El vuelo fue largo, pero Mathew y Alec pasaron la mayor parte del tiempo hablando sobre las aventuras que les esperaban. Compartieron historias de viajes imaginarios y sueños de infancia que ambos querían cumplir. Era como si el avión que los llevaba a su primer destino también los transportara a un lugar de esperanza y renovación, donde el peso de su pasado finalmente se disipaba.
Al aterrizar en su primera parada, París, ambos sintieron una oleada de emoción y nerviosismo. La ciudad les ofrecía una mezcla de romanticismo y misterio que los cautivó desde el primer momento. Con las maletas en mano y un mapa doblado que Alec había insistido en llevar, se aventuraron a explorar la ciudad sin rumbo fijo, permitiéndose perderse en las calles y en los momentos compartidos.
El primer día, caminaron sin rumbo, descubriendo pequeñas cafeterías y tiendas antiguas, y tomaron fotografías en cada esquina. Rieron como nunca, disfrutando de cada detalle, desde los olores de las panaderías hasta la música que emanaba de las plazas. La luz dorada de París los envolvía como un abrazo, dándoles la bienvenida a esta nueva fase de sus vidas.
Esa noche, después de un día agotador, decidieron subir a la Torre Eiffel para ver las luces de la ciudad. Mientras subían las escaleras, Alec apretó la mano de Mathew, dándose cuenta de la serenidad que sentía a su lado. Las preocupaciones que una vez lo habían consumido parecían tan lejanas que casi le costaba recordar el peso que alguna vez llevaron.
“¿Sabes? Si alguien me hubiera dicho hace un año que estaría aquí contigo, no lo habría creído,” dijo Alec mientras alcanzaban la cima.
Mathew lo miró, su rostro iluminado por las luces de la torre y la ciudad a sus pies. “Yo tampoco. Pero estoy agradecido de que decidieras darme una oportunidad, de que no dejaste que el pasado te detuviera.”
Alec sonrió, su mirada llena de ternura. “Y tú, gracias por quedarte, por ver más allá de mis sombras.”
Se quedaron en silencio, abrazados mientras observaban la ciudad iluminada. En ese momento, sintieron que no importaba a dónde los llevara el camino, siempre y cuando lo recorrieran juntos.
Los días en París pasaron rápido. Visitaron museos, probaron cada platillo que se les antojó y llenaron sus días de aventuras improvisadas. Para ambos, era como si estuvieran creando una nueva historia, una que ya no estaba marcada por los errores y heridas del pasado, sino por la promesa de un futuro lleno de momentos compartidos.
Una tarde, mientras paseaban por el barrio de Montmartre, Alec sugirió que se tomaran un tiempo para escribir sus pensamientos en un pequeño diario que había comprado. “Es algo simbólico,” explicó. “Quiero que este viaje no solo sea una aventura, sino una forma de recordar lo lejos que hemos llegado.”
Mathew aceptó, tomando el diario en sus manos y comenzando a escribir. Anotó sus emociones, los momentos que más lo habían marcado y las pequeñas cosas que hacían que cada día fuera especial. Alec hizo lo mismo, dejando en sus palabras una honestidad que solo Mathew le había inspirado. Era su forma de cerrar el ciclo, de dejar atrás lo que ya no les servía y abrazar todo lo nuevo que la vida les ofrecía.
Una noche, después de una cena tranquila en un restaurante escondido entre las calles empedradas, Alec miró a Mathew con una seriedad inesperada. “Quiero que este viaje sea el inicio de algo más que una aventura. Quiero que sea el primer paso de nuestra vida juntos, sin reservas ni miedos.”
Mathew lo miró, conmovido por la intensidad en sus palabras. “¿Qué tienes en mente, Alec?”
Alec tomó sus manos, mirándolo a los ojos. “Quiero construir una vida contigo, Mathew. Quiero que, sin importar a dónde vayamos o lo que enfrentemos, siempre tengamos este compromiso, esta promesa de estar juntos.”
Mathew sonrió, sintiendo una calidez en su pecho que lo llenaba de dicha. “Entonces, aquí y ahora, te prometo que estaré contigo en cada paso. Que el amor que compartimos sea nuestra brújula.”
Ambos sellaron su promesa con un abrazo, sabiendo que sus palabras eran más que una declaración; eran el inicio de un nuevo capítulo, uno donde el pasado ya no tenía poder sobre ellos y el futuro se construía día a día, paso a paso.
Mientras regresaban a su alojamiento, caminaron tomados de la mano, conscientes de que cada momento, cada recuerdo que creaban juntos, era una piedra más en los cimientos de la vida que soñaban construir.
París fue solo el comienzo. Los meses siguientes los llevaron a diferentes ciudades y países, cada destino agregando una nueva historia, un nuevo recuerdo a su colección. Desde los paisajes tranquilos de la Toscana hasta las vibrantes calles de Tokio, cada experiencia fortalecía su amor, dándoles la certeza de que, sin importar a dónde los llevara el camino, mientras estuvieran juntos, estarían en casa.
Con el tiempo, las sombras que alguna vez los persiguieron se desvanecieron, reemplazadas por la luz de su amor y la esperanza de un futuro que construían a diario. Y así, su viaje continuó, no solo a través de tierras desconocidas, sino hacia una vida llena de amor, paz y redención.
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