TENGO QUE CONSEGUIR REGRESAR A MI CASA

—Nikita se salió de la casa de Irina y Magda; al final esta no era su casa; la casa que le habían dejado sus padres estaba al final de esta calle, en la orilla del pueblo. Por esa razón se dirigió hacia ese lugar. Había tomado una decisión crucial en su vida; en esta vida, se mudaría a vivir en la casa de ladrillos rojos y patio con flores que tantos recuerdos le traía sobre lo que una vez fue su familia.

Cuando se encontraba de camino a su casa, se encontró con varias personas que estaban de camino a una reunión en la plaza. Todas la conocían, pues era una chica afable y siempre estaba dispuesta a ayudar a cualquiera que lo necesitara, sobre todo a los ancianos. Cuando llegó a donde estaban estas personas reunidas, una mujer le preguntó "Nikita, cómo estás del golpe de tu cabeza".

—Me encuentro mejor, mi cabeza es dura, no creo que se pueda romper tan fácilmente.

Cuando los pocos vecinos que se encontraban ahí reunidos escucharon esta respuesta, comenzaron a reír de las bromas que hacía Nikita a costa de su propia persona.

—Nikita, ¿escuché que te tropezaste con el profesor, es verdad? Preguntó una mujer con algo de mala intención.

—Que yo recuerde, solo vi al profesor durante el examen. Quien me empujo fue Magda, cuando pasó corriendo junto a mí, y me lanzó contra una roca; después ya no recuerdo nada. —Respondió Nikita con voz triste.

¿Pero niña, que no estabas prestando atención por donde estabas caminando? —Preguntó un hombre.

—Estaba tan triste de que no había terminado el examen que iba con la cabeza gacha —dijo Nikita.

—¿Ya que tu prima es tan inteligente, porque no le copiaste en el examen?

—Eso era imposible. Magda se fue primero, y no pude ver nada de su examen; cuando me di cuenta estaba charlando con el profesor.

¿Nikita era tu prima Magda, quien estaba charlando con el profesor?

—Sí, así fue, por ese pase junto a ella y después ella enojada me empujo y fue cuando caí de cabeza. Despertando desde ayer hasta hoy.

—Ya ven, se los dije, que esa mala mujer de Irina únicamente estaba contando malas cosas de la pobre de Nikita, como siempre.

—Cómo es posible que odie tanto a esta pobre alma. Cuídate, Nikita; no dejes que nadie te haga daño.

—Los vecinos continuaron con su reunión y cotilleando sobre las maldades de Irina y su mala hija Magda. Nikita se despidió y continuó su camino.

—Estaba feliz, ya había plantado la semilla de la duda en los vecinos; ahora solo esperaría que Magda y su tía Irina cayeran solas en su propia trampa.

—Continuó caminando hasta estar cerca de su casa; sabía que su casa está siendo cuidada por un hombre al que todo el lugar lo llamaba el abuelo Kant; en su momento fue amigo de su padre y únicamente sabía que perteneció al ejército.

Recordó que tenía un perro enorme, un mastín tibetano negro, que estaba entrenado para atacar sin piedad, pero que si lo llamaba por su nombre a ella no le haría daño.

—Llegó a la casa y vio las flores que se encontraban a la entrada y se imaginó a su madre sentada leyendo o escribiendo poesía, mientras su padre entraba por la puerta trasera con algunas frutas recién cosechadas. Qué vida tan maravillosa fue la que tuvo al lado de sus padres, cuanto la añoraba.

—Escucho algunos ruidos y llamo al perro "Higen", tratando de que saliera a recibirla, pero no lo logro verlo; lo llamo de nuevo y fue cuando hizo su aparición, el enorme perro, lanzándose a sus brazos.

—Al momento siguiente salió el anciano Kant, en compañía de cuatro soldados, quienes quedaron con la boca abierta al ver al enorme perro juguetear como si fuera un cachorro con Nikita.

—Señor Kant, ¿acaso no sabe esa linda niña que ese perro está entrenado para matar? —Preguntó uno de los soldados.

—Lo sabe, pero ella ha jugado con él desde que lo traje, cuando ella apenas tenía 5 años, así que se quieren mucho los dos; nadie más se le puede acercar aparte de mí.

Los soldados saben perfectamente que aquel perro había sido un regalo de un general al señor Kan cuando se retiró del ejército. Fue entrenado para capturar a fugitivos y destrozarlos con sus fauces. Todos en el campamento le temían.

—Señor Kan, es hora de que nos retiremos, gracias por los alimentos que compartiste con nosotros; solo vinimos a traerte la medicina que te envía nuestro general para tus dolores. Regresaremos al campamento entonces, nos vemos en otro momento.

—Hasta luego, pequeña señorita, es usted definitivamente muy valiente. —le comentó uno de los soldados, el más viejo y guapo de los cuatro que estaba ahí.

—No soy tan valiente, únicamente que es un perro muy dócil… Cuídense y que lleguen con bien al campamento, señores. —Los despidió Nikita.

—Nikita Uvarova, dime que te trae tan lejos —dijo el anciano Kant.

—Abuelo Kant, He venido a ver mi casa, porque he estado pensando que ya es tiempo que regrese a vivir en mi casa; ya no es bueno que continúe con la familia de mi tío; me están trayendo muchos problemas. Es algo que no puedo ocultarte a ti.

—Nikita, ni a mí ni a toda la pequeña ciudad, jajaja. El anciano notó hilarante las palabras de Nikita, pues sabía que esa familia de Nikita era la comidilla de la pequeña ciudad, por los malvados que eran, aparte de las dudas que tenía de la malversación de fondos públicos por parte de su tío.

—No te preocupes, puedes regresar cuando quieras. Está limpia y cuidada, cuando quieras puedes regresar.

—Sí, abuelo Kan, creo que pronto llegará ese momento…

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