La ciudadela nunca se había sentido tan fría como aquel amanecer.
Artemisa caminaba por los pasillos, sintiendo cada mirada clavada en su espalda. Los susurros ya no eran disimulados. Las palabras se volvían cuchillas afiladas en cada esquina por la que pasaba.
—Finalmente se va…
—Lo merecía.
—Cassius hizo lo correcto.
Mantuvo el rostro inexpresivo, pero por dentro… cada palabra la quemaba.
¿Realmente todo lo que construyó podía desaparecer tan fácilmente?
No podía cambiar el pasado, pero sí podía despedirse correctamente.
Se dirigió al consejo y dejó un pergamino cuidadosamente doblado sobre la mesa central. Su letra era firme, pero cada palabra tenía un peso que ella misma apenas podía soportar.
"Cassius,
Sé que mi comportamiento fue inaceptable. Me dejé llevar por la ira y olvidé la importancia de la diplomacia. No intento justificar mis acciones, solo reconocer que cometí un error.
Tal vez nunca te importe esta carta, y quizás ya sea demasiado tarde. Pero antes de irme, quiero que sepas que no busqué la guerra contigo. Solo quería cambiar lo que veía como debilidad
No espero que esto cambie nada, pero quería que lo supieras.
Artemisa."
Fue lo único que dejó atrás.
Justo cuando estaba por cruzar las puertas de la ciudadela, el aire cambió.
Una sombra se movió entre las calles, no un humano, sino una criatura de energía ancestral que flotaba con un resplandor espectral.
El murmullo de la gente cesó por completo cuando un gran halcón de plumaje plateado descendió ante Artemisa.
Sus ojos eran como lunas apagadas, brillaban con una presencia inquietante. Era un mensajero.
Artemisa sintió su pulso acelerarse. Reconocía ese espíritu.
El halcón inclinó la cabeza y su voz resonó en la mente de Artemisa, etérea, profunda, como si el viento mismo hablara.
—Solei está bajo ataque.
Las palabras se clavaron en su pecho como una lanza.
—¿Qué? —susurró, sintiendo su sangre helarse.
El halcón plegó sus alas con solemnidad.
—Cazadores de magos han invadido la aldea. Arrasaron los campos, quemaron las casas. Los ancianos casi han caído.
El mundo pareció derrumbarse.
Pero entonces, el espíritu bajó un poco las alas y su luz parpadeó, como si el dolor lo atravesara.
—Isabela luchó. Quiso detenerlos. Logro que huyeran pero cayó… Está gravemente herida.
Artemisa sintió el corazón acelerarse.
Isabela.
Su mejor amiga.
Su hermana de batalla.
El halcón extendió sus alas, como si cargara un mensaje demasiado pesado.
—La líder de Solei me envió. Su hija está en peligro por favor ayudanos.
Artemisa tardó un segundo en procesar la conexión. Ella podía ayudarla, podía salvarla
El espíritu era el guardián de la líder de Solei.
Y ahora había venido a buscarla.
No había tiempo.
Sin pensarlo dos veces, giró sobre sus talones y corrió hacia los establos.
Cassius ya no importaba.
El exilio ya no importaba.
Lo único que importaba ahora era salvar Solei.
Pero justo cuando estaba por montar su caballo, una voz la detuvo.
—No puedes irte así.
Helena era quien la llamaba..
La líder de los Halcones había regresado antes de lo esperado, y la furia en su mirada lo decía todo.
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