capítulo 9

Emmanuel López

Dejé a Joarah en el dormitorio, cerrando la puerta suavemente tras de mí. El camino de vuelta por el pasillo estuvo envuelto en un pesado silencio. Las palabras que le había dicho aún resonaban en mi mente. No voy a tocarte. Tenía que quedar claro, pero la expresión de su cara cuando escuchó mis palabras... había una mezcla de alivio y tristeza que no pude ignorar.

Me dirigí a la habitación de Antonio. La puerta estaba entreabierta, y pude verle tumbado en la cama, abrazado a su osito de peluche. Entré en la habitación sin hacer ruido, y él levantó la cabeza al verme.

- ¡Papi! - dijo con una amplia sonrisa.

Me senté a su lado en la cama y le subí la manta hasta los hombros.

- Es hora de dormir, hijo. - dije con una sonrisa.

Antonio se movió un poco, acomodándose mejor. Sus ojos brillaban de felicidad y me dio un fuerte abrazo.

- Papá, te quiero -susurró-. - Gracias por traer a mamá de vuelta.

Se me estrujó el corazón al oír eso. La inocencia de Antonio era conmovedora, y ver su alegría me recordaba por qué estaba haciendo todo esto. Le devolví el abrazo, sintiendo la sinceridad en sus palabras.

- Yo también te quiero, hijo -respondí, con voz suave-. - Siempre haré todo lo posible por verte feliz.

Sonrió, acurrucándose más en la manta. Le pasé la mano por el pelo, sintiendo la suavidad y el calor del momento.

- Papá, ¿crees que mamá se quedará para siempre?

Sentí un nudo en la garganta. Era una pregunta difícil y no quería darle falsas esperanzas, pero tampoco quería borrar la felicidad que estaba sintiendo.

- Haremos todo lo posible para que se quede, Antonio. Todos queremos que se quede.

Asintió, parecía satisfecho con mi respuesta. Cerré los ojos un momento, absorbiendo la sencillez y la pureza del amor de Antonio. Él era la razón por la que todo valía la pena.

- Ahora, duerme bien, campeón. Mañana será un nuevo día.

Cerró los ojos, todavía agarrado a mi brazo. Me quedé allí unos minutos más, escuchando su respiración cada vez más lenta y profunda a medida que se dormía. Me levanté con cuidado, asegurándome de que estaba bien cubierto antes de salir de la habitación.

Volví por el pasillo, reflexionando sobre el día y el futuro que intentaba construir. Las cosas no iban a ser fáciles, pero la alegría de Antonio me daba fuerzas. Sabía que había mucho trabajo por delante, pero estaba decidida a hacerlo funcionar.

Finalmente, fui a la habitación de invitados, sintiendo el peso del día sobre mis hombros. Me tumbé en la cama, cerrando los ojos y dejando que el cansancio me abrumara. La imagen de la sonrisa de Antonio permanecía en mi mente, un recordatorio constante de por qué estaba pasando esto. Con un profundo suspiro, me dejé llevar por el sueño, decidida a afrontar los retos de mañana con la misma resolución.

Acabé durmiéndome en la suave cama y las sábanas de seda, era todo lo que necesitaba en ese momento.

Sigue...

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