Hasta que duele

Las siguientes semanas se convirtieron en un ejercicio de paciencia que ya no podía mantener. Su comportamiento demostró una inmadurez aplastante, incluso volvió a bloquear mi número y prácticamente desapareció. No supe mucho de ella, parecía estar acostumbrada a tener esa actitud evasiva cada vez que algo le disgustaba. ¿Por qué era tan difícil?

Cuando por fin logré verla antes de que abriera la puerta de su casa, caminé apresuradamente hacia ella porque estaba decidido a hablar las cosas, como se supone que harían dos personas adultas. Sin embargo, estaba completamente a la defensiva.

—¿Dime? —dijo, intentando hacer que la llave encajara

Vacilé antes de hablar, todas las conversaciones que había intentado mantener con ella al respecto del tema terminaban mal, siempre encontraba la manera. No tenía tanto humor para adentrarme en esto, pero si no lo hacía ahora, quién sabe cuándo volvería a cruzármela.

—Necesito hablar contigo.

—Estoy algo ocupada —abrió la puerta, la empujo para entrar.

—Espera —detuve su brazo—. Solo es un minuto.

Se detuvo, pero aún estaba fastidiada. Ni siquiera quería mirarme y tenía el semblante serio.

—¿Qué pasa?

Suspiré antes de continuar hablando.

—¿Qué te sucede, Jodie? No puedo hablar contigo en absoluto. Te he enviado mensajes de texto y nada.

—Sí, te bloqueé —respondió con indiferencia, luego se cruzó de brazos.

—No comprendo por qué estás haciendo esto. Primero me provocas sin parar y ahora te conviertes en una niña caprichosa.

—Dijiste que querías hablar. Pues sé directo y habla rápido, Kay.

—¿Por qué discutes así conmigo? ¿Y por qué es que te enoja tanto lo de Lucy? No es tan difícil confiar.

—¿Era eso? —Le vi rodar los ojos, fastidiada—. A ver, yo estoy harta de ese temita —lanzó su bolso hacia el fondo de su sala—. No es que desconfíe, Kay, entiende eso de una vez.

—Tú crees que Lucy y yo podríamos terminar haciendo algo juntos.

—Me da igual —exhaló—. Me da igual si quieres o no hacer algo con ella. Tuvimos esta conversación antes, te lo pedí claramente, me prometiste que así sería y al minuto siguiente te fastidias otra vez por la misma razón. Y yo no estoy para aguantar situaciones así.

—Es que tú no lo entiendes, no es alguien cualquiera, ni siquiera conozco más personas aparte de ella en la universidad, no me puedes simplemente pedir que la deje fuera de mi vida solo porque estás insegura.

Supuse que no debía haber dicho lo último cuando su expresión cambió de golpe.

—Bien, entonces quédate con ella.

Quiso dar un portazo. Uno más para la lista. Pero atravesé mi mano en el marco, ignoré el dolor punzante en los nudillos.

—Basta de hacer eso, Jodie.

—Mira, Kay. Sinceramente, yo no quiero estar como una niña pequeña rogando que dejes de hacer algo cuando ya te lo pedí una vez. Yo lo habría hecho sin pensarlo, y si tú no eres capaz de ello, bien, pero a mí déjame en paz. Esta charla ya me dio mucha flojera.

—Maldita sea, es que no es tan fácil.

Levanté la voz. No sabía por qué me estaba desesperando así, no tendría por qué afectarme si ella prefería irse, pero lo hacía, admito que no podía concebir esa idea. Y mi frustración estaba alcanzando un punto crítico.

—Bueno —dijo entre risas con toques de sarcasmo—. Ya te lo dije, no hay problema. Pero no me pidas que me quede si es así, no quiero estar al pendiente de eso. Deja las cosas así, está bien, solo no gastes mi tiempo.

Tenía una sensación incómoda de tener un problema en frente y no saber cómo solucionarlo. Y ella no ayudaba mucho, lo único que repetía una y otra vez era que me alejara de ella. Todo esto se me hacía una tremenda estupidez, por qué dejé que me enredara en ella.

Dio un paso hacia adentro. Esta vez no intenté detenerla, el eco del golpe resonó en mi mente mientras me quedaba allí, sintiendo el peso muerto de la conversación.

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