El amanecer llegó acompañado de un tenue rayo de sol que se coló por las cortinas de la habitación de Nia. La noche anterior, tras su encuentro con Ethan, había regresado a casa con una mezcla de emociones que no lograba descifrar del todo. Aceptar dar ese paso hacia lo desconocido con él era un salto que la aterraba y emocionaba a partes iguales. Ahora, mientras el café burbujeaba en la pequeña cafetera de su cocina, trataba de organizar sus pensamientos.
Se sirvió una taza y se sentó junto a la ventana, contemplando la ciudad que despertaba bajo ella. Ethan no había insistido en obtener respuestas definitivas, lo que le agradecía profundamente. Él había respetado sus dudas, y eso solo hacía que lo viera con más admiración. Pero lo que la inquietaba era algo más profundo, algo que iba más allá de su conexión. ¿Cómo encajaría él en su mundo? ¿Cómo encajaría ella en el suyo?
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En el estudio de danza, la atmósfera estaba cargada de una energía diferente. El ensayo final para la próxima función se acercaba, y el elenco completo trabajaba con intensidad. Nia, por su parte, luchaba por mantener su mente enfocada. Los pasos fluían de su cuerpo con precisión, pero había una chispa en su movimiento que parecía encenderse cada vez que pensaba en Ethan. Era algo involuntario, pero evidente.
—Esa sonrisa no es solo por la danza, ¿verdad? —murmuró Alma mientras ambas hacían una pausa en la barra.
Nia giró los ojos con una risa nerviosa.
—¿Qué dices? Solo estoy concentrada, eso es todo.
Alma arqueó una ceja, claramente incrédula.
—Por favor. Desde que Ethan comenzó a aparecer por aquí, pareces estar flotando en el aire. —Le dio un golpecito en el brazo, divertida—. ¿Te has dado cuenta de que tu forma de bailar ha cambiado? Hay algo más en ti, Nia, algo que no estaba antes.
—No sé de qué hablas —replicó Nia, aunque sabía que Alma tenía razón. Sentía esa diferencia, aunque no estaba segura de cómo interpretarla.
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Esa noche, Ethan la esperaba nuevamente. Esta vez no frente al teatro, sino cerca de un pequeño parque iluminado con luces cálidas. Cuando Nia llegó, lo encontró sentado en un banco, con un cuaderno en sus manos. Era el mismo que le había mostrado días atrás, lleno de dibujos y palabras que parecían contener fragmentos de su alma.
—Hola —saludó Nia, sentándose a su lado.
Ethan cerró el cuaderno y la miró con una sonrisa que iluminaba su rostro.
—Hola. ¿Cómo estuvo el ensayo?
—Intenso, pero productivo —respondió, dejando que un suspiro escapara de sus labios.
—Eso suena como tú. Intensa y productiva. —Su tono era ligero, pero había un brillo en sus ojos que la hacía sentir vulnerable y especial al mismo tiempo.
El silencio que siguió no fue incómodo. Al contrario, era como si ambos estuvieran disfrutando simplemente de estar juntos, sin necesidad de llenar el espacio con palabras. Pero Nia sabía que había algo más que Ethan quería decir, algo que lo tenía pensativo.
—¿Qué pasa? —preguntó finalmente, girándose hacia él.
Ethan bajó la mirada hacia el cuaderno en sus manos, jugueteando con la esquina de las páginas.
—Quiero compartir algo contigo, algo que no suelo contarle a nadie.
La seriedad en su tono hizo que Nia se enderezara, dándole toda su atención. Ethan respiró hondo antes de continuar.
—Cuando era más joven, antes de todo esto, el dinero, las empresas, tenía un sueño diferente. Quería ser artista. Pintar, escribir… era lo que realmente amaba. Pero crecí en un mundo donde esos sueños no eran válidos. Mi padre me decía que el arte no pagaba las cuentas, que debía enfocarme en algo práctico, algo tangible. Así que dejé todo eso de lado. —Hizo una pausa, mirando al frente—. Pero cuando te vi bailar por primera vez, Nia, recordé lo que se siente crear algo que realmente importe. Algo que no tiene precio, pero que tiene valor.
Las palabras de Ethan la conmovieron profundamente. Era como si le estuviera abriendo una parte de su alma que rara vez mostraba, una parte que resonaba con su propia lucha por mantenerse fiel a su pasión.
—Ethan… —comenzó, pero él levantó una mano, como si necesitara terminar antes de que ella hablara.
—Por eso estoy aquí. No quiero perder la oportunidad de estar cerca de algo tan auténtico como tú. Y no quiero que sigas pensando que lo que haces no tiene un impacto. Porque lo tiene, Nia. Me has cambiado más de lo que crees.
Nia sintió un nudo en la garganta. Nunca había pensado en su arte como algo capaz de influir tan profundamente en alguien más. Pero las palabras de Ethan eran sinceras, y eso la hacía querer creerle.
—Gracias por decirme esto. Sé que no es fácil abrirse de esa manera —dijo, tocando suavemente su mano.
Ethan la miró, y por un momento, parecía que el mundo entero se desvanecía a su alrededor.
—Tampoco es fácil para mí, pero contigo, todo parece más simple.
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Los días siguientes fueron un torbellino. Entre los ensayos y los encuentros con Ethan, Nia sentía que su vida estaba comenzando a transformarse de formas que no había anticipado. La danza seguía siendo su refugio, pero ahora, cada paso parecía estar impregnado de algo más. Algo que la hacía moverse con más libertad, con más pasión.
Ethan, por su parte, no dejó de estar presente. Nunca invadía, nunca exigía, pero siempre estaba ahí, ofreciéndole su apoyo de maneras sutiles pero constantes. Y poco a poco, Nia comenzó a darse cuenta de que lo que sentía por él iba más allá de una simple atracción. Era como si Ethan hubiera encontrado la manera de tocar su corazón sin siquiera intentarlo.
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En la noche previa al estreno, Ethan apareció en el teatro con un ramo de flores. Nia lo encontró esperándola en el vestíbulo, con una sonrisa que hacía que su corazón se acelerara.
—Para ti, por todo lo que haces y por lo que eres —dijo, entregándole las flores.
Nia tomó el ramo, sintiendo que su pecho se llenaba de una calidez inesperada.
—Gracias, Ethan. —Sus palabras eran simples, pero cargadas de significado.
Él dio un paso más cerca, mirándola a los ojos.
—Sé que mañana es importante para ti, pero quiero que sepas algo. Pase lo que pase, estoy aquí. No solo como alguien que admira tu arte, sino como alguien que cree en ti, Nia. Siempre.
Y en ese momento, mientras la mirada de Ethan se encontraba con la suya, Nia sintió que el mundo dejaba de girar. Tal vez aún no entendía completamente lo que estaba sucediendo entre ellos, pero una cosa era segura: estaba dispuesta a descubrirlo, paso a paso, juntos.
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