El beso seguía rondando la mente de ambos al día siguiente. Damian había evitado cualquier mención al respecto, manteniéndose más callado de lo usual, mientras Elena hacía todo lo posible por concentrarse en su trabajo. Sin embargo, la tensión entre ellos era palpable. Cada mirada, cada movimiento, estaba cargado de un significado que ninguno parecía dispuesto a enfrentar todavía.
La mañana transcurrió con relativa normalidad hasta que Elena recibió un correo de Sophie. El mensaje contenía un informe sobre la empresa con la que se había reunido el día anterior. Los datos confirmaban sus sospechas: había conexiones turbias, vínculos con lavado de dinero y posible tráfico de influencias.
—Genial —murmuró Elena para sí misma, pasando la mano por su cabello mientras revisaba el documento.
—¿Algo interesante? —preguntó Damian desde el sofá, sin levantar la vista de su teléfono.
—Si consideras que estar lidiando con criminales encubiertos es interesante, entonces sí.
Damian levantó la vista, su expresión se volvió inmediatamente seria.
—Dame detalles.
Elena le envió el archivo por correo y esperó mientras él lo revisaba. Observó cómo sus ojos se oscurecían a medida que leía, su mandíbula apretándose ligeramente.
—Esto es más grande de lo que pensaba —dijo finalmente.
—¿Crees que puedan estar relacionados con las amenazas?
Damian asintió, cerrando su teléfono.
—Es probable. Estas personas no son simples empresarios. Están acostumbrados a conseguir lo que quieren, por las buenas o por las malas.
Elena cruzó los brazos, intentando ocultar el escalofrío que recorrió su cuerpo.
—Bueno, no pienso darles lo que quieren.
Damian la miró fijamente, su expresión una mezcla de admiración y preocupación.
—Eso lo hace aún más peligroso.
Elena bufó, intentando mantenerse firme.
—No voy a dejar que me intimiden.
—No, pero tampoco voy a dejar que te expongas sola —dijo Damian, su voz firme—. Si ellos intentan algo, yo me encargaré.
Elena quiso protestar, pero algo en su tono no dejaba espacio para discusiones.
—¿Y qué sugieres que haga mientras tanto? ¿Sentarme y esperar?
Damian se acercó, colocando una mano en su hombro.
—Sugiero que confíes en mí.
Las palabras eran simples, pero la intensidad en su mirada las hacía más profundas. Por un momento, Elena sintió que podía hacerlo, que podía confiar en él. Pero su orgullo era demasiado grande como para admitirlo.
—Veremos cómo va eso —murmuró, apartando la mirada.
.
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Más tarde, Elena decidió salir de la oficina para despejarse. Le había dicho a Damian que necesitaba espacio, pero no estaba segura de si él realmente se quedaría atrás. Mientras caminaba por el parque cercano, sentía que alguien la observaba.
No tardó en darse cuenta de que no estaba paranoica. A pocos metros de distancia, Damian estaba apoyado contra un árbol, claramente vigilándola.
—¿Espiarme es tu idea de darme espacio? —preguntó Elena, acercándose a él.
Damian sonrió ligeramente, sin inmutarse.
—No te estoy espiando. Te estoy cuidando.
—Es lo mismo.
—No, no lo es —dijo Damian, cruzándose de brazos—. Si te estuviera espiando, no sabrías que estoy aquí.
Elena rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír ante su lógica absurda.
—¿No tienes algo mejor que hacer?
—No.
Elena suspiró, resignada.
—Eres imposible.
Damian la miró con una sonrisa apenas perceptible.
—Y tú eres terca. Parece que estamos a mano.
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La noche cayó rápidamente, y el ambiente en el apartamento era diferente. Había una tensión flotando entre ellos, una mezcla de incertidumbre y algo más profundo que ninguno de los dos podía ignorar.
Elena estaba en la cocina, preparando algo para cenar, cuando Damian entró, apoyándose en la puerta.
—¿Por qué no te relajas por una vez? —preguntó él.
—Porque alguien tiene que ocuparse de las cosas normales, como comer —respondió ella sin mirarlo.
Damian caminó hacia ella y se detuvo justo a su lado.
—Puedo pedir algo. No necesitas hacer todo sola.
Elena giró la cabeza para mirarlo, sus ojos brillando con determinación.
—¿Siempre estás así de protector?
Damian sostuvo su mirada, y por un momento, el aire entre ellos pareció detenerse.
—Solo con las personas que me importan.
Las palabras la tomaron por sorpresa, pero antes de que pudiera responder, Damian levantó una mano y apartó un mechón de cabello de su rostro. El gesto fue tan suave, tan inesperado, que Elena sintió que su corazón se detenía por un segundo.
—No tienes que cargar con todo sola, Elena. Estoy aquí —dijo en un susurro.
Elena sintió cómo su respiración se volvía más pesada, pero no apartó la mirada. En cambio, dio un paso más cerca, casi sin darse cuenta.
—¿Y quién cuida de ti, Damian? —preguntó en voz baja.
Damian sonrió ligeramente, pero había algo melancólico en su expresión.
—No necesito que me cuiden.
Elena negó con la cabeza, sintiendo una oleada de emociones que no podía explicar.
—Todos necesitamos a alguien, aunque sea por un momento.
Antes de que pudiera detenerse, levantó una mano y tocó suavemente su rostro. Damian no se movió, pero sus ojos oscurecieron, llenos de algo que iba más allá de las palabras.
Y entonces sucedió. Fue como si todo el autocontrol que ambos habían mantenido hasta ese momento se desmoronara. Damian la tomó por la cintura y la atrajo hacia él, mientras sus labios se encontraban en un beso que era tanto una lucha como una rendición.
Elena respondió con la misma intensidad, sus manos recorriendo su espalda mientras la presión de sus cuerpos aumentaba. Todo lo que habían estado conteniendo finalmente salió a la superficie, y por un momento, nada más importó.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban respirando con dificultad, sus miradas aún fijas la una en la otra.
—Esto es una mala idea —murmuró Damian, aunque no parecía dispuesto a retroceder.
—Entonces deja de pensar —respondió Elena, con una sonrisa desafiante.
Damian rió suavemente, pero su risa se desvaneció rápidamente mientras volvía a besarla, esta vez con aún más fervor.
Esa noche, las líneas entre ellos se desdibujaron por completo, dejando claro que lo que habían estado tratando de evitar era inevitable.
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