El Arte de Ceder Terreno

Capítulo 8

Elena se despertó más tarde de lo habitual, algo que no le sorprendió dado el ritmo frenético del día anterior. Sin embargo, lo que sí la desconcertó fue el silencio absoluto en el ático. Era extraño no escuchar los pasos firmes de Gabriel o el zumbido constante de su teléfono.

Se levantó y caminó hacia la cocina, encontrándola vacía, aunque perfectamente ordenada, como siempre. Sobre la mesa, una nota escrita con la pulcra caligrafía de Gabriel captó su atención.

“Reuniones todo el día. Tienes libre esta mañana. Trato de negocios importante esta noche. Vístete para impresionar. G.”

Elena bufó y dejó caer la nota sobre la mesa. “Siempre tan directo,” murmuró.

Decidió que sería un buen momento para explorar más el ático. Aunque llevaban días compartiendo espacio, todavía no había tenido tiempo para realmente descubrir los secretos que escondía el lugar.

Después de un par de horas investigando, Elena encontró un pequeño rincón que no esperaba: una habitación que Gabriel parecía haber convertido en su refugio personal. En lugar de los muebles modernos y minimalistas que dominaban el resto del ático, este espacio era cálido y lleno de libros, con una gran estantería que cubría toda una pared.

“Así que el señor eficiencia también tiene un lado humano,” dijo para sí misma, corriendo los dedos por los lomos de los libros. Había títulos de negocios, biografías de figuras históricas, pero también novelas clásicas. Eso le llamó la atención.

Tomó uno de los libros al azar y lo abrió. Una tarjeta cayó al suelo, y cuando la recogió, notó que era una foto antigua de Gabriel, mucho más joven, junto a una mujer que sonreía ampliamente.

“¿Será su madre?” pensó. El Gabriel de la foto parecía más relajado, incluso feliz, algo muy distante del hombre frío y calculador que ella conocía.

“¿Qué haces aquí?”

La voz de Gabriel la sobresaltó, haciendo que casi dejara caer la foto. Se giró rápidamente para encontrarlo de pie en la puerta, con las manos en los bolsillos y una expresión difícil de leer.

“No sabía que tenías una biblioteca secreta,” respondió ella, tratando de sonar casual mientras le devolvía la foto.

Gabriel caminó hacia ella y tomó la imagen, mirándola durante un momento antes de guardarla en el libro. “Era de mi madre. Le gustaban los libros. Este lugar me recuerda a ella.”

Elena se cruzó de brazos, sorprendida por su sinceridad. “¿Por qué escondes algo así? Es… humano.”

Gabriel se encogió de hombros. “La vulnerabilidad no tiene cabida en mi mundo.”

“Qué triste,” dijo ella, sin filtros. “A veces, mostrar un poco de humanidad no te hace débil, Gabriel. Te hace real.”

Gabriel la observó por un momento, como si estuviera considerando sus palabras. Finalmente, cambió de tema. “Espero que recuerdes que tenemos una cena importante esta noche.”

“Por supuesto, mi señor,” dijo Elena con un gesto dramático, intentando aligerar la conversación.

Esa noche, mientras Gabriel revisaba algunos documentos en la sala, Elena apareció lista para la cena. Llevaba un vestido negro sencillo pero elegante, y su cabello estaba recogido en un moño despreocupado que la hacía lucir aún más encantadora.

Gabriel levantó la vista y se quedó sin palabras por un segundo. “Estás… perfecta.”

“¿Eso es un cumplido? Porque casi parece uno,” dijo ella, disfrutando del momento.

Gabriel esbozó una pequeña sonrisa. “Tómalo como quieras.”

El camino hacia el restaurante fue tranquilo, pero Elena no podía evitar notar cómo Gabriel parecía más relajado que de costumbre. Incluso compartió un par de comentarios ligeros sobre las noticias del día, algo completamente inesperado.

Cuando llegaron, el ambiente del lugar era exactamente lo que Elena esperaba: formal, serio y lleno de personas que parecían medir su valor en base a sus cuentas bancarias.

Gabriel, como siempre, se movía con la seguridad de alguien que pertenecía a ese mundo, pero Elena decidió añadir un toque de su propia personalidad. En lugar de seguir el guion silencioso de Gabriel, se involucró en las conversaciones con comentarios ingeniosos y un humor que parecía desarmar a todos.

“¿Siempre es tan encantadora?” preguntó uno de los socios a Gabriel, después de que Elena lograra que toda la mesa riera con una anécdota sobre su primer día en el ático.

Gabriel miró a Elena, que le devolvió una sonrisa triunfante. “Tiene… un talento único,” respondió él, eligiendo cuidadosamente sus palabras.

De regreso al ático, Gabriel se quitó la chaqueta mientras Elena se acomodaba en el sofá.

“¿Sabes? Creo que tus amigos ricos empiezan a gustarme,” dijo ella.

“Socios, no amigos,” corrigió Gabriel.

“Lo que sea. Parecían más vivos después de un par de risas. Quizás debería acompañarte más seguido.”

Gabriel la miró y, por primera vez, no lo descartó. “Tal vez. Tienes una forma de hacer que las cosas sean menos… tensas.”

Elena sonrió. “¿Ves? Ya estoy mejorando tu vida. No necesitas reglas para todo.”

Gabriel no respondió, pero una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Quizás, después de todo, había algo que aprender del caos de Elena.

La relación entre ellos empezaba a mostrar destellos de algo más profundo, pero todavía había muchas capas por descubrir.

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