Silencio, no quiero escuchar un reclamo más.

— No, yo, yo no podría estar con un hombre como usted —dijo Mónica, retrocediendo, asustada por la revelación; ni en sus más desquiciados sueños se imaginó estar comprometida con el emperador.

— ¿Un hombre como yo? ¿A qué te refieres? —preguntó el emperador, tratando de acercarse a ella, pero cada paso que él avanzaba, Mónica retrocedía dos.

— Un asesino —dijo Mónica, sosteniéndole la mirada.

— ¿De qué me estás hablando? No te estoy entendiendo —los temores que tenía el emperador eran demasiados, pero prefirió mantener la calma; no podía dejar que sus miedos tomaran el control sobre él.

— Yo lo vi matar al conde Leyer —le dijo Mónica sin apartarle la mirada. El corazón del emperador comenzó a bombear sangre con más fuerza; lo que más temía sucedió: la sensación de miedo apoderándose de su cuerpo era avasallante. Pero lo que realmente lo tenía devastado era que esos ojos que hace un momento lo veían con fascinación ahora lo veían con desprecio. Le dolía ver su mirada tan y lejana y desconfiada

— Yo puedo explicarlo —le dijo el emperador con algo de desespero; no quería perderla.

— No quiero sus explicaciones. — El emperador trató de detenerla, sosteniéndose débilmente del brazo, pero Mónica se zafó y le dio una bofetada.

— ¡Yo sé lo que vi! No hay explicación que valga para arrebatar una vida de esa forma. ¡Usted solo es un vil asesino que se disfraza de cordero y utiliza su falsa bondad para engañar al pueblo! — El emperador no aguantó más. Los reclamos de Mónica eran mal fundamentado. Cargó a la mujer como un costal de papas; el vestido le complicaba la tarea, pero no estaba dispuesto a rendirse. Le daría una lección de vida a esa pacifista empedernida. Comenzó a caminar con Mónica en sus hombros por los distintos pasadizos secretos que había en el palacio.

— ¡Bájame! ¡Te estás comportando como un animal! — gritaba Mónica en protesta.

— Silencio, no quiero escuchar un reclamo más. — Mónica aguardó en silencio, desconcertada; su instinto la instó a mantenerse callada.

Demoraron veinte minutos en cruzar todo el palacio, hasta que el último pasadizo los llevó a una especie de caballerizas, donde solo había un carruaje que parecía abandonado.

El emperador metió a Mónica en el carruaje y luego subió él.

—¿A dónde me llevas? —Mónica no obtuvo respuesta alguna; el emperador solo se limitó a recostarse en el carruaje. De repente, el carruaje comenzó a andar; Mónica tenía miedo de que esa cosa dejara de funcionar.

Ella no sabía cuánto tiempo pasó, pero el cansancio la hizo dormirse.

— Siento que esto será un dolor de cabeza. Estás tan metida en tus propios razonamientos que te niegas a escuchar mi verdad. — El emperador la acurrucó en sus brazos para que no se golpeara con los movimientos bruscos que estaba haciendo el carruaje. Cuando ya habían llegado, muy a su pesar, la soltó.

— Despierta. — El emperador la sacudió un par de veces hasta que Mónica se despertó.

— Sígueme. — A Mónica se le quitó el sueño que tenía cuando escuchó la voz del emperador.

Cuando salió del carruaje, lo poco que pudo ver era una inmensa propiedad. Al entrar, todo estaba iluminado con candelabros. Una mujer de avanzada edad salió a recibirlos.

— Majestas, qué alegría tenerlo aquí. — La mujer le hizo una reverencia al emperador y luego a Mónica.

— Livia, siento importunarlas a esta hora. Por favor, llámalas a todas. — La mujer hizo caso, y en pocos minutos varias mujeres se presentaron ante ellos, algunas un poco convalecientes y otras en mejor condición.

— Majestad, es un honor tener aquí a nuestro Salvador. — Dijo una de las mujeres, haciendo una reverencia con dificultad debido a sus heridas.

— Me alegra ver que están mejor, Clariz. Lady Mónica pasará la noche con ustedes. Así podrán informarle acerca de cómo eran tratadas por el conde Leyer y sus secuaces. — El emperador se retiró, dejando a Mónica desconcertada, pero las mujeres pudieron percibir que había un gran conflicto en la pareja; era más que evidente que el emperador no llevaría a cualquiera al refugio.

— ¿Qué es lo que quiere saber? —le preguntó Clariz a Mónica.

— ¿Por qué están aquí? ¿Qué es este lugar? ¿Qué tiene que ver el conde Leyer en todo esto? —El estado de maltrato en las mujeres, Mónica lo pudo evidenciar desde que las vio.

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