La luna se alzaba sobre los techos de paja de la aldea Solei, iluminando el sendero que serpenteaba entre los montes. Artemisa apretó los puños, sintiendo la tela áspera de su bolso de viaje. No había vuelta atrás. Su clan, su hogar, quedaban detrás, pero frente a ella se extendía un mundo desconocido, lleno de promesas y peligros.
Desde pequeña, siempre había sentido que el destino le exigía más. Mientras los demás se conformaban con los límites del clan y las tradiciones inamovibles, ella soñaba con tierras lejanas, con desafíos que pusieran a prueba su astucia y su fuerza. Así que, con el corazón encendido de expectativas y los pies firmes sobre el suelo polvoriento, emprendió su camino. Los días se fundieron con las noches, atravesando valles y colinas, cruzando ríos de aguas heladas y bosques donde los árboles murmuraban secretos con el viento. A medida que viajaba, escuchaba historias de un reino dividido en seis grandes casas, cada una con su propio emblema, sus propias creencias y formas de gobernar. La intriga la impulsó a seguir adelante hasta que, finalmente, llegó a la gran ciudadela que servía de corazón al reino.
Las murallas eran imponentes, cubiertas de banderas ondeantes que representaban las seis casas. Había oído rumores sobre cada una de ellas: la Casa de las Tormentas, con sus guerreros que manejaban la estrategia como un arte mortal; la Casa de los Bosques, protectores de la tierra y la naturaleza; la Casa del Jardín, maestra de la diplomacia y la política; la Casa de la Luna, cuyos eruditos poseían vastos conocimientos; la Casa del Hierro, forjadores de armas y defensores férreos de sus valores; y la Casa de los Halcones, conocida por sus tácticas de batalla y su visión ambiciosa del mundo.
Artemisa fue acogida por la Casa de los Halcones , donde encontró no solo un lugar para crecer, sino también un campo de batalla en el que demostrar su talento. Aprendió sus costumbres, participó en discusiones estratégicas y poco a poco fue ganándose el respeto de aquellos que antes la miraban con desconfianza. Con el tiempo, se convirtió en una voz influyente dentro de la casa, alguien cuyas opiniones eran tomadas en cuenta en los círculos de poder. Pero su ascenso no estuvo exento de conflictos. Cada casa tenía sus propios intereses y disputas, y una de las figuras con las que más chocaba era el líder de la Casa del Jardín, Cassius. Un hombre astuto, con palabras afiladas como cuchillas y una presencia que exudaba autoridad. Artemisa y él se encontraban siempre en lados opuestos de los debates, sus ideas enfrentadas en cada sesión del consejo.
—Eres demasiado impulsiva —le dijo en una reunión, cruzando los brazos mientras la observaba con la mirada afilada.
—Y tú demasiado cauteloso —respondió ella sin titubear—. En este mundo, quien no arriesga, pierde.
Las tensiones entre ellos crecían día a día, hasta convertirse en el foco de atención de las demás casas. Pero lo que Cassius no esperaba era la intervención de Helena, la líder de la Casa de los Halcones.
La mujer entró en la sala con paso firme, sus ropajes azul oscuro ondeaban con el movimiento. Todos guardaron silencio mientras ella se detenía frente a Cassius.
Cassius, empiezo a cansarme de tus constantes enfrentamientos con Artemisa —dijo, su voz firme y autoritaria—. La Casa del Jardín siempre ha sido prudente, pero hay una diferencia entre la prudencia y el estancamiento. Si continúas desestimando las ideas de aquellos que buscan el cambio, solo lograrás que el reino se quede atrás.
Cassius frunció el ceño, pero no respondió de inmediato. Artemisa observó con satisfacción cómo la reprimenda había logrado lo que ella no pudo en varias reuniones. Helena confiaba en ella, y no pensaba desaprovechar la oportunidad de demostrar que su visión podía ayudar a transformar el reino.
La historia de Artemisa en el reino apenas comenzaba, pero ya las llamas de la discordia ardían en los pasillos de poder.
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