Capítulo 10: Ecos Silenciados

Selene se encontraba contemplando el paisaje nocturno, al mirar al horizonte, se sentía atrapada entre lo que fue y lo que debía ser. En su mente, los recuerdos del pasado nunca se desvanecían, no importaba cuánto intentara seguir adelante.

Había algo extraño en la forma en que la vida se la había robado, algo aún más extraño en la forma en que ese dolor se había convertido en parte de su identidad. Recordaba su infancia como un teatro cruel, con su padre actuando como el director, y ella, su marioneta. Desde pequeña, Selene había entendido que el amor era un lujo que no le correspondía. Vivir bajo la constante mirada de su padre era un recordatorio constante de lo que significaba ser una princesa: sacrificio. Pero lo que nunca había entendido del todo era la frialdad que le había sido impuesta, como si todo lo que le pertenecía fuera solo un medio para alcanzar la gloria de su familia.

Pero esa noche, mientras el viento susurraba en el exterior, Selene revivió un momento oscuro que había enterrado por mucho tiempo.

A los once años, había sido enviada a un evento en una de las aldeas cercanas al castillo, en un intento de fortalecer lazos con los nobles de las tierras circundantes. Un día, mientras paseaba por los jardines del palacio local, se encontró con un joven de unos catorce años, uno que parecía un reflejo de su propia tristeza. Su nombre era Adrian, y lo que comenzó como una conversación inocente pronto se convirtió en algo más.

No era amor lo que los unió, sino la necesidad de escapar. Durante semanas, se encontraron en secreto, compartiendo historias de sus vidas, sus miedos, y sus deseos. Pero Selene, aún atrapada en su deber, sabía que esos momentos de libertad eran efímeros. Una tarde, en una de sus reuniones clandestinas, fueron sorprendidos por los guardias del castillo. Su padre, furioso, la reprendió sin piedad. El joven Adrian fue brutalmente castigado, y Selene, incapaz de impedirlo, vivió con la culpa de no haber intervenido. El recuerdo de su rostro, golpeado y humillado, la atormentó durante años. Fue la última vez que se permitió sentir algo cercano al amor, y también la última vez que vio a Adrian.

Ese evento, ese amor imposible, dejó una marca en Selene. Había aprendido que el amor solo conducía al sufrimiento, y que incluso los gestos más inocentes podían ser devastadores. El dolor de ver a Adrian derrotado por su propia familia la condenó a una vida de frialdad, una vida sin más espacio para el deseo.

Mientras tanto, Ascensio vivía una pesadilla distinta. Aunque su vida había sido marcada por la pobreza y la lucha constante por sobrevivir, el horror real llegó cuando la luna llena lo transformó. La bestia que llevaba dentro lo devoraba con cada cambio, y con cada transformación, perdía un poco más de sí mismo.

La angustia más profunda venía de dentro de él mismo. La duda constante sobre su humanidad. La luna llena siempre lo obligaba a confrontarse con su monstruosidad, y aunque lo intentaba, no podía escapar.

Y ahora, en la quietud del presente, Selene y Ascensio se encontraban en una encrucijada. Ambos estaban marcados por el sufrimiento, pero ninguno de los dos había sido capaz de reconciliarse con sus pasados. La sombra de la princesa, atrapada entre su deber y sus deseos, y el monstruo interior de Ascensio, se entrelazaban en un destino que ninguno de ellos podía predecir.