ℂapítulo Veinte

Al día siguiente fueron al hotel para estar con Francis, salieron a algunos lugares turísticos de Tokio donde pudiera ir el niño sin que se cansara y no tuvieran necesidad de usar mucho el oxígeno que le ayudaba cuando se sentía muy disneico.

En dos días debían volver a París, y Kento quería hacer algo especial con Adelaida. La hizo vestir con un hermoso kimono de fina seda, y como estaba iniciando la primavera, la llevó a pasear por los campos de cerezos, que estaban en flor, llamados “Sakura” del parque Yoyogi. Se veía hermosa y se imaginaba. «¿Cómo sería casarse con Adelaida y no con Yuriko?» 

Alejó esos pensamientos, el matrimonio por conveniencia es lo que debía de haber hecho hace ya dos años. No se va a enamorar de su prometida, de eso está seguro y va a cumplir con su destino, que fue trazado desde que nació.

Luego del paseo por el parque Yoyogi, Kento llevo a Adelaida a cenar a un lujoso restaurante donde comieron platos tradicionales japoneses como la sopa de miso, sushi y de postre el delicioso mochi.

Kento sabía que ya era hora de la verdad, debía ir a encontrarse con su abuelo y pedir de nuevo el omiai con Yuriko.

Ese día el patriarca de la familia viajó desde Kioto, donde siempre ha vivido, y se reunió en la mansión Kimura a esperar a su nieto rebelde, que por lo que sabía, quería tratar de recuperar su relación con la familia.

Cuando Kento, llegó con Adelaida a la mansión de sus padres, hicieron sus reverencias hacia sus padres y su abuelo, quien se sorprendió al ver que Madeleine seguía al lado de Kento a pesar de sus amenazas. Pero la vio distinta, con un aura más pura.

—Abuelo, te presento a mi prometida Adelaida DuPont. —La presento Kento.

«¿Con que esta mujer no es la arribista de la Madeleine?» ¿Pero por qué son tan parecidas? Sospecho que es la hermana abandonada. ¿Qué será lo que tramas, Kento? —pensó el abuelo».

—Un gusto, hija, llámame, maestro Kimura Hanzo —le hizo una reverencia en señal de respeto a Adelaida.

El abuelo sabe que esa mujer no es Madeleine, pero no se lo va a hacer saber a la familia. A todos les sorprendió que el abuelo Kimura permitiera a Adelaida llamarlo por su nombre. Pero no opinaron, el abuelo es el descendiente directo de un antiguo samurái y reconocido por su sabiduría, y si así se está presentando ante ella es por algo.

—Padres, abuelo, delante de ustedes, rompo mi compromiso con Adelaida para retomar el Omiai que había declinado precisamente por este compromiso. Mi deseo es restablecer las relaciones que se dañaron con ustedes, con mi rechazo al omiai establecido con Aoki Yuriko. —Todos quedaron sorprendidos, hasta Adelaida, que ya sabía qué iba a pasar, aún guardaba de manera ilusa la esperanza de que él la eligiera a ella.

En ese preciso momento, Adelaida recibió una llamada qué le desgarro el alma.

Margarita la llamó para decirle que le había llegado un mensaje desde la mansión, donde le informaron que su amada Josefina había sufrido un infarto fulminante y falleció mientras dormía.

—¡No, mi fina, no! —Adelaida se desplomó en el suelo inconsolable.

Todos se acercaron a consolar a Adelaida, no entendían qué pasaba hasta que Kento les explicó que Josefina es como una madre para Adelaida y que debían partir inmediatamente a Francia. A él ya también lo había llamado Desiderio a darle esta noticia. La familia entendió lo terrible de la situación para Adelaida y que deben partir lo antes posible a París.

El matrimonio por conveniencia llegó a su fin, pero no el contrato que había firmado con Kento. Pero dadas las circunstancias y el dolor que embargaba a Adelaida, no se aclaró cuál va a ser su papel de ahora en adelante en la vida de Kento.

Como le había dicho Adelaida a Josefina, le vendió su alma al diablo, pues lo que ahora vendría era algo que Adelaida no se imaginaba que le iba a suceder.

Adelaida estaba desconsolada, y ni que decir de Francis. Ellos adoraban a Fina y su inesperada partida los tenía muy tristes. Pero la vida seguía y Adelaida se enfocó en un cien por ciento a su niño, al libro y aún no hablaba con Kento qué debía hacer ella al ya no tener que cumplir con su papel de prometida. Ellos siguieron, como siempre, en su rutina establecida, como si ella aún fuera su prometida.

La noticia de la cancelación del compromiso llegó rápidamente a la familia Aoki, la cual solicitó de nuevo el compromiso con Yuriko.

Kento, luego del funeral de Josefina, viajó nuevamente al Japón para esta vez conocer a su prometida. Obviamente, no llevó a Adelaida, la cual aprovechó para estar con su hijo y comerciar su libro. Estaba feliz de que su esfuerzo rindiera frutos y que Francis estuviera mejorando gracias al costoso tratamiento que estaba siendo pagado por Kento, su redentor.

El compromiso de Kento con Yuriko era un hecho, pero eso a Adelaida no debía importarle.

Un día, mientras iba a surtir de su libro a una de las librerías de un centro comercial en Versalles, vio en un estante, una revista con Kento y Yuriko en la portada y eso le apachurró su corazón. Pensó que se veían bien juntos y que esa es la mujer que debe tener Kento a su lado. No se aguantó las ganas y la compró. Al salir de la librería se encontró de frente a Madeleine, quien la miró con una sonrisa burlona.

—¿Entonces vienes a verificar que ya te tienen reemplazo? Ja, que poco te duró este pretendiente —Madeleine se burló de Adelaida, pero una mueca de dolor se dibujó en su rostro.

—¿Te pasa algo? —Adelaida, preocupada, le preguntó al ver que se tocó su prominente vientre.

—Auch, estoy teniendo contracciones. Son muy fuertes —le contestó Madeleine jadeando.

—¿Estás sola? —Adelaida está preocupada, y aún más al ver que rompió fuente.

—Sí, vine sola al centro comercial. Mi chófer quedó de venir por mí cuando le avisara. —Madeleine, buscaba su celular en el bolso, pero una nueva contracción hizo que lo soltara del dolor.

—Tranquila, mi chófer está afuera esperándome. Ven, te llevo a la clínica —Adelaida recogió su bolso y la ayudó a llegar a su auto, para dirigirse a la clínica Versalles.

Allí la registró y rápidamente la pasaron a la sala de partos. Y tan solo veinte minutos después, nació un hermoso niño que sí tenía derecho a llevar el nombre de François Pinault Jr. Adelaida pasó a la habitación para entregarle sus pertenencias a Madeleine, y que ella llamara a su familia para avisarle que el heredero Pinault nació.

—Gracias, Adelaida, por lo que has hecho por nosotros. Perdón por el daño que te causé sin saberlo —Madeleine le agradeció sinceramente.

En ese momento entró el neonatólogo, y detrás de él venía la suegra de Madeleine.

—Buenas tardes, señora Madeleine, ya revisamos al bebé y le traigo malas noticias.

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