La mentira perfecta.

Rogelio despertó con un fuerte dolor de cabeza. La luz que entraba por las cortinas mal cerradas del hotel le golpeaba los ojos, y sentía la boca seca por el exceso de alcohol de la noche anterior. Intentó recordar lo que había pasado, pero todo era un borrón.

Al girarse en la cama, vio a Mara sentada al borde, con una sábana cubriéndole el cuerpo y el rostro aparentemente compungido. Había lágrimas en sus ojos, y sus manos temblaban mientras jugueteaba con la tela de la sábana. Rogelio parpadeó, confuso.

—¿Mara? ¿Qué haces aquí? preguntó, su voz ronca por la resaca.

Mara levantó la mirada hacia él, su expresión parecía una mezcla de vergüenza y vulnerabilidad. Dio un leve suspiro antes de responder, como si reunir las palabras correctas le costara un esfuerzo tremendo.

—Señor Rogelio… anoche… bajó la miradapasó algo entre nosotros.

La confusión en el rostro de Rogelio se transformó rápidamente en incredulidad.

—¿Cómo que "pasó algo"? inquirió, tratando de buscar en su mente algún indicio de lo que ella decía.

Mara se levantó lentamente de la cama y caminó hacia el baño, regresando con una sabana en la mano. En la sabana había una pequeña mancha de sangre, lo que hizo que Rogelio se quedara sin palabras.

—Esto… yo… nunca había estado con nadie antes. Pensé que podía confiar en usted dijo, dejando caer unas lágrimas falsas que rodaron por sus mejillas.

Rogelio observó la escena, sintiendo un torrente de emociones: culpa, confusión y una extraña satisfacción. Aunque no recordaba nada, la idea de haber sido el primero en estar con Mara lo llenaba de una especie de orgullo posesivo.

—Mara, no sé cómo pasó esto. Estaba borracho… pero, si te hice daño… comenzó a decir, buscando palabras que arreglaran la situación.

Ella lo interrumpió, fingiendo desesperación.

—¡No diga nada, por favor! No quiero que piense mal de mí. Yo tampoco sé cómo pasó… pero lo hecho, hecho está.

Rogelio se acercó a ella, tomando sus manos con cuidado.

—Mara, si esto ocurrió… yo me haré responsable. No dejaré que pienses que fue solo un error.

Mara bajó la mirada, fingiendo una mezcla de vergüenza e inocencia. Por dentro, su mente trabajaba a mil por hora, asegurándose de que su actuación fuera lo suficientemente convincente. El asco que sentía hacia Rogelio era inmenso, pero sabía que debía mantener la fachada.

—No quiero que se sienta obligado a nada. Esto fue culpa de ambos, yo también estaba borracha respondió suavemente, dejando escapar un suspiro quebrado.Ademas usted está casado, esto no tiene que saberlo nadie, sino me muero de la vergüenza.¡Que pena con su esposa!.

Rogelio acarició su mejilla, convencido de que ella era pura, inocente y vulnerable.

—No estoy obligado, Mara. Quiero protegerte, cuidarte… más ahora que eres mía.

Mara contuvo las ganas de vomitar. Su plan iba mejor de lo esperado. Había logrado que Rogelio cayera en la trampa, y ahora él la veía como alguien a quien debía proteger y, sobre todo, poseer.

Mientras tanto, Andrés se encontraba en el mismo hotel, repasando lo que había sucedido la noche anterior. No podía quitarse de la mente a Mara, ni la intensidad de lo que había ocurrido entre ellos. Había algo en ella que lo tenía atrapado, algo que no podía ignorar.

Mientras desayunaba en el restaurante del hotel, vio a Mara y a un hombre entrar juntos. La forma en que ese hombre la miraba y cómo ella fingía una sonrisa lo pusieron en alerta. Andrés apretó los dientes, sintiendo una punzada de celos y algo más profundo: preocupación.

Sabía que Mara era mucho más de lo que aparentaba, y estaba decidido a descubrir su verdad, aunque eso significara enfrentarse al mismo Diablo.

Esa noche, mientras Mara dormía en su propia habitación, Rogelio permaneció despierto en la suya. Miraba al techo, perdido en sus pensamientos. Algo dentro de él había cambiado.

Había amado a Maribel, o al menos eso creía, hasta que llegó Mara. Pero ahora, con cada día que pasaba, se daba cuenta de que lo que sentía por Maribel no era amor, sino obsesión. Había matado a Diana por ella, algo que le pesaba cada vez más.

"¿Y si me equivoqué? ¿Y si Maribel no era el amor de mi vida?", pensó, mientras la imagen de Mara, tan joven e inocente, invadía su mente.

Quería ser libre de Maribel, libre de las cadenas de su pasado. Pero sabía que no sería fácil. Maribel no era una mujer que se dejara reemplazar, y mucho menos una mujer que olvidara.

Sin embargo, Rogelio estaba decidido. Por primera vez en mucho tiempo, sentía algo que creía haber perdido: esperanza. Esperanza de un futuro diferente, de algo más puro y genuino. Y esa esperanza tenía nombre: Mara.

Lo que Rogelio no sabía era que detrás de esa "inocencia" había una mujer con un plan. Una mujer que estaba decidida a destruirlo.

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