburrida
79 Una Reacción En Cadena
80 El Robo De La Intimidad
81 Desaparición De Una Prenda Roja
Capítulos

Updated 81 Episodes

1
Bienvenidos al Edificio
2
Subiendo las Escaleras
3
Regañando a Don Pepe
4
Las Reglas de la Comunidad
5
Desafiando las Leyes de la Física
6
El Vestido Veraniego
7
La Peculiar Rosario
8
Desnudando a una Gacela
9
Las Llaves Perdidas
10
El Mueble Rebelde
11
La Videollamada de Ernesto
12
Transmisión en Vivo
13
Risas y Malos Entendidos
14
Un Éxito en las Redes Sociales
15
Fiesta para Ernesto y Marta
16
Accidentes en la Fiesta
17
Inusitadas Ocurrencias
18
Recuerdos de la Fiesta
19
El Sueño del Edificio
20
Invitación no Rechazada
21
Triángulos Amorosos
22
En Salón Comunitario
23
Los Primeros Vecinos
24
Se Pone Interesante
25
Escaneo y Recuerdos
26
¿Empieza la Sesión o los Enredos?
27
Los Gemelos al Ataque
28
Final de Sesión de Yoga
29
Un Mensaje de Amor
30
¿Tantos Sospechosos?
31
Todos se Acusan
32
El Misterio Continuará
33
Cine en la Azotea
34
Pequeños Inconvenientes
35
Apagón en la Azotea
36
Y se Hizo la Luz
37
Salón de Eventos del Edificio
38
Entre Marta y Rosario
39
Un Espectáculo Maravilloso
40
Una Bailarina de Porcelana
41
Regalos y Resignación
42
La Noche de las Confesiones
43
Por Las Noches Alguien La Sigue
44
Admirando la Creatividad
45
Masajeador de Cuellos
46
Los Nombres Cambiados
47
Sonidos Muy Sospechosos
48
El Misterio de los Mensajes
49
Material Educativo y Balcón Ajeno
50
Movimientos Extraños y Encajes de Colores
51
Las Tuberías de Agua Pueden Esperar
52
El Beso
53
Discreción, un Concepto tan Extraño
54
A Ignorar los Chismes
55
¿Enseñar Matemáticas u Otra Cosa?
56
Pensamientos Prohibidos
57
El Hallazgo Que Desata El Caos
58
Cómo Un Reguero De Pólvora
59
Se Generaliza Murmullos y Chismes
60
Un Pensamiento Inquietante
61
Cuatro Veces Negado
62
El Descubrimiento
63
Propuesta Indecente
64
Un Juego Peligroso
65
Un Chivo Expiatorio
66
Acorralado
67
Nada es Gratis
68
¿Y si Esa Prenda Fuera Mía?
69
Enredos Con La Prenda Íntima
70
Aparece la Dueña de la Prenda
71
¡Atención, lectores apasionados de "Abriendo Placeres en el Edificio"!
72
Crónica de un Desastre Anunciado
73
Presagio De Una Tormenta
74
Telarañas De Secretos
75
Esta Noche, Encaje Negro
76
¿Quiénes Son Esos Admiradores?
77
El Tribunal Del Deseo
78
Reunión Vecinal Aburrida
79
Una Reacción En Cadena
80
El Robo De La Intimidad
81
Desaparición De Una Prenda Roja

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