UN DÍA DIFICIL

Los días habían pasado sin mayores complicaciones hasta que llegó el momento que Arianna temía cada mes: los primeros días de su período. El dolor era intenso, casi paralizante, tanto que apenas podía concentrarse en sus tareas diarias. Era como si cada paso y cada movimiento aumentaran la presión en su abdomen. Elizabeth, su mejor amiga, lo sabía muy bien. Siempre estaba pendiente de Arianna durante esos días, recordándole que debía cuidarse y no forzarse demasiado.

—Sabes que deberías tomarte un descanso —le dijo Elizabeth mientras compartían un café durante la pausa para el almuerzo en el centro comercial—. No deberías estar aquí, es demasiado.

Arianna respiró hondo, tratando de calmar el dolor punzante que la atravesaba. Sabía que su amiga tenía razón, pero también sabía que no era tan sencillo como pedir un día libre.

—Lo sé, pero ya viste cómo es Rebeca —respondió Arianna, apretando los labios mientras una nueva ola de dolor la hacía fruncir el ceño—. Apenas quiero mencionarlo porque sé que no me dará el permiso. Ya me lo ha negado antes.

Con cada minuto que pasaba, el dolor parecía intensificarse, volviendo su jornada laboral en una prueba de resistencia. Cada cliente, cada tarea, se convirtió en una montaña que parecía imposible de escalar. Aun así, decidió intentarlo una vez más. Sabía que Rebeca, su jefa de tienda, no era la persona más comprensiva, pero también sabía que no podía seguir así todo el día.

Se dirigió al despacho de Rebeca, los nervios y el malestar mezclándose dentro de ella. Arianna intentó sonar lo más profesional posible a pesar de que cada palabra le costaba más esfuerzo.

—Rebeca, ¿podría hablar contigo un momento? —preguntó, tratando de mantener un tono tranquilo.

Rebeca levantó la vista de unos documentos con una expresión claramente irritada.

—¿Qué quieres ahora, Arianna? —dijo con ese tono autoritario que ya le resultaba tan familiar.

—Es que... no me siento muy bien hoy. Mis dolores menstruales son bastante intensos, y creo que lo mejor sería que me tomara el día para recuperarme. No quiero cometer errores por no estar al 100% —explicó Arianna, esperando un mínimo de comprensión.

Pero Rebeca no se mostró conmovida. Al contrario, su mirada se endureció.

—Todos tenemos días difíciles. No eres la única que trabaja bajo presión. Si te sientes mal, puedes tomarte un analgésico y seguir trabajando. No puedo permitirme que faltes en un día tan ocupado como hoy —respondió, cerrando la conversación sin darle a Arianna opción a réplica.

Arianna sintió un nudo en el estómago, no solo por el dolor, sino por la frustración de estar atrapada en una situación que no podía controlar. Volvió a su puesto, pero cada tarea parecía más difícil que la anterior. La tienda estaba llena de clientes, y cada interacción le costaba más esfuerzo del que podía dar. Elizabeth, desde la distancia, la miraba preocupada, sabiendo que su amiga no aguantaría mucho más.

Cuando llegó la hora del almuerzo, Arianna tomó una decisión. El dolor era demasiado, y sabía que no podía continuar el resto de la jornada así. Sabía que Rebeca no le daría el permiso, pero también sabía que si no se iba, podría terminar desmayándose en el trabajo. Sin decir una palabra, recogió sus cosas y salió de la tienda, ignorando las miradas que pudo haber recibido de sus compañeros.

Subió a su motocicleta, aunque el simple hecho de subirse le resultaba doloroso. Las calles estaban llenas de tráfico, y cada frenazo y movimiento le provocaba un nuevo espasmo de dolor. Lo que normalmente sería un viaje rápido, terminó durando cerca de cincuenta minutos debido al embotellamiento. Para Arianna, fue una eternidad.

Cuando finalmente llegó a su apartamento, abrió la puerta y lo primero que hizo fue dejarse caer en el sofá, exhalando un suspiro de alivio. Su cuerpo entero estaba agotado, no solo por el dolor, sino por el esfuerzo de aguantar tanto. Tras unos minutos de descanso, se levantó con dificultad y tomó una pastilla para el dolor, buscando algo de alivio. Después llenó su bolsa térmica con agua caliente y subió a su cuarto.

Se tumbó en su cama, colocando la bolsa sobre su abdomen mientras buscaba una película para distraerse. A medida que el calor de la bolsa se infiltraba en su piel, comenzó a relajarse un poco, aunque el dolor seguía presente. Aun así, sabía que lo único que podía hacer en ese momento era esperar y descansar. Mañana sería otro día, pero por ahora, necesitaba recuperar fuerzas.