El aire en la oficina de Alexander Blackwood era tan denso como su presencia. Clara intentó concentrarse en los documentos que tenía frente a ella, pero sentía sus ojos sobre ella, como si fueran un peso tangible en sus hombros. Cada palabra que pronunciaba tenía el poder de estremecerla, su voz grave resonando en el espacio como una melodía oscura y tentadora.
**Habían pasado apenas unos días desde su primer encuentro en aquel café, y desde entonces, cada interacción con él parecía envolverla en una red de atracción que no podía ignorar.** La primera reunión había sido estrictamente profesional, pero incluso en medio de cifras y estrategias, había sentido la corriente subterránea de tensión que fluía entre ellos.
*"¿Tienes alguna duda, Clara?"* La voz de Alexander rompió el silencio, obligándola a alzar la vista. Lo encontró observándola con una intensidad que la dejó sin aliento.
*"No, todo está claro,"* respondió, intentando sonar firme, aunque su corazón latía con fuerza bajo su blusa de seda. **Cada vez que sus miradas se cruzaban, Clara sentía una punzada de deseo, un anhelo peligroso que intentaba reprimir.**
Alexander se levantó de su silla, caminando con una gracia depredadora hacia el ventanal que dominaba la ciudad. Con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte, proyectaba una imagen de control absoluto, un hombre acostumbrado a conseguir todo lo que quería.
*"Este proyecto es importante para ambos, Clara,"* dijo, sin mirarla. *"Pero necesito saber que estás completamente comprometida."*
Clara se enderezó en su asiento, entendiendo que se refería tanto al trabajo como a algo más que no se atrevía a mencionar. **La forma en que lo había dicho, como si no hablara solo del proyecto, sino de algo mucho más profundo, hizo que su piel se erizara.** Se preguntó si él sentía lo mismo que ella, si esa tensión que se formaba en el aire cada vez que estaban juntos era algo que también lo perturbaba.
*"Lo estoy, Alexander,"* aseguró ella, intentando ocultar la turbación en su voz. Pero no pudo evitar que su nombre se escapara de sus labios con una suavidad que no pasó desapercibida para ninguno de los dos.
Alexander se giró hacia ella, sus ojos azules perforándola con una mirada que parecía despojarla de todas sus defensas. Se acercó, apoyando ambas manos en el escritorio, inclinándose lo suficiente como para que Clara pudiera oler su colonia, una mezcla de madera y especias que hacía que su cabeza diera vueltas.
*"Hay cosas que son inevitables, Clara,"* murmuró, su voz baja, llena de una promesa peligrosa. *"Y cuando las reconoces, es mejor no luchar contra ellas."*
Clara tragó saliva, sintiendo que estaba al borde de algo que no podría controlar si daba un paso más. Sabía que lo que había entre ellos no solo era inapropiado, sino prohibido. **Era su jefe, un hombre con poder y una reputación impecable, mientras que ella no era más que una recién llegada buscando un nuevo comienzo.**
*"No estoy segura de entenderte,"* mintió, intentando alejarse de la línea que sabía que él estaba dispuesto a cruzar.
Alexander la observó durante unos segundos que se sintieron como una eternidad, y luego, como si hubiera tomado una decisión, se enderezó y volvió a su lugar detrás del escritorio.
*"Claro que me entiendes,"* dijo él finalmente, su tono más frío, pero no menos intenso. *"Y sé que ambos estamos lo suficientemente conscientes de lo que está en juego."*
**Clara no respondió.** Sabía que cualquier palabra que pronunciara en ese momento la traicionaría. **Se sentía atrapada en una batalla interna entre el deseo que empezaba a arder en su interior y la razón que le gritaba que mantuviera la distancia.**
Finalmente, Alexander rompió el silencio.
*"La reunión ha terminado,"* dijo, despidiéndola con un simple gesto de la mano. *"Nos veremos mañana para discutir los próximos pasos."*
Clara asintió, recogiendo sus cosas con manos temblorosas. Mientras se dirigía a la puerta, sentía la mirada de Alexander quemándole la espalda. Sabía que este era solo el comienzo de un juego peligroso, uno en el que las reglas eran tan inestables como el terreno en el que se encontraban.
Y aunque sabía que estaba jugando con fuego, una parte de ella no podía evitar sentir la emoción de la atracción prohibida que estaba empezando a consumirla.
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