Trazos de Verdad

Capítulo 19

La noche cayó rápidamente sobre la cabaña. Las luces suaves iluminaban la sala, y afuera, el bosque parecía respirar con el viento que acariciaba las hojas. Gabriel estaba sentado en el sofá, con un vaso de whisky en la mano, observando las llamas danzar en la chimenea. El silencio no le incomodaba, pero esta vez era diferente. Era un silencio cargado de preguntas que aún no se atrevía a formular.

Elena apareció desde la cocina con una taza de té en la mano, vestida con una sudadera holgada y calcetines gruesos. Se detuvo un momento, mirándolo. Le sorprendía verlo así, tan distinto al CEO impecable y calculador de Manhattan. Aquí, en esa cabaña alejada de todo, Gabriel Moretti parecía más humano.

“¿Te preocupa algo?” preguntó Elena mientras tomaba asiento frente a él.

Gabriel la miró, su expresión más relajada, aunque sus ojos seguían cargados de pensamientos. “¿Por qué piensas eso?”

“Porque no puedes engañarme, Gabriel,” respondió Elena, dándole un sorbo a su té. “Tu mente está a mil por hora. ¿Qué sucede?”

Gabriel dejó el vaso sobre la mesita y la observó en silencio durante unos segundos antes de responder. “A veces me pregunto si estoy haciendo esto bien.”

Elena frunció el ceño, algo confundida. “¿Esto qué?”

“Nosotros,” respondió él finalmente, sus palabras más suaves de lo habitual.

Elena sintió un pequeño sobresalto en el pecho. No esperaba esa respuesta. “¿Y qué te hace pensar que lo estás haciendo mal?”

Gabriel se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. “Porque no soy un hombre que entienda lo que significa… esto. Las relaciones. El matrimonio. Yo sé manejar empresas, negocios. Puedo prever una crisis financiera y resolverla en minutos, pero esto… tú… me desarmas.”

Elena lo miró sorprendida. No era común escuchar tanta vulnerabilidad en su voz. Gabriel siempre parecía tener respuestas para todo, pero ahora, estaba mostrándole otra parte de sí mismo.

“No necesitas tener todas las respuestas,” dijo Elena suavemente. “Las relaciones no son algo que puedas planificar o controlar. No funcionan así.”

Gabriel soltó una ligera risa, sin humor. “Eso es lo que me desconcierta. Siempre tuve todo bajo control: mi carrera, mis empresas, mi vida. Pero contigo… no sé qué esperar. Me sacas de mi zona de confort, y no estoy acostumbrado a eso.”

Elena dejó la taza sobre la mesa y lo miró directamente. “¿Eso te molesta?”

“No,” respondió Gabriel casi de inmediato. “Me asusta.”

Elena sintió que el aire en la habitación se volvía más pesado. Aquella confesión, aunque breve, contenía un peso que no podía ignorar. Se acercó un poco más, apoyando los brazos sobre sus rodillas.

“Gabriel, ¿alguna vez has pensado en lo que realmente quieres?”

Gabriel la miró con intensidad, como si no entendiera la pregunta. “¿Qué quieres decir?”

“Me refiero a ti. No a tus empresas, no a tus planes a diez años, sino a ti como persona. ¿Qué quieres? ¿Qué te hace feliz?”

Gabriel apartó la mirada, fijándola en el fuego. Era una pregunta que nunca se había hecho realmente. Su vida siempre había estado enfocada en el éxito, en alcanzar metas y superar expectativas. Pero ahora, sentado frente a Elena, sintió que todas esas metas palidecían frente a algo que aún no entendía del todo.

“No lo sé,” admitió finalmente. “Nunca me lo he permitido pensar.”

Elena sonrió con ternura. “Quizás sea hora de descubrirlo.”

Gabriel la miró nuevamente. Había algo en Elena, en la manera en que hablaba, en cómo lo miraba, que lo hacía sentir expuesto y a la vez comprendido. Como si ella pudiera ver todas las grietas en su fachada y, en lugar de rechazarlas, simplemente las aceptara.

“¿Y tú? ¿Sabes lo que quieres?” preguntó él, devolviéndole la pregunta.

Elena asintió sin dudarlo. “Quiero una vida donde pueda ser yo misma, sin pretender ser alguien que no soy. Quiero amar y ser amada, con todo lo que eso implica. Los días buenos y los malos. No espero perfección, Gabriel. Solo quiero algo real.”

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, cargadas de significado. Gabriel sintió un nudo en el estómago. “¿Y crees que yo puedo darte eso?”

Elena lo miró con suavidad, pero con firmeza. “No lo sé. Eso es algo que solo tú puedes decidir.”

El resto de la noche transcurrió en un silencio contemplativo. Gabriel y Elena permanecieron en la sala, cada uno perdido en sus propios pensamientos, pero conectados de una manera que no necesitaba palabras.

Antes de irse a dormir, Gabriel se detuvo en el umbral de la habitación de Elena. Ella estaba acomodando las sábanas cuando notó su presencia y lo miró con curiosidad.

“¿Todo bien?” preguntó.

Gabriel asintió, pero antes de girarse, dijo algo que la dejó inmóvil. “Gracias.”

“¿Por qué?”

Gabriel la miró con sinceridad. “Por no rendirte conmigo.”

Elena sintió un nudo en la garganta, pero solo sonrió. “No tienes por qué agradecerlo. Ahora vete a dormir, Moretti.”

Gabriel soltó una pequeña sonrisa y se retiró a su habitación. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo en su interior comenzaba a cambiar.

El silencio de la cabaña, ahora cálido y acogedor, les dio una tregua. Sin embargo, ambos sabían que las preguntas que habían surgido esta noche los acompañarían por mucho tiempo.

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