Capitulo 20

Devon regresó a su habitación, su mente todavía nublada por la ira y la frustración. Cerró la puerta con fuerza y comenzó a caminar de un lado a otro, tratando de procesar lo que había sucedido. Su respiración era agitada, y su corazón latía con furia incontrolable.

—¡Maldita sea! ¿Cómo pude ser tan estúpido?

Con un golpe de rabia, lanzó su puño contra la puerta de madera. A medida que la sangre comenzaba a brotar de sus nudillos, la realidad de lo que había hecho comenzó a hundirse en su mente. No le preocupaba tanto el hecho de tener que regresar a la frontera, sino que lo que realmente le dolía era la idea de separarse de Elena por tiempo indeterminado.

—Elena... ¿Cómo pude no pensar en ella?

La imagen de los grandes ojos azules de Elena, llenos de dulzura y preocupación, llenó su mente. La idea de no poder verla, de no poder protegerla o consolarla, era más dolorosa que cualquier herida física. Lentamente, el odio que sentía por Isabella comenzó a desvanecerse, reemplazado por un profundo arrepentimiento por haber actuado impulsivamente.

Se dejó caer en la silla junto a la ventana, su mirada perdida en el vacío. Durante un largo rato, no hizo más que mirar al suelo, sin realmente verlo. Su mente estaba atrapada en un remolino de emociones, tratando de encontrar una salida a la situación en la que se encontraba.

Finalmente, se levantó de un salto, decidido a pasar el tiempo que le quedaba con la persona que más le importaba en el mundo.

Devon se dirigió rápidamente al anexo. Al llegar, la encontró leyendo. Ella lo recibió con una sonrisa inocente que hizo que el peso en su corazón se sintiera aún más pesado.

—¡Hermano! ¡Has venido!

Su voz era melodiosa, llena de una alegría que solo un niño podría expresar con tanta pureza. Devon se acercó a ella, tratando de contener su angustia.

—Sí, Elena. Vine a pasar el día contigo.

Elena sonrió, y sin dudarlo, tomó su mano para guiarlo hasta uno de los grandes sillones del estudio, y a hablarle sobre sus lecciones y las historias que había leído.

Devon, sin embargo, apenas podía concentrarse en sus palabras. Su mente estaba atrapada en el dolor de saber que tendría que dejarla, sin saber cuándo podría volver a verla.

Durante el resto de la tarde, Devon no hizo más que contemplar a Elena, grabando cada detalle de su rostro en su memoria. Mientras ella hablaba, él asentía y sonreía, pero en su interior, se estaba desmoronando. Sabía que debía decirle adiós, pero no podía reunir el valor para hacerlo.

Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse y la hora de la despedida se acercaba, Devon se inclinó hacia Elena y le acarició el cabello.

—Elena, prométeme que me esperarás con ansias. Volveré antes de que te des cuenta.

Elena, sin entender completamente lo que sus palabras significaban, asintió con entusiasmo.

—¡Te lo prometo, hermano!

Devon sonrió, pero sus ojos reflejaban una tristeza profunda. No le dijo que no sabía cuándo la volvería a ver, ni que estaba siendo enviado lejos por tiempo indeterminado. No quería preocuparla ni romper la frágil burbuja de felicidad en la que vivía. En su lugar, se levantó y la abrazó con fuerza, grabando el calor de su pequeño cuerpo en su memoria.

Al día siguiente, Devon partió hacia la frontera con Kargath.

El Duque envió una carta al Marquesado Mascia, con un documento adjunto firmado, sobre el compromiso y dando a conocer que Devon estaría en la frontera norte por algún tiempo, y que cuando regresará se haría una gran fiesta de compromiso.

Elena, recordaba las palabras de su hermano, la promesa que le hizo, de regresar pronto, se aferró a esa promesa con la ingenuidad de su juventud, convencida de que el tiempo pasaría rápido y pronto volvería a verlo. Sin embargo, las estaciones cambiaron, los años pasaron, y Elena ni siquiera sabía algo al respecto de su hermano.

El tiempo pasaban en un monótono ritmo que la asfixiaba. Sus días se llenaban de estudios y lecciones solitarias, mientras la vida en la mansión continuaba como si nada hubiera cambiado. Pero para Elena, todo había cambiado. Sin su hermano, el único que realmente se preocupaba por ella, su mundo se volvió frío y desolador.

Cada año, en su cumpleaños, Elena se dirigía a la mansión principal para saludar a su padre. Las palabras vacías y desinteresadas del Duque como felicitaciones solo acentuaban su soledad. Sin Devon, Elena sentía que realmente era invisible.

En su decimosegundo cumpleaños, decidió que no podía seguir en silencio. La falta de noticias de su hermano durante dos años la había llevado al borde de la desesperación.

Cuando se dirigió a la oficina de su padre para saludarlo, Elena reunió el coraje que había estado acumulando durante años, y está vez habló de lo que acostumbra, solicitando poder hacer una petición. Él la miró por encima de sus gafas, esperando que ella hablara.

—Padre, ¿podría… podría enviarle cartas a Devon?

El Duque la miró en silencio durante unos segundos que parecieron una eternidad. Finalmente, asintió sin mostrar ninguna emoción en su rostro.

Elena contuvo la respiración. No esperaba una respuesta tan sencilla, casi indiferente. Pero era todo lo que necesitaba. Salió del despacho con una mezcla de alivio y ansiedad.

Elena había tomado una decisión valiente al pedirle permiso a su padre para escribirle a su hermano. Lo que no sabía era que este acto de osadía no pasaría desapercibido para la señora Susan, la estricta institutriz que supervisaba su vida diaria. Cuando la noticia llegó a oídos de Susan, su rostro se endureció con una frialdad que hacía eco de los inviernos más severos.

Esa misma noche, Susan llamó a Elena a su despacho. La pequeña, sintiendo una inquietud en su interior, obedeció sin cuestionar. Al entrar, encontró a la institutriz con una expresión de desaprobación absoluta.

—Princesa, ¿acaso olvidó lo que le he enseñado sobre obediencia y modestia? Pedirle un favor a su padre sin consultarlo conmigo primero es una grave falta.

Elena bajó la mirada, sabiendo que no había escapatoria. Había roto una de las reglas no escritas de la señora Susan al actuar por su cuenta.

—Lo siento, señora Susan. Pero... sólo quería saber de mi hermano...

La institutriz no mostró ninguna señal de compasión.

—Las disculpas no borran la falta.

Esa misma noche, Elena fue llevada a una habitación fría y oscura. Dentro, una gran bañera estaba llena de agua helada. Sin decir una palabra más, la señora Susan le ordenó que se desvistiera y entrara en la bañera. Temblando de miedo y frío, Elena obedeció.

El contacto del agua helada con su piel la hizo jadear de dolor. El frío se clavaba en sus huesos, y su cuerpo entero temblaba de manera incontrolable. Las horas pasaron lentas y crueles, con el hielo mordiendo su piel y su resistencia disminuyendo. Finalmente, cuando ya no pudo soportar más, la señora Susan la dejó salir.

—Que esto le enseñe a no cuestionar mis reglas y enseñanzas.

Elena fue llevada de vuelta a su habitación, donde se desplomó en la cama, exhausta y tiritando. Esa noche, la fiebre se apoderó de ella, y cayó en un estado de debilidad extrema que la mantuvo al borde de la conciencia durante días.

Elena pasó semanas enferma, con fiebre alta y delirios que la hacían llamarlo a su hermano en sus sueños. Durante todo ese tiempo, la señora Susan cuidó de ella con una indiferencia gélida, asegurándose de que su salud se recuperara pero sin mostrar ni un ápice de calidez o consuelo.

Pero ni siquiera la severidad de su castigo quebró la voluntad de Elena. Cuando por fin recuperó las fuerzas suficientes, lo primero que hizo fue tomar una pluma y escribirle a su hermano.

A pesar de la aparente indiferencia de su padre, no sabía que él había dado instrucciones precisas de que Devon no debía responder a las cartas. Era parte del castigo para ambos, una forma de recordarles que estaban bajo su control.

Los tres años siguientes fueron una prueba constante para Elena. Continuó enviando cartas, llenándolas de sus pensamientos, esperanzas y miedos, pero el silencio de su hermano la fue consumiendo lentamente. Cada día que pasaba sin recibir respuesta erosionaba un poco más su espíritu, pero ella se aferraba a la pequeña esperanza de que algún día volvería a verlo.

Aunque las cartas nunca obtenían respuesta, Elena no se permitía renunciar a esa pequeña llama de esperanza.

Devon, por su parte, recibía las cartas de Elena, pero tenía prohibido responder. Esto lo atormentaba más que cualquier peligro que enfrentara en la frontera.

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Comments

Natalit

Natalit

pobrecita toda una vida de sufrimiento desde el nacer su nacimiento fue una condena ahora entiendo porque su madre sufrió y lo peor es el saber que sin ella si hija seguiría sufriendo

2025-01-07

0

JOGXANDY BELLO

JOGXANDY BELLO

Yo Eñene lo primero que haria una vez en el.poder seria pedir su cabeza en una bandrja jajaja una por una np es trampa

2024-12-14

0

Dulce Cira

Dulce Cira

toda esta situación es tan injusta ...😏ella aferrada a un un amor de hermano y el único amor que conoce y el igual siendo hermanos es como de locos 🥴🤪😅 espero que la desilusión e injusticia para ellos no sea tan cruel 😑me da tanta tristeza porque hay un sentimiento tan fuerte en ellos dos💕

2024-12-07

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