Los tres carmesí

El viento en la Gran Ruta soplaba con fuerza mientras el barco de Doria avanzaba por las aguas turbulentas, alejándose de la isla Oasis. La tensión que había estado acumulándose en los últimos días ahora se convertía en algo palpable dentro de la embarcación. Daniel, Josh y Doria se encontraban en cubierta, rodeados de pesados sacos de suministros y mapas desordenados, que mostraban rutas y peligros de todo tipo. Sin embargo, más que nada, lo que estaba a punto de suceder era mucho más significativo que cualquier mapa o destino.

Doria había tomado una decisión firme: ellos necesitaban entrenar, y rápido. No podían seguir huyendo sin aprender a controlar el poder que los cuerpos de Steven y Naou les proporcionaban. La Gran Ruta no era un lugar para personas inexpertas, y menos aún si eran perseguidos por recompensas tan altas. De hecho, mientras el barco surcaba las aguas, Doria sentía el peso de las decisiones que había tomado, pues si bien había ocultado la verdadera identidad de Daniel y Josh, sabía que tarde o temprano todo saldría a la luz. Pero por ahora, tenía algo más urgente que resolver: hacer que ambos aprendieran a usar sus nuevas habilidades.

El entrenamiento intenso

Durante los primeros días, el entrenamiento fue brutal. Doria no tenía la intención de tomarse ningún día libre. A las primeras horas de la mañana, cuando los rayos del sol apenas comenzaban a iluminar el horizonte, Doria despertaba a los dos chicos con una severidad que los dejaba sin aliento. No había descanso, no había tregua. Solo una tarea: aprender a controlar el aura que residía dentro de los cuerpos que ahora ocupaban.

—¡Despierten! —ordenaba Doria con voz firme, mientras les lanzaba agua fría en la cara para asegurarse de que no pudieran escapar del entrenamiento.

El primer paso consistió en hacer que Daniel y Josh accedieran al aura que estaba dormida dentro de ellos. Cada uno de los cuerpos que poseían era formidable por sí mismo. Steven, un pirata renombrado, era un experto en combate, y Naou, conocido por su destreza en maniobras rápidas y evasivas, poseía una agilidad que parecía sobrenatural. Pero acceder a ese poder no era tan sencillo como pensar que solo bastaba con desearlo.

Doria les mostró los primeros movimientos: respiración profunda, meditación y enfoque mental. Era necesario entender cómo canalizar las energías que fluían a través de sus cuerpos. A pesar de la dureza del entrenamiento, los dos chicos comenzaron a adaptarse. La conexión con los cuerpos de Steven y Naou no era tan difícil como pensaban. Había algo natural en los movimientos, como si los músculos de esos cuerpos ya supieran lo que tenían que hacer, solo necesitaban ser guiados.

Pero esa habilidad requería mucho más que simple destreza física. La verdadera dificultad radicaba en controlar el aura y evitar que se desbordara. Doria les enseñaba a sentir el poder sin dejar que los consumiera. El aura era un flujo de energía que recorría sus cuerpos, y si no se controlaba, podía destruir todo a su paso.

El entrenamiento de lucha y estrategia

Con el paso de los días, el entrenamiento se volvió más físico. Doria les mostró cómo usar el aura en combate, cómo crear ráfagas de energía que pudieran aturdir o destruir a un enemigo. A veces se enfrentaban entre ellos en simulacros de lucha, con Doria como árbitro y entrenadora. Daniel y Josh, al principio, se mostraron inseguros, pero rápidamente comenzaron a comprender que el poder de sus cuerpos no solo dependía de la fuerza, sino de la astucia y la rapidez mental.

Doria les explicó cómo usar el aura de manera ofensiva y defensiva, cómo generar escudos de energía o lanzar ataques letales con la punta de los dedos. Les enseñó a canalizar la energía de forma estratégica, a leer las intenciones de un enemigo antes de que este actuara, y a moverse con velocidad para anticiparse a cualquier ataque. A pesar de que las primeras semanas fueron agotadoras, empezaron a dominar lo básico, y en cierto modo, ambos comenzaron a sentir una conexión con los cuerpos de Steven y Naou.

Sin embargo, había algo que seguía perturbando a Daniel. Cada vez que se miraba al espejo, no podía evitar sentir que no pertenecía a ese cuerpo. Había momentos en que se sentía completamente desconectado de Steven, como si estuviera usando algo que no le pertenecía. Ese sentimiento de ajenidad era constante, y aunque Doria había insistido en que controlara sus pensamientos, Daniel no podía dejar de preguntarse por cuánto tiempo seguiría con esa fachada.

Josh, por su parte, parecía más relajado. Naou era más un cuerpo ágil que físico, y la destreza con la que se movía le resultaba natural. Sin embargo, había algo en su mirada que reflejaba inseguridad, algo que ni él ni Daniel podían comprender.

Después de diez intensos días de entrenamiento sin descanso, la situación dio un giro inesperado. Doria, que siempre había estado alerta, se dio cuenta de que algo no iba bien. En un día lluvioso, mientras el barco se deslizaba lentamente por las aguas grises de la Gran Ruta, los tres llegaron.

Sora, lucifer, kanji, tres figuras imponentes y conocidas en la Gran Ruta, habían logrado alcanzar al barco de ellos, los habían visto en la isla de oasis. Los tres habían estado tras la pista de Doria y sus compañeros, y ahora se encontraban a bordo del barco, enfurecidos y con una mirada acusadora.

Doria no dijo nada. Estaba acostumbrada a la confrontación, pero algo le decía que esta vez las cosas serían diferentes. Sin embargo, su rostro no mostró ni una pizca de sorpresa cuando los vio llegar. A pesar de su enojo, sora, lucifer y Kanji la miraban con una mezcla de respeto y desconfianza. Había algo en la atmósfera que indicaba que las palabras que iban a seguir serían cruciales.

—No me hagas esto, Doria —dijo sora, su voz grave y cargada de enojo—. Sabemos lo que estás haciendo. ¿Por qué no no dijiste a los de el oasis que ellos no eran los verdaderos?

Doria no se inmutó. Mantuvo su postura erguida, como si no hubiera ningún peligro a la vista. Sin embargo, su mente corría a mil por hora. Lo que sora estaba insinuando no era trivial. Doria había hecho lo impensable: ocultar el verdadero origen de Daniel y Josh. Había mantenido el secreto, y aunque sabía que podría traerle problemas, su instinto le decía que proteger a los chicos era lo más importante.

—Ellos son mis compañeros. Y nada más importa ahora —respondió Doria, con una frialdad que sorprendió a los tres.

Lucifer, el más joven de los tres, dio un paso al frente, su rostro lleno de confusión.

—Pero, Doria, si ellos no son los verdaderos, ¿quiénes son? ¿Por qué ocultaste la verdad? —preguntó, mirando a Daniel y Josh con curiosidad.

Doria los miró fijamente, y por un momento, sus ojos parecieron cargar con el peso de un secreto muy grande. Su decisión de mantener en pie esa mentira, de proteger la identidad de Daniel y Josh, parecía ser lo único que realmente la mantenía firme en ese momento.

—Porque a veces, el objetivo más grande no es lo que parece —dijo finalmente, mirando a lucifer , luego a kanji, y por último a sora—. Ellos son lo que necesitan ser en este momento, y no voy a permitir que nada los detenga.

Silencio. Un silencio pesado que se alargó por un buen rato, hasta que finalmente sora rompió con una risa amarga.

—Vas a traer problemas, Doria. ¿Lo sabes, verdad?

—Lo sé —respondió Doria, pero no mostró arrepentimiento alguno.

La encrucijada

Con esas palabras, la atmósfera en el barco cambió de forma irrevocable. Mientras se despedían para dejarlos ir, aunque ellos eran conocidos como los tres carmesí le tenían respeto al verdadero Steven por eso no iban a decir nada

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