Capitulo 8

Mientras Robert se dirigía al rey para intentar interceder por él, Bastian estaba encerrado en su habitación, sentado en el borde de su cama, con la mirada fija en el suelo. Su mente era un torbellino de pensamientos y emociones. Intentaba entender lo que había sucedido en el jardín, pero cuanto más pensaba en ello, más crecía su sensación de culpa.

Se recordó el momento en que golpeó a Arturo con la espada de madera. La imagen del príncipe cayendo al suelo, con el rostro contorsionado por el dolor, se repetía una y otra vez en su mente. Sentía una punzada de vergüenza cada vez que lo recordaba, pero también algo más oscuro, algo que apenas podía admitir incluso para sí mismo.

—Tal vez... tal vez realmente quise lastimarlo.

El pensamiento le heló la sangre. Sabía que Arturo no tenía la culpa de la situación en la que él se encontraba. Arturo siempre había sido amable y amistoso con él, tratándolo más como un hermano que como un rival. Pero, en ese momento de furia, todo el resentimiento y la frustración acumulados durante años habían estallado.

—¿Cómo pude ser tan tonto? Sabía que esto podría pasar. Siempre he sido más fuerte, más hábil. No debería haberme dejado llevar... Ni siquiera debí aceptar su invitación.

En su corazón, Bastian sabía que el castigo era una consecuencia no solo de un accidente, sino de un momento de debilidad moral. Aunque intentaba justificarse, la verdad era innegable: en el fondo, había querido que Arturo sintiera una fracción del dolor y la injusticia que él soportaba todos los días.

—No merezco la bondad de Robert, ni la simpatía de Arturo. Tal vez la reina tiene razón. Tal vez debería desaparecer...

El silencio de su habitación lo envolvía, amplificando sus pensamientos. Se levantó y caminó hacia la pequeña ventana que daba al jardín. Desde allí, podía ver a algunos sirvientes trabajando, ajenos a su tormento interno. Observó a un par de niños nobles jugando a la distancia, sus risas resonando alegremente.

—Ellos no tienen que cargar con el peso de un error. Viven sus vidas sin esta sombra constante sobre ellos... Yo quisiera ser uno de ellos.

Se sintió abrumado por una profunda sensación de soledad y aislamiento. Recordó cómo, desde que tenía memoria, siempre había sido señalado y despreciado. Por más que se esforzara en demostrar su valor, su linaje siempre era un obstáculo insuperable.

—Arturo es el príncipe. Su vida está llena de luz y promesas. La mía... la mía no vale nada...

Robert avanzó por los pasillos del palacio real con determinación, su mente enfocada en una sola tarea: pedirle al rey que retirara el castigo impuesto a Bastian. Había estado con el joven durante años, observando de cerca las injusticias y humillaciones que sufría, y sabía que este castigo en particular era innecesariamente cruel. Cuando llegó a la sala del trono, solicitó audiencia con el rey.

El rey lo recibió con una mirada fría y distante, una actitud que no presagiaba nada bueno. Robert se arrodilló y, manteniendo la cabeza baja, empezó a hablar.

—Majestad, vengo a suplicar por el joven Bastian. Fue un accidente, una imprudencia durante un juego infantil. No hubo malicia en sus acciones, y ruego que reconsidere el castigo impuesto.

El rey lo observó en silencio por un momento, su expresión impasible. Finalmente, habló con una voz llena de desaprobación.

—Robert, debes entender que Bastian necesita aprender sus límites. No es un príncipe, y nunca lo será. Su lugar en este palacio es precario, y debe aprender a comportarse en consecuencia.

Robert levantó la cabeza, sorprendido por la frialdad del rey. Había esperado comprensión, al menos una mínima consideración por el joven.

—Majestad, con todo respeto, el Joven Bastian ya soporta mucho. Su vida es una constante lección de límites. No merece ser castigado por un simple accidente...

El rey frunció el ceño, su mirada se endureció aún más.

—¿No entiendes, Robert? Cómo capitán de los caballeros que eres, confío mucho en ti, por eso te puse al cuidado de ese niño, pero eso no quiere decir que debas apañarlo cuando se equivoca. La Reina está furiosa, y aunque Arturo ha intentado calmarla, necesita ver que se hace justicia. Para apaciguar su ira, el castigo debe cumplirse.

Robert sintió una oleada de desesperación. Sabía que la Reina Leticia tenía bastante poder, pero no había anticipado tal falta de compasión por parte del Rey.

—Majestad, le ruego que reconsidere. Bastian es solo un niño, y privarlo de comida y bebida, incluso de la luz del día es un castigo excesivo y cruel. Al menos reconsidere la severidad del castigo...

El rey se levantó de su trono, caminando lentamente hacia Robert. Cuando habló, su voz era un susurro gélido.

—Robert, he sido muy indulgente con Bastian. He permitido que viva aquí, bajo mi protección, a pesar de las circunstancias de su nacimiento. Pero no debo olvidar ni por un momento la estabilidad de este reino. La disciplina es esencial. Si la reina Leticia no ve que se toma una acción decisiva, su ira solo crecerá, y eso no es algo que podamos permitirnos.

Robert sintió el peso de la derrota. Comprendió que no había nada que pudiera hacer para cambiar la decisión del rey. Con un profundo suspiro, bajó la cabeza en señal de aceptación.

—Entiendo, Majestad. Gracias por escucharme.

El rey volvió a su trono, indicándole a Robert que la audiencia había terminado. Robert se levantó y salió de la sala, su mente nublada por la preocupación por Bastian. Sabía que el joven sufriría, pero también sabía que no había más opciones. Debía encontrar una manera de ayudarlo a soportar el castigo.

Regresó a la habitación de Bastian, encontrándolo sentado en la cama, con la mirada perdida en la pared. Robert se acercó y se arrodilló frente a él, con un rostro lleno de angustia que no pudo ocultar, habló.

—Lo siento. Hice lo que pude, pero el rey ha decidido que el castigo debe mantenerse. Intentaré llevarte algo de agua y comida de contrabando cuando pueda.

—No.

Habló Bastian con un tono firme.

Robert lo miró con sorpresa, pero antes que pudiera decir algo más, Bastian dió sus motivos.

—He cometido un pecado... he lastimado a su alteza el príncipe heredero... Su majestad es sabio, su voluntad, la cumpliré...

—Joven Bastian...

Al ver a los ojos al pequeño sabía que no había nada mas que decir.

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