El fin de semana llegó con un aire fresco que anunciaba la proximidad del invierno. Ariadna se levantó temprano, con la idea de dedicar el día a estudiar, pero no podía evitar que sus pensamientos volvieran una y otra vez a Eryx. Había algo en él que no dejaba de intrigarla, como un libro cuyas páginas estaban escritas en un idioma que aún no comprendía.
Mientras desayunaba, sus hermanos, Nikos y Theo, discutían sobre un partido de fútbol que habían visto la noche anterior. A pesar de sus constantes bromas y peleas, el vínculo entre ellos era fuerte, y Ariadna agradecía tenerlos cerca.
—¿Y tú, Ari? —preguntó Theo, interrumpiendo sus pensamientos—. ¿Qué planes tienes hoy?
—Estudiar, como siempre.
Nikos soltó una carcajada. —¿No te cansas de ser tan aplicada? Deberías salir, divertirte un poco.
Ariadna sonrió. —Ya tendré tiempo para eso.
Pero, en el fondo, sabía que su día no sería tan tranquilo como pretendía.
Eryx no tenía la costumbre de aparecerse en la vida de otros sin previo aviso, pero esa mañana algo lo impulsó a buscar a Ariadna. Sabía que los fines de semana solía estar en casa, y aunque no tenía un plan claro, sentía la necesidad de verla.
Cuando tocó el timbre, la puerta se abrió casi de inmediato, y un chico alto, de cabello oscuro y ojos tan familiares como los de Ariadna, lo recibió con una mirada inquisitiva.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó Nikos, cruzando los brazos.
Eryx, acostumbrado a manejarse con calma incluso en las situaciones más tensas, simplemente dijo: —Busco a Ariadna.
Antes de que Nikos pudiera responder, Theo apareció detrás de él, con una sonrisa burlona en los labios.
—¿Quién es este? ¿Tu novio, Ari?
Ariadna, que venía bajando las escaleras en ese momento, casi tropieza al escuchar eso. —¡No digas tonterías, Theo!
—¿Entonces? —preguntó Nikos, levantando una ceja.
—Es mi compañero de proyecto, Eryx.
—Ah, el famoso compañero —dijo Theo, evaluando a Eryx con los ojos entrecerrados—. No esperaba que fuera tan... serio.
Eryx no reaccionó al comentario, pero Ariadna podía ver cómo apretaba ligeramente la mandíbula.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, intentando desviar la atención.
—Pensé que podríamos adelantar el proyecto. Si no tienes planes.
Ariadna se sintió atrapada entre el deseo de pasar tiempo con él y la incomodidad de estar bajo la mirada escrutadora de sus hermanos.
—Claro. Vamos a mi habitación.
—¿Tu habitación? —repitieron Nikos y Theo al unísono.
—¡Para trabajar en el proyecto! —exclamó Ariadna, sonrojándose.
—Bien, pero deja la puerta abierta —dijo Nikos, con tono protector.
Ariadna rodó los ojos y guió a Eryx escaleras arriba, sintiendo el peso de las miradas de sus hermanos en la espalda.
En la habitación, el ambiente era mucho más relajado. Ariadna sacó sus apuntes y comenzó a organizar el material, mientras Eryx observaba las paredes decoradas con fotografías y pósters de bandas de rock.
—Tienes buen gusto —comentó, señalando uno de los pósters.
—Gracias. Aunque no sé si eso es un cumplido viniendo de ti.
Él sonrió ligeramente, algo que cada vez le resultaba menos raro hacer en su presencia.
Comenzaron a trabajar, pero pronto la conversación derivó hacia temas personales. Ariadna aprovechó un momento de distracción para preguntar:
—¿Siempre has sido tan reservado?
Eryx la miró, como si estuviera evaluando si responder o no. Finalmente, dijo: —Digamos que no siempre he tenido razones para confiar en las personas.
—¿Y eso te incluye a mí?
Él no respondió de inmediato. En cambio, desvió la mirada hacia la ventana, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—No lo sé. Aún estoy averiguándolo.
Ariadna sintió una mezcla de frustración y ternura. Sabía que no podía forzarlo a abrirse, pero también deseaba que él entendiera que no estaba sola en el mundo, que no todos estaban allí para lastimarlo.
—Tal vez deberías intentarlo —dijo suavemente—. Confiar, quiero decir.
Eryx volvió a mirarla, y por un momento, sus ojos reflejaron algo que Ariadna no pudo descifrar.
—Tal vez.
La tarde transcurrió entre risas, silencios cómodos y momentos en los que ambos parecían estar explorando una conexión que ninguno entendía del todo. Cuando Eryx finalmente decidió irse, Ariadna lo acompañó hasta la puerta, donde Nikos y Theo todavía estaban sentados en la sala, claramente esperando.
—¿Ya te vas? —preguntó Theo, con un tono que rozaba la burla.
—Sí —respondió Eryx, ignorando la actitud del chico.
—Buen chico —añadió Nikos, sonriendo de forma socarrona.
Ariadna suspiró, avergonzada por sus hermanos. —¡Déjenlo en paz!
—Estamos bromeando, Ari —dijo Nikos, levantando las manos en señal de inocencia.
Eryx no pareció afectado. Se limitó a inclinar la cabeza en un gesto de despedida antes de salir.
Ariadna cerró la puerta y se giró hacia sus hermanos, con los brazos cruzados.
—¿Qué les pasa?
—Nada —dijo Theo, encogiéndose de hombros—. Solo queríamos asegurarnos de que el tipo misterioso no fuera un problema.
—No es un problema —dijo ella, suspirando.
—Aún así, ten cuidado, Ari. Los chicos que cargan secretos siempre traen problemas —dijo Nikos, su tono más serio que antes.
Ariadna no respondió. Sabía que sus hermanos tenían buenas intenciones, pero algo en su interior le decía que, aunque Eryx pudiera ser un problema, era uno que valía la pena enfrentar.
Eryx caminó de regreso a casa con las manos en los bolsillos y la mente llena de pensamientos. Conocer a los hermanos de Ariadna había sido inesperado, pero en cierto modo, había sido agradable. Era raro para él ver una familia tan unida, tan protectora.
Por un momento, se permitió imaginar cómo sería formar parte de algo así. Pero rápidamente desechó la idea. Había aprendido a no anhelar cosas que no podía tener.
Sin embargo, mientras recordaba la sonrisa de Ariadna y la calidez de su hogar, no pudo evitar sentir que, poco a poco, ella estaba logrando algo que nadie más había hecho: hacerle desear bajar sus muros.
Y eso lo asustaba más que cualquier otra cosa.
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