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P. O. V. Marcello Dosantos.
Desde que la vi entre los asistentes, no he podido apartar mi mirada. Entre nosotros quedó algo inconcluso.
La he seguido con la mirada. Se ve hermosa, ese vestido parece haber sido diseñado exclusivamente para ella. Su rostro luce inocente, aunque es toda una diablilla, llena de fuego en su interior.
Está en compañía de sus amigos. Les he tomado una foto y le he pedido a Cristóbal que los investigue. Quiero saber todo de ella.
La observo separarse de ellos. Esa es mi oportunidad para que podamos hablar. Bajo las escaleras con cuidado, evitando tropezar con los invitados, sin perderla de vista.
Llego hasta donde está. Al escuchar mi voz, reacciona como una adolescente que intenta escapar, pero soy más rápido y no le doy oportunidad de hacerlo.
La tomo de la mano con firmeza y la llevo a mi oficina. Mi intención inicial era tan solo hablar y pedirle una cita para volvernos a ver. Sin embargo, al sentir su nerviosismo, junto al deseo que veo en sus ojos, me llevan a reclamar nuevamente su cuerpo, explorarlo, saborearlo...
La siento temblar y suplicar ante mis caricias, haciendo que mi longitud se endurezca y palpite, mientras la necesidad de poseerla se vuelve imposible de postergar.
Es una mujer madura, pero a la vez tan inocente. Ver cómo su rostro se enrojece y se tensa ante mis palabras hace que quiera penetrarl∆ de una sola estocada. Sin embargo, quiero despertar en ella sus deseøs más profundøs, quiero convertirme en su adicción, así que necesito ir lento.
Besar su centro, sentir cómo su cuerpø se estremece, aunque ella intenta resistirse, es una sensación única. Han existido mujeres en mi vida, pero ninguna ha sido como ella: tan dispuesta a complacerme y dejarse llevar, descubriendo nuevas emociones que la llevan al límite.
Nunca antes una mujer me había hecho sentir un dios en el ámbito sexu∆l. María Teresa, a pesar de sus temores, se atreve a explorar más.
Ahora sé que no estoy dispuesto a dejarla ir. Quiero disfrutar de una relación basada únicamente en el placer. Un sexø sin compromiso, pero con exclusividad.
Estoy seguro que lleva años sin estar con un hombre y quizás con quien estuvo nunca fue tan diestro en el arte de amar. Mi Muñeca, como la llamo, es un diamante en bruto, que quiero pulir y sacar su máximo esplendor.
Cada uno de sus movimientos y gemidøs me asegura que, al igual que yo, está abierta a entablar una relación sexual.
Prueba de ello está en cómo mueve sus caderas, exigiéndome más. Esa danza desenfrenada hace que no pueda contenerme y necesite liberarme.
Bajo sus piernas de mis hombros y ella las enreda alrededor de mi cadera, logrando que cada estocada sea más fuerte.
Tomo sus manos y las llevo por encima de su cabeza mientras mis labios, por instinto, viajan hacia sus pechøs, lamiéndoløs y descontrolándola por completo.
Mi ego de macho se engrandece al verla y escucharla fuera de sí. Pero lo que no sabe es que yo estoy igual de deseoso. La dejo explotar un par de veces. Ahora necesito hacerlo yo.
Un fuerte gruñido escapa de mi garganta mientras mi líquidø es liberado dentro de su cavidad y mi cuerpø se llena de espasmøs desenfrenados. Siento que mi corazón está a punto de colapsar. Comienzo a respirar hondo para recuperarme.
Dejo caer mi cuerpo sudoroso sobre su piel tersa y suave. Poco a poco voy recobrando el aliento.
Ahora que ha pasado el frenesí del momento, la vuelvo a ver sonrojada, intentando desviar la mirada. Salgo con cuidado, buscando no arruinar su vestido.
Ella me ha brindado un momento maravilloso. La tomo en mis brazos y la siento en mi regazo. María Teresa hunde su rostro en mi pechø y me parece tan adorable.
Pienso en jugar con su feminidad, hasta que me mire; sin embargo, un toque en la puerta me interrumpe. Escucho la voz de mi hijo sacándome de mi ensoñación.
La ayudo a levantarse rápidamente, recogemos sus pertenencias y la llevo a la pequeña habitación que tengo.
—Puedes limpiarte y arreglarte. Ya regreso. —le digo. Me mira incómoda, pero dar explicaciones ahora no es una opción.
Lavo mis manos, enjuago mi boca, aliso mi ropa y corro hacia la puerta. Muero por ver a mi pequeño.
—Hola, campeón —saludo, apretándolo contra mi pecho.
—Papi, ¿por qué no abrías? —pregunta mi pequeño, recorriendo con la mirada la oficina, como si buscara algo o alguien.
—Estaba a punto de darme una pequeña ducha. Me siento un poco sudoroso —respondo con naturalidad, ya que no estoy mintiendo del todo… siento mi piel demasiado pegajosa.
—Ve. Tu cara está muy brillante… —dice, tocando mi rostro y haciendo un gesto de desagrado—. No creo que sea bueno para los invitados verte así.
—Tienes razón, campeón. Me doy un baño rápido y salimos. Quiero enseñarte el lugar.
—Dale, yo te espero —responde tomando asiento en el sofá y sacando su móvil.
Le sonrío y me dirijo hacia la habitación para refrescarme.
¿Qué haces?…
***
Un capitulo más, las leo.
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Comments
Betty Saavedra Alvarado
María Teresa y Marcello se están comportando .como dos adolescentes se quieren reprimir no lo consiguen su deseo y pasión es más fuerte ella no vivido su sexualidad en todo su esplendor el quiere que ella lo descubra con el no quiere compromisos solo disfrutar juntos no creo que María Teresa acepte poco a poco se irán enamorando
2024-12-27
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Ninoska Puertas
Vaya que sabes cuándo una mujer tiene tiempo sin nada de nada, y si tienes toda la razón ella con su esposo no experimento los placeres que está sintiendo contigo.
Cómo que quieres exprimir y pulir más a María en el arte de amar, me la vas a matar de placer si le exiges más 😆🤭🤭🤭
2024-12-30
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Ninoska Puertas
Ay Marcello, tu hijo te bajó a tierra de un solo golpe, te arruinó el plan de seguir disfrutando de María.
Dante, creo que llegaste en el peor momento para buscar a tu papá
Ahora qué hará Marcello? Y María qué hará, seguro pensará que está casado
2024-12-30
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