Nuevos horizontes

El sol brillaba alto en el cielo, bañando la ciudad con su cálida luz, mientras Diego y Sofía caminaban por el parque. La pequeña corría delante de él, sus cabellos oscilando con el viento, y de vez en cuando se detenía para mirar las flores o perseguir alguna mariposa que pasaba volando.

-¡Papá, mira!- gritaba Sofía, señalando entusiasmada un grupo de patos cerca del estanque.

Diego sonrió, siguiéndola con paciencia y amor.

-Lo veo, princesa. ¿Quieres darles de comer?

Sofía asintió con tanta emoción que parecía que no podía quedarse quieta. Diego sacó unas migajas de pan del bolsillo y se las dio a Sofía, quien las arrojó con cuidado hacia los patos.

-¡Papá, papá!- decía constantemente la pequeña, riendo cada vez que los patos se acercaban más.

Diego se agachó a su lado, disfrutando de cada momento. El parque había sido uno de los lugares favoritos de ambos desde que Sofía había comenzado a caminar, y salir a pasear allí se había convertido en una especie de ritual, tanto para él como para la pequeña.

A veces, Mónica los acompañaba, y quienes los veían no dudaban de que eran una familia. No importaba que Diego no fuera el padre biológico de Sofía, en todos los sentidos, él lo era. Esa conexión se sentía tan fuerte que a los ojos de cualquier extraño parecían padre e hija de sangre.

Mientras tanto, en casa, Inés cuidaba con esmero cada detalle para que Sofía creciera rodeada de cariño y enseñanzas. A pesar de que no era su abuela de sangre, Inés había asumido ese rol con orgullo y amor. Para Sofía, ella era simplemente su abu.

-Vamos, Sofi, hora de la siesta- decía Inés, con la voz suave mientras alisaba la cama y acercaba la camiseta de Diego que Sofía todavía usaba para dormir.

La niña, ya acostumbrada, abrazaba la camiseta con su carita sonrosada y, después de unos minutos de charla y caricias, se quedaba profundamente dormida. Inés la observaba con ternura, pensando en cómo había cambiado su vida desde que Mónica y Sofía habían llegado a la casa. Su hogar, antes silencioso, ahora estaba lleno de risas, de amor y, sobre todo, de esa hermosa energía que solo un niño puede traer.

Cierto día, mientras Diego y Sofía disfrutaban del parque, Mónica estaba viviendo uno de los momentos más importantes de su vida. Había llegado el día de rendir su última materia, y los nervios se notaban en cada paso que daba hacia la universidad. A medida que se acercaba al aula, no podía evitar pensar en todo lo que había pasado en los últimos años: la llegada inesperada de Sofía, el apoyo incondicional de Diego y de todos sus amigos, y ahora, el final de una etapa que cambiaría su vida para siempre.

Tomó aire profundamente antes de entrar, tratando de calmar su ansiedad. Sabía que estaba preparada, pero eso no evitaba que el miedo a lo desconocido la invadiera. Luego de un par de horas, Mónica salió del aula con una sonrisa que no podía disimular. Había rendido bien, y eso solo significaba una cosa: ¡había terminado su carrera!

Al llegar a casa, fue recibida con una fiesta sorpresa. Globos, una pancarta que decía "¡Felicidades, licenciada!" y el cariño de sus amigos la esperaban. Mónica no pudo evitar emocionarse hasta las lágrimas. Sofía, en brazos de Inés, aplaudía feliz sin saber muy bien lo que ocurría, pero contenta de ver a su mamá sonreír.

-¡Lo lograste, Moni!- gritó Cintia, abrazándola con fuerza.

-Sabíamos que lo harías- añadió Diego, sonriendo con orgullo- Eres increíble.

-Gracias, chicos- respondió Mónica, aún secándose las lágrimas- No podría haberlo hecho sin ustedes, sin su apoyo. De verdad, no tengo palabras.

Después de la celebración, y tras muchas insistencias por parte de sus amigos, Mónica accedió a ir con ellos a una disco para relajarse y celebrar a lo grande. Esa noche, dejaron a Sofía al cuidado de Inés, quien no tuvo problemas en acostar a la niña como de costumbre, con su camiseta de Diego cerca. Mientras la pequeña dormía plácidamente, en la disco Mónica disfrutaba de un momento de distensión.

Entre risas y bailes, los chicos le preguntaron a Mónica sobre sus planes ahora que había obtenido su título.

-Entonces, Moni, ¿qué sigue?- preguntó uno de ellos mientras todos se sentaban a tomar un respiro.

-Bueno- comenzó Mónica, jugando nerviosa con su vaso- hay algo de lo que aún no les he hablado.

-¿Qué? ¡Cuenta ya!- exclamó Cintia, expectante.

-Uno de mis profesores me ofreció un trabajo- confesó finalmente- Es en la sucursal de una empresa nueva que se dedica a investigación médica. La empresa está empezando a tener mucho impacto y, honestamente, es una oportunidad increíble para mí.

Hubo un instante de silencio, y luego todos comenzaron a aplaudir y vitorear.

-¡Sabíamos que serías grande!- gritó Diego por encima del ruido, sonriendo de oreja a oreja.

-¡Esa es nuestra Moni!- añadió Cintia, abrazándola- Estoy tan orgullosa de ti.

Mónica se ruborizó, pero no podía ocultar la emoción. Sabía que este nuevo trabajo no solo sería una oportunidad profesional, sino también una forma de asegurar un futuro mejor para Sofía.

Una semana después, Mónica comenzó a trabajar en la empresa de investigación médica. Era un lugar moderno, lleno de equipos tecnológicos y un ambiente profesional que la motivaba cada día. La empresa, llamada MedTech Solutions, se dedicaba a desarrollar tecnologías innovadoras para el diagnóstico temprano de enfermedades y la mejora de tratamientos. Mónica había sido contratada para trabajar en el área de Finanzas, aplicando todo lo que había aprendido durante su carrera.

Cada día era un nuevo desafío, pero Mónica se sentía plena. Sabía que estaba construyendo un camino brillante para ella y su hija.

-No puedo creer lo rápido que todo ha cambiado- le dijo a Diego una tarde mientras se tomaban un café en la cafetería de la Universidad donde solía trabajar.

-Te lo mereces, Moni. Has trabajado muy duro para llegar hasta aquí. Y Sofía tiene la mejor mamá del mundo- dijo Diego con una sonrisa de admiración.

Mónica sonrió de vuelta. A pesar de los retos que aún quedaban por delante, sabía que no estaba sola. Con Sofía creciendo feliz, Inés cuidando de la niña como una verdadera abuela, y Diego siempre a su lado, estaba segura de que todo saldría bien.

Los meses siguieron pasando, y Sofía no dejaba de asombrar a todos con sus pequeños logros. Cada día aprendía algo nuevo. Ya podía formar oraciones completas y su curiosidad la llevaba a hacer preguntas constantemente.

Un día, mientras paseaban por el parque, Sofía corrió hacia Diego, quien estaba sentado en un banco, y se trepó en sus piernas.

-Papá, ¿por qué el cielo es azul?- preguntó con sus grandes ojos color café expectantes.

Diego soltó una carcajada.

-Bueno, princesa, es una pregunta complicada, pero vamos a intentar explicarla...

Y así, mientras el sol se ponía y las primeras estrellas comenzaban a aparecer, Diego le explicó a su pequeña las maravillas del mundo, disfrutando cada segundo de ser el papá que Sofía había elegido desde el primer día.

La vida para Mónica, Sofía y Diego se había acomodado de la mejor manera posible, y todos en la casa sabían que, aunque no fueran una familia de sangre, lo eran en cada sentido importante.

Al igual que Mónica, todos habían terminado sus respectivos estudios, algunos antes que otros, pero ciertamente se habían convertido en profesionales y la casa que había sido "casa para estudiantes" ahora era una casa familiar común.

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