La boda parte 2

La ceremonia termina, y los invitados comienzan a dirigirse al salón donde se celebrará la fiesta. Durante toda la ceremonia, hice lo imposible por no volver a mirar al padrino, aunque mi piel estaba erizada y mi corazón no dejaba de latir descontrolado.

En un momento, Anna y Juan se acercan a mí. Anna se inclina y me susurra al oído:

—Maite, no sé si lo notaste, pero el padrino principal no dejaba de mirarte durante toda la ceremonia.

Ella se aparta con una sonrisa pícara. Yo intento responderle con una sonrisa tranquila, pero por dentro estoy revolucionada. No sé qué decir, porque, claro que lo noté, pero lo que más me mortifica es esta sensibilidad en mi cuerpo, esta emoción que me desborda y no logro comprender.

—Voy al baño, enseguida regreso —digo, buscando un espacio para despejar mi mente y disfrutar de la celebración sin distracciones.

Una vez en el baño, noto que mi hermana está allí, lavándose las manos. Apenas la veo, intento retroceder hacia la puerta para evitar cualquier confrontación. Pero es tarde.

—Maite, hermanita, ¿no me vas a saludar? —pregunta con un tono cargado de arrogancia.

—Hola, Samanta. ¿Cómo te encuentras? —respondo con cortesía.

—Pues muy bien, a pesar de que, por tu estúpida decisión de escapar de tu boda, me tocó ocupar tu lugar años después —escupe con resentimiento en cada palabra.

—Mira, Samanta, yo no tengo la culpa de que no supieras elegir tu vida y lo que querías para ti. Al final, fue tu decisión —digo con firmeza, pasando por su lado para lavarme las manos.

Ella se acerca y, en un tono bajo, me lanza una amenaza.

—Hermanita, papá y mamá estarán encantados de saber que estás aquí. Pero te advierto algo: esta vez no podrás escapar.

Sus palabras me sacuden, pero trato de mantener la calma. Por un lado, me tranquiliza saber que no están presentes hoy; no quiero arruinar este día para Loren. Me miro al espejo, forzando una sonrisa mientras me digo a mí misma: "Maite, disfruta la noche. Mañana resolverás lo que venga".

Salgo del baño y regreso al salón, justo a tiempo para el brindis.

—Quiero agradecer a todos los que nos acompañan hoy, en este día tan especial para mi esposa y para mí. Espero que disfruten esta celebración tanto como nosotros. —Sebastián finaliza su discurso con un brindis.

Mientras busco con la mirada a Anna y Juan, mis ojos se detienen en él: Está allí, de pie, hablando con algunos invitados. Su porte es tan imponente que parece dominar la sala sin siquiera intentarlo.

Mi atención se ve interrumpida cuando Loren se acerca y me abraza con entusiasmo.

—Maite, estoy tan feliz. Es el mejor día de mi vida, y esto no sería posible sin ti.

Le devuelvo una sonrisa cálida, le acomodo el cabello y la abrazo.

—No, gracias a ti, por permitirme compartir contigo este momento tan especial.

Loren sonríe y, tomando mis manos, dice:

—Acompáñame con Anna a cambiarme de vestido.

Asiento, tomo mi celular y le escribo a Anna para que nos alcance. Antes de irme con Loren, dirijo una última mirada hacia él. Está distraído, lo que me da la oportunidad de observarlo mejor.

En el vestidor

Ayudo a Loren a quitarse su vestido mientras Anna se acerca con uno más cómodo, diseñado para la fiesta. Loren entra en el nuevo vestido, y yo me quedo con Anna, sosteniendo una copa de champán.

—El padrino se llama Cristopher Orwell. Es uno de los mejores amigos de Sebastián —comenta Anna, mirándome con picardía mientras bebo un sorbo, intentando disimular mi interés.

—Es guapo, pero nada que ver… —murmuro con desinterés fingido.

—Maite, no me puedes engañar. Vi cómo lo mirabas, y cómo él te miraba. Hubo química entre ustedes, no lo puedes negar.

Antes de que pueda responder, Loren aparece con su nuevo vestido.

—¿De qué hablan, chicas? —pregunta mientras acomoda la cola de su vestido.

—De Cristopher Orwell. A Maite le pareció muy guapo, así que la estoy animando a acercarse a él —responde Anna con una sonrisa traviesa.

—Ah, Cristopher… Vivió en el extranjero y volvió hace poco. De su vida privada no sé mucho, solo que es gran amigo de mi esposo. Lo he visto un par de veces, y puedo decirte que tiene un aura fría y dominante.

Su descripción me deja sorprendida, pero al mismo tiempo aumenta mi curiosidad.

—Bueno, como sea… Regresemos al salón —digo, intentando cortar la conversación mientras mis pensamientos siguen girando en torno a él.

De vuelta en el salón

Loren se dirige hacia Sebastián, mientras Anna y yo buscamos a Juan. Lo encontramos conversando con algunos invitados, entre ellos, Cristopher.

Cuando Juan nos ve, nos presenta a los hombres.

—Les presento a Anna, mi novia, y a Maite, una gran amiga. Anna, Maite, ellos son Alejandro Bustamante, Alexander Buitrago y Cristopher Orwell.

—Encantado de conocer a mujeres tan hermosas —dice Alejandro con una sonrisa coqueta.

Alexander añade:

—Maite, ¿me concederías un baile? —me pregunta con una sonrisa seductora.

—Claro, en el próximo baile —respondo por educación, aunque mi atención sigue fija en Cristopher.

Él me mira por un momento y dice con voz fría:

—Un gusto conocerlas, señoritas.

Su saludo distante me desanima, pero no apaga del todo mi interés. Poco después, una mujer hermosa y rubia se acerca a él.

—Cristopher, amor, te estaban buscando —le dice, dándole un beso.

Ese momento derrumba cualquier intención que hubiera tenido de acercarme a él.

Alexander, ignorando mi desilusión, extiende su mano hacia mí.

—Señorita Maite, ¿le parece si bailamos ahora?

—Claro que sí. —Tomo su mano y lo sigo hacia la pista de baile con una sonrisa.

Mientras bailamos, Alexander no para de coquetear e intentar tocar mi trasero en el baile, intentó soportar, cuando la canción termina, me separo educadamente.

—Discúlpame, Alexander, creo que mis tíos me están llamando. - invento una escusa para sacarme de él.

El resto de la noche transcurre sin contratiempos. Entre risas, baile y brindis, logro disfrutar de una velada maravillosa, aunque una parte de mí sigue preguntándose: ¿Por qué Cristopher Orwell tiene un impacto tan fuerte en mí?

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