Berta, no la llames así

— Sigues teniendo muy malos hábitos para dormir —dijo el emperador, arropando el cuerpo de Mónica con una frazada que estaba en el suelo, junto a toda la ropa de cama.

— Tú tienes el trabajo más importante: regresar a casa con la respuesta —le dijo el emperador a la paloma antes de salir de la habitación y regresar a la suya, sigilosamente.

A primera hora, el emperador se retiró; un día fuera del palacio era una torre de pendientes segura.

Cuando Mónica despertó, se cayó de la cama del susto. Había encontrado una peculiar cosa observándola. Se frotó los ojos con ambas manos para despertarse y pudo ver el ave que estaba en su cama, cosa que no era normal.

— ¿Cómo entraste? —preguntó Mónica al ver que su ventana estaba cerrada. Se levantó del suelo y comenzó a observar el ave con más detenimiento.

— No es como si le fueras a responder. — Mónica se sentía tonta al hablar con el ave.

— Así que eres una paloma mensajera; nunca había visto una tan blanca. — Mónica desató el pequeño compartimiento que tenía el ave en su pata; le costó algunos segundos sacar el pergamino que estaba muy bien enrollado.

— En lo más profundo de mi corazón he guardado mis sentimientos hacia ti, como una piedra preciosa a la cual temo perder. En mi necedad, he decidido luchar por tu amor; esa misma necedad ha alimentado mis sueños, sueños que cada noche son más recurrentes. Añoro el momento de tomar tu mano en el altar y convertirme en tu esposo. Permíteme conocerte más, en medio de la distancia. Amina será nuestra mensajera de confianza.

Atentamente: tu prometido.

Mónica sonrió y se dispuso a escribir su respuesta; esta vez su padre había escogido bien.

— Milady, ¿puedo pasar?

— Adelante, Berta. — Mónica siguió escribiendo mientras su doncella entraba a arreglar su baño, pero al acercarse a la cama, comenzó a estornudar.

— Milady, ¿qué hace esa cosa ahí? — preguntó la doncella exaltada, apuntando al ave con el dedo, ya que cada vez que ella estaba cerca de una, comenzaba a estornudar sin parar.

— Berta, no la llames así, solo tápate la nariz un momento; Amina ya se va. — Mónica terminó de escribir su respuesta, lo introdujo con sumo cuidado en el pequeño compartimiento y lo amarró muy bien a la pata del ave.

— Amina, cuídate mucho, tienes que llevar el mensaje con bien. — Mónica abrió la ventana y el ave emprendió su vuelo.

— Me caso. — dijo Mónica, determinada, a lo que su doncella dio un grito ahogado.

— Milady, ¿está segura de eso? No conoce a su nuevo prometido. — Su doncella estaba exaltada, mientras Mónica se adentraba en la tina con total calma.

— Berta, te puedo asegurar que es mejor opción que el sexto príncipe. Fue bueno mandar al espía para saber qué hacía en el reino.

— ¡Mi Lady! No repita eso en voz alta. Si su madre o su hermano se enteran de que usted sabía lo que estaba haciendo el sexto príncipe, se meterá en problemas —le reprochó su doncella, mientras la ayudaba a asearse.

— Berta, ellos nunca sabrán eso. Mi madre cree que soy demasiado inútil, y para mi hermano no represento ninguna amenaza; él cree ciegamente que no soy muy inteligente —dijo Mónica con resignación. Al final del día, no escoges la familia donde naces, solo aprendes a convivir con ellos.

— El ave es una mensajera de mi prometido —dijo Mónica con una sonrisa, saliendo del baño. Por la preocupación, Berta la había tallado de más; su piel estaba casi roja.

— Berta, en esta sociedad los hombres solo aparentan llevarse bien con sus prometidas; fingen quererlas para no ser juzgados. Nunca intentan conocerlas realmente, solo ven el beneficio que estas aportan a través de sus familias. Esta es mi oportunidad para casarme con un buen hombre. He sido favorecida con un buen padre, pero soy consciente de que, si él muere, mi madre o mi hermano me venderán al primer postor, sin piedad alguna. No puedo ser tan descuidada con mi suerte, durante mucho tiempo.

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