Renasci

Renasci

Capitulo 1

La brisa del mar se siente fría esta noche; la melancolía me consume. Veo el mar y las olas parecen susurrar secretos al estrellarse contra el risco. ¿Soy uno de sus secretos? Es lo que me pregunto cada día desde que llegué a este lugar. Decidí huir de mi vida; siento que la vida me ha golpeado tanto que ahora desearía solo llorar. Los sentimientos me consumen y, sola, parada en este acantilado, puedo preguntarme si debo seguir adelante o simplemente terminar.

Sé que estoy completamente rota; las lágrimas no dejan de caer y ahora estoy más cerca de la orilla. Mis pies parecen moverse por sí solos y mi pecho guarda un grito de dolor que oprime mi pecho. El aire me falta y el corazón me duele tanto que realmente creo que está roto. Ahora puedo tocar el borde con los dedos; solo quiero arrancarme todo este dolor y seguir adelante, pero ya no puedo.

Toda mi vida parece una película escrita para retratar el dolor y el sufrimiento, pero poco a poco siento cómo todo eso se va, junto con el resentimiento, la soledad y las noches que no pude dormir. Solo puedo sentir el aire que atraviesa el delgado vestido y el sabor a sal que llega a mi boca. El mar cada vez está más cerca y ahora solo quiero cerrar los ojos; es hora de dejarme ir.

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Desperté en un lugar desconocido, rodeada de comodidad y lujo. Todo es tan extraño.

El sol lastima mis ojos; no se supone que deba sentirse así después de morir. Poco a poco, al abrir mis ojos, la luz me deslumbra. No reconozco este lugar. ¿Qué es esto? ¡Estoy en una cama! Jamás había visto un lugar como este. Por el balcón entra el aire fresco; todo se ve limpio. Realmente, no sé dónde estoy. Debería estar muerta, ¿no? ¿Quién sobrevive a una caída así? Las cortinas blancas se mueven con el viento, pero no siento frío. Nunca me había llegado a sentir así. Tal vez esto es el cielo. Un olor a pan tostado tocó mi nariz; olía delicioso y mi estómago gruñó al percibir el olor a comida.

Decidí levantarme. No quería hacerlo; la cama era cómoda y las sábanas muy suaves, pero el hambre me obligó a hacerlo. Caminé hacia la puerta, tan grande como la habitación. Se veía pesada, pero pude abrirla con facilidad. Había un pasillo largo con una decoración tan fina como la de la habitación. Seguí caminando; había más puertas a lo largo del pasillo. Este lugar era realmente grande, pero no había absolutamente nadie. Sin embargo, en ese momento solo podía seguir el delicioso aroma a comida. Continué caminando por el pasillo hasta llegar a unas escaleras.

—Hola —dije—. ¿Hay alguien aquí?

—¡Señorita! ¡Ha despertado! Debo llamar al médico ahora, pero debe regresar a su habitación. Podría colapsar de nuevo —dijo una mujer pequeña y regordeta de ojos azules.

—¿Quién eres? —le pregunté, mirándola confundida—. ¿Dónde estoy?

—¡Por Dios, señorita, perdió la memoria! Soy su sirvienta personal, Anna, y esta es su casa. Debo llamar al doctor de inmediato —continuó mientras me tomaba del brazo—. Vamos a su habitación, la acompañaré.

—Creo que hay un error —le dije mientras me soltaba de su agarre—. Me confunde con alguien más. No sé quién cree que soy, pero está equivocada.

Mi cabeza empezó a doler; empecé a bajar las escaleras a toda prisa. Yo no conozco a esta mujer, y esta tampoco es mi casa. ¿Cómo alguien como yo podría vivir en una casa así? Crecí con una madre alcohólica que no dudaba en lastimarme si había tenido un mal día. Aún conservaba las cicatrices de sus maltratos. Mi padre no era diferente; el abuso verbal y físico aún vivían marcados en mi cuerpo y mente.

Ese hombre adicto a las apuestas hizo que varias veces termináramos viviendo en la calle. El día que tomé la decisión de marcharme fue cuando tenía quince años. El que se hacía llamar mi padre decidió que era lo suficientemente mayor para trabajar, pero cuál fue mi sorpresa cuando simplemente quería ofrecerme a sus amigos por algunas monedas. Antes de que pudiera hacerme más daño, me marché sin mirar atrás. Creo que no funcionó, no puedo dejar ir el pasado y terminé intentando acabar con mi vida. Ahora esta mujer dice que esta es mi casa. ¿Acaso está loca?

Seguí corriendo, pasé por un enorme vestíbulo.

—Señorita, espere por favor —gritaba mientras corría detrás de mí—. Aún no se ha recuperado, va a hacerse daño.

Al fin encontré la salida; me quedé paralizada. No podía creer lo que mis ojos veían.

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