CAPÍTULO 2: EL TIEMPO DE ISABELLA

Cada mañana, en el umbral del alba, cuando las agujas de los relojes apenas rozan las ocho, el taller de relojería despierta. Las manecillas de los relojes en la pared avanzan con una precisión mecánica, marcando el inicio de una rutina que se ha convertido en un ritual sagrado.

Horacio, es el primero en llegar. Con manos hábiles y ojos atentos, descorre las pesadas y polvorientas cortinas de terciopelo, revelando las vitrinas llenas de relojes antiguos y piezas meticulosamente restauradas. Irvin, el maestro relojero, cruza el umbral con pasos medidos. Su bata blanca, ajada por años de dedicación, roza el suelo. A su lado, Sofía, la esposa de Irvin, lleva consigo el aroma tentador del café recién hecho. Sus ojos, como dos tazas de porcelana, brillan con complicidad.

El ritual comienza con el tintineo de la campanilla sobre la puerta. Los primeros clientes, curiosos y ansiosos, entran al taller. Algunos llevan relojes rotos, otros, relojes que han dejado de latir con el tiempo. Irvin, emerge de su pequeño despacho al fondo. Sus ojos detrás de las gafas redondas parecen contener la sabiduría de siglos.

Los clientes se agrupan alrededor del mostrador, compartiendo anécdotas y preguntando sobre el tiempo que llevará la reparación. Horacio, con su discreción natural, ofrece café caliente en tazas de porcelana. Las voces se mezclan con el aroma del café y el suave zumbido de las máquinas en el taller.

En la penumbra de una noche insomne, Horacio se enfrentaba a un alba inusual. Sus ojos, pesados como piedras, llevaban las marcas de una vigilia sin tregua. Las ojeras, profundas y sombrías, parecían narrar secretos oscuros. Sin embargo, su deber lo llamaba con una urgencia inquebrantable. El reloj de Isabella, meticulosamente restaurado, aguardaba su destino final. Horacio sentía la ansiedad danzar en su pecho, como un enjambre de mariposas inquietas. ¿Qué diría ella al verlo? ¿Notaría su fatiga, su esfuerzo desmedido por repararlo?

Isabella, apareció poco después. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño impecable, y sus ojos brillaban con la expectativa de ver el reloj de su bisabuelo una vez más. Horacio la saludó con una sonrisa cálida, y juntos se dirigieron al mostrador de madera pulida.

— Isabella, aquí está el reloj de tu bisabuelo, meticulosamente reparado, le comenta con la voz temblorosa — Cada pieza, cada pulso, han sido cuidadosamente restaurados.

— Horacio, no sé cómo agradecerte. Este reloj es más que un objeto. Es un vínculo con mi familia, con el pasado, exclamó Isabella con sus dedos rozando la esfera del reloj.

Los ojos cansados de Horacio se encontraron con los de Isabella.

— No debes agradecerme, Isabella, le contestó con una sonrisa en el rostro. — Este trabajo fue diferente. Me sentí identificado con tu historia, con el legado de tu bisabuelo. No espero ningún pago.

Isabella, con una mezcla de sorpresa y gratitud, titubeó.

— Pero… ¿no puedo al menos compensarte de alguna manera?

Horacio negó con la cabeza.

— No es necesario. A veces, los engranajes del destino nos unen por razones más profundas. Este reloj, esta historia, me recordaron una vivencia propia.

Isabella, con una sonrisa tímida, insistió.

— Entonces, acepta mi invitación. Un día, cuando puedas, cenemos fuera. Quiero agradecerte de alguna manera.

Horacio, con el corazón latiendo más rápido, asintió.

— Acepto gustosamente, Isabella. El tiempo, parece, que nos ha tejido una amistad inesperada.

Isabella, con las mejillas encendidas como pétalos de rosa, deslizó el reloj restaurado en su bolso de cuero. Sin previo aviso, se inclinó hacia Horacio y depositó un beso suave en su mejilla. El gesto fue efímero pero cargado de significado. Luego, como una ráfaga de viento apresurada, giró sobre sus talones y abandonó el taller, dejando tras de sí el eco de su prisa y la promesa de una cena compartida en algún rincón de la ciudad.

...🕰️🕰️🕰️...

El domingo, ese día de pausa y reflexión, se deslizó sobre la ciudad como una melodía suave. Las campanas de la iglesia tañeron con cadencia, llamando a los fieles a la misa matutina. Las calles, generalmente bulliciosas, se sumieron en una quietud solemne.

En los parques, las parejas paseaban tomadas de la mano, compartiendo risas y secretos. Los niños correteaban, sus risas flotaban en el aire como burbujas de jabón. Los cafés abrieron sus puertas, y el aroma del café recién hecho se mezcló con el perfume de las flores en los jardines.

Ese bonito domingo, Isabella y Horacio salieron por primera vez. Así, bajo el sol de la tarde, se encontraron en una cafetería al aire libre. Las mesas de hierro forjado crujieron cuando se sentaron, y el camarero les sirvió café humeante y galletas caseras. Isabella habló con entusiasmo sobre su trabajo en la biblioteca, mientras Horacio la escuchaba atentamente.

— ¿Trabajas en la biblioteca, verdad?, preguntó Horacio, con curiosidad en sus ojos.

— Sí, soy la encargada, Isabella asintió. Es un lugar pequeño pero lleno de historias. Me encanta ayudar a los visitantes a encontrar los libros que buscan. A veces, incluso descubrimos joyas olvidadas en los estantes.

— Debe ser un lugar mágico. Horacio sonrió.

— Sí, lo es. Cada libro es una puerta a otro mundo, y yo tengo la llave. Isabella asintió de nuevo.

Horacio escuchó atentamente, imaginando las estanterías llenas de secretos y aventuras e Isabella compartió con Horacio su amor por las palabras.

...Isabella y Horacio disfrutando juntos de un rico café y una agradable plática....

Isabella miró a Horacio con curiosidad, como si quisiera desentrañar los misterios que se escondían tras sus ojos.

— ¿Y tú, Horacio? Cuéntame sobre tu vida, le instó.

Horacio tomó un respiro y comenzó a narrar su historia…

Habló de su infancia en un pequeño pueblo donde los campos de trigo se extendían hasta donde no alcanzaba la vista.

“Mi familia, modesta pero llena de amor, vivía en una casa con tejas rojas. Mi abuelo, un hombre sabio y de manos curtidas, era el corazón de nuestro hogar. Siempre llevaba un reloj de bolsillo, y yo quedaba hipnotizado por su tic-tac constante.

Mis días transcurrían entre la escuela y el taller de mi abuelo. Sí, estudié en la escuela local, aunque mi mente siempre estaba en otro lugar. Las matemáticas y la gramática no me interesaban tanto como los mecanismos y las esferas de los relojes. Mi hermano mayor, Lucas, también compartía esta pasión. Juntos desarmábamos viejos relojes de pared y los volvíamos a armar, como si fuéramos magos que dominaban el tiempo.

Pero mi verdadero maestro fue mi abuelo. Él me enseñó a apreciar la precisión, la paciencia y la belleza de los relojes. Cada tarde, después de la escuela, me sentaba junto a él en el taller. Mi abuelo me mostraba cómo ajustar las agujas, cómo pulir las cajas de metal y cómo escuchar el latido del corazón de un reloj recién reparado. A medida que crecía, mi vínculo con mi abuelo se fortalecía. Él me contaba historias de relojeros legendarios, de complicaciones astronómicas y de viajes a lejanas latitudes. Soñaba con ser como él, con crear relojes que trascendieran el tiempo y se convirtieran en herencia para las generaciones futuras.

Pero la vida da giros inesperados. Cuando mi abuelo falleció, sentí que algo se rompía dentro de mí. Fue entonces cuando Don Irvin, un maestro relojero de renombre, entró en mi vida. Él me ofreció un puesto en su taller de relojería y me enseñó que los relojes no solo miden el tiempo, sino que también cuentan historias, guardan emociones y conectan a las personas.

Así fue como terminé trabajando en el taller de Don Irvin, rodeado de relojes que susurraban sus secretos y de clientes que confiaban en mi habilidad. A veces, cuando ajusto una aguja o escucho el tic-tac de un reloj recién reparado, siento la presencia de mi abuelo. Él sigue vivo en cada engranaje, en cada esfera que pulo con cariño.”

El relato de Horacio tejía un hechizo en el corazón de Isabella. Cada palabra, como un hilo invisible, la envolvía y la conectaba con el joven relojero. Sin embargo, en los ojos azules de Horacio, ella percibió una sombra, un misterio que se escondía detrás de su relato. Isabella no pudo resistirse:

— Horacio, susurró. — ¿qué te aflige? Tu mirada revela más de lo que cuentas. ¿Hay algo que no me estás diciendo?

Horacio titubeó, sus dedos acariciaron el reloj de bolsillo que ahora llevaba consigo.

— Tengo sueños que no puedo explicar. Son como sombras que se deslizan entre mis pensamientos, como si alguien hubiera abierto una puerta hacia otro mundo. Antes, mis noches eran tranquilas, pero ahora… ahora me persiguen.

—¿Sueños extraños? preguntó Isabella apenas susurrando. — ¿Qué tipo de sueños, Horacio?

Horacio se pasó una mano por el cabello revuelto mientras que sus ojos buscaban respuestas en el cielo.

— Son como fragmentos de otro mundo, comentó. — Me encuentro en un reloj gigante y sus engranajes giran a mi alrededor. El tic-tac es ensordecedor, y siento que estoy atrapado en el tiempo mismo. Pero lo más extraño es la figura que aparece: es una silueta, murmuró, una figura sin rostro. Siempre me dice algo, pero nunca puedo recordar sus palabras al despertar.

Isabella, a su lado, sintió el escalofrío del misterio.

—Tal vez, sugirió, esa sombra sea un enigma que debas resolver.

Horacio suspiró.

—No lo sé, Isabella. Pero siento que esos sueños están conectados con mi abuelo, con el taller y con algo más profundo. Como si el tiempo mismo quisiera decirme algo importante.

Isabella asintió:

— Quizás tus sueños son hilos que conectan tu alma con algo más allá. Algo que espera ser descubierto.

Horacio miró a Isabella con sus ojos llenos de incertidumbre.

— ¿Crees que pueda encontrar respuestas? Porque en esa silueta, creo que yace la clave de todo lo que soy y todo lo que seré.

Isabella sostuvo la mirada de Horacio, sus ojos reflejaron la determinación del joven relojero.

— Horacio, dijo con suavidad, las respuestas a menudo se esconden en los lugares más inesperados. Si esa silueta te llama, si sientes que es la clave de tu destino, entonces sí, creo que puedes encontrar respuestas. Pero recuerda, a veces el viaje es más importante que el destino en sí mismo.

Ese domingo inusual se desvaneció como un sueño al amanecer, pero sus efectos perduraron en los corazones de Horacio e Isabella. A pesar de todo, el compartir entre ellos fue más cálido y genuino de lo que habían imaginado. La risa fluyó como un río, y las palabras se tejieron en una conversación que parecía no tener fin.

Para Horacio, aquel encuentro era un bálsamo para su alma inquieta. La amistad con Isabella se afianzaba, y él encontraba consuelo en su compañía. No había esperado más que eso, pero ahora, en retrospectiva, se daba cuenta de que había encontrado algo especial.

Isabella, por su parte, sentía que su corazón latía al ritmo de un reloj antiguo. Cada gesto de Horacio, cada palabra compartida, la envolvía en una dulce contradicción. ¿Cómo podía alguien ser tan maravilloso y, al mismo tiempo, tan enigmático?

En aquel domingo inusual, Horacio e Isabella descubrieron que a veces, las paradojas del corazón son las más hermosas. Y mientras el reloj de la vida seguía su marcha, ellos se aferraban a ese instante, sabiendo que habían encontrado algo raro y precioso: una amistad que podría cambiarlo todo.

Capítulos
1 PREFACIO
2 CAPÍTULO 1: EL RELOJ ANTIGUO
3 CAPÍTULO 2: EL TIEMPO DE ISABELLA
4 CAPÍTULO 3: SUEÑOS COMPARTIDOS
5 CAPÍTULO 4: MÁSCARA DE REALIDAD
6 CAPÍTULO 5: ENTRE SUEÑOS Y REALIDADES
7 CAPÍTULO 6: UNA POSIBILIDAD ILÓGICA
8 CAPÍTULO 7: COINCIDENCIAS INEXPLICABLES
9 CAPÍTULO 8: MEMORIAS ENTRELAZADAS
10 CAPÍTULO 9: EL PRIMER BESO
11 CAPÍTULO 10: EL SECRETO DEL RELOJ
12 CAPÍTULO 11: NOCHES INQUIETAS
13 CAPÍTULO 12: EL VIAJE
14 CAPÍTULO 13: EL ENCUENTRO EN LA TIENDA
15 CAPÍTULO 14: LA CAÍDA DE HORACIO
16 CAPÍTULO 15: UN DESAFORTUNADO ACCIDENTE
17 CAPÍTULO 16: EL VIAJE ONÍRICO
18 CAPÍTULO 17: ENTRE SUEÑOS Y REALIDAD
19 CAPÍTULO 18: EL ABRAZO EN LA NIEBLA
20 CAPÍTULO 19: EL ÚLTIMO SALTO DE HORACIO
21 CAPÍTULO 20: EL PASADO DESVELADO
22 CAPÍTULO 21: EL ALQUIMISTA DEL TIEMPO
23 CAPÍTULO 22: EL LABERINTO DE SUS SUEÑOS
24 CAPÍTULO 23: EL DIARIO DE HORACIO
25 CAPÍTULO 24: LA ADVERTENCIA
26 CAPÍTULO 25: LOS CUSTODIOS DE LA ETERNIDAD
27 CAPÍTULO 26: EL CUSTODIO DE LAS FUERZAS OSCURAS
28 CAPÍTULO 27: EL PURGATORIO DE HORACIO
29 CAPÍTULO 28: EL PODER DE LA LUJURIA
30 CAPÍTULO 29: EL DIARIO DE SUEÑOS.
31 CAPÍTULO 30: LA FECHA
32 CAPÍTULO 31: ENTRE SUEÑOS Y OLAS
33 CAPÍTULO 32: LOS DESCUBRIMIENTOS DEL DÍA
34 CAPÍTULO 33: EL RELOJERO DESAPARECIDO
35 CAPÍTULO 34: EL PLAN
36 CAPÍTULO 35: LA CENA
37 CAPÍTULO 36: EL PLAN: FASE 2
38 CAPÍTULO 37: ANTES DEL ECLIPSE DE LUNA
39 CAPÍTULO 38: EL PORTAL DEL TIEMPO
40 CAPÍTULO 39: TRAVESÍA HACIA EL FARO DE LA MUERTE
41 CAPÍTULO 40: LA PRIMERA VEZ
42 CAPÍTULO 41: LAS MAZMORRAS ATEMPORALES
43 CAPÍTULO 42: UN PORTAL HACIA NUESTRO NUEVO PRESENTE
44 CAPÍTULO 43: SORPRESAS DEL AHORA
45 CAPÍTULO 44: EL FUTURO ERRÁTICO
46 CAPÍTULO 45: UN ABRAZO DE ESPERANZA
47 CAPÍTULO 46: EN LA INTERNET PROFUNDA
48 CAPÍTULO 47: LOS OJOS DEL PASADO
49 CAPÍTULO 48: LA TRAGEDIA DE GUSTAVO
50 CAPÍTULO 49: ADVERTENCIAS
51 CAPÍTULO 50: EL OCASO DE HORACIO
52 CAPÍTULO 51: EN LA BOCA DEL LOBO
53 CAPÍTULO 52: NUESTRA INTACTA CONEXIÓN
54 CAPÍTULO 53: UN EXTRAÑO METEORITO
55 CAPÍTULO 54: LA BÚSQUEDA
56 CAPÍTULO 55: LOS CRONOMANTES
57 CAPÍTULO 56: EL ÚLTIMO RELOJ DE THALMAR
58 CAPÍTULO 57: EL RETORNO DEL CRONOMANTE
59 CAPÍTULO 58: LA BIBLIOTECA SUBTERRÁNEA
60 CAPÍTULO 59: EL INMINENTE PELIGRO DE THALMAR
61 CAPÍTULO 60: LA LUCHA FINAL
62 EPÍLOGO
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1
PREFACIO
2
CAPÍTULO 1: EL RELOJ ANTIGUO
3
CAPÍTULO 2: EL TIEMPO DE ISABELLA
4
CAPÍTULO 3: SUEÑOS COMPARTIDOS
5
CAPÍTULO 4: MÁSCARA DE REALIDAD
6
CAPÍTULO 5: ENTRE SUEÑOS Y REALIDADES
7
CAPÍTULO 6: UNA POSIBILIDAD ILÓGICA
8
CAPÍTULO 7: COINCIDENCIAS INEXPLICABLES
9
CAPÍTULO 8: MEMORIAS ENTRELAZADAS
10
CAPÍTULO 9: EL PRIMER BESO
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CAPÍTULO 10: EL SECRETO DEL RELOJ
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CAPÍTULO 11: NOCHES INQUIETAS
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CAPÍTULO 12: EL VIAJE
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CAPÍTULO 13: EL ENCUENTRO EN LA TIENDA
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CAPÍTULO 14: LA CAÍDA DE HORACIO
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CAPÍTULO 15: UN DESAFORTUNADO ACCIDENTE
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CAPÍTULO 20: EL PASADO DESVELADO
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CAPÍTULO 31: ENTRE SUEÑOS Y OLAS
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CAPÍTULO 56: EL ÚLTIMO RELOJ DE THALMAR
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CAPÍTULO 57: EL RETORNO DEL CRONOMANTE
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