BAJOS LAS SOMBRAS DEL ENCANTAMIENTO
La ciudad dormía bajo un manto de neblina nocturna, sus luces titilando débilmente en la oscuridad. En un rincón apartado de la ciudad, un viejo café permanecía abierto hasta tarde, su letrero de neón parpadeando con la promesa de café caliente y compañía. Era un refugio para los insomnes y los que buscaban escapar del mundo exterior.El interior del café estaba bañado en una luz cálida y acogedora. Las mesas de madera, desgastadas por los años, estaban adornadas con pequeñas velas encendidas. Un suave murmullo de conversaciones y el tintineo de tazas llenaban el aire.En una esquina apartada, bajo la luz tenue, una mujer con una presencia enigmática se sentaba sola. Su cabello largo y oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban con una intensidad que no se podía ignorar. Se llamaba Elara, y su aire de misterio y poder era palpable. No era la primera vez que estaba en este café, y por alguna razón, no podía dejar de volver.Elara estaba inmersa en un libro antiguo, sus dedos deslizándose por las páginas con una familiaridad que solo se encuentra en aquellos que han pasado años estudiando secretos arcanos. De repente, la campanilla de la puerta sonó, anunciando la llegada de un nuevo visitante. Elara levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de un hombre alto y elegante que acababa de entrar.El hombre tenía una presencia imponente. Su piel era pálida como la luna, y sus ojos, de un rojo profundo, parecían iluminar la oscuridad que le rodeaba. Sus movimientos eran elegantes y seguros, como si estuviera acostumbrado a la atención que atraía. Se presentó como Adrian, y al cruzar el umbral del café, un aire de expectación llenó la sala.Adrian se dirigió directamente hacia la mesa de Elara, y con una sonrisa enigmática, le ofreció un saludo cortés.—Buenas noches —dijo, su voz suave y melodiosa—. ¿Puedo sentarme?Elara lo miró con una mezcla de sorpresa e interés. No era común que alguien se dirigiera a ella de esa manera, especialmente en un lugar como este.—Por supuesto —respondió ella, señalando la silla frente a ella.Adrian se sentó con gracia, sus ojos nunca apartándose de los de Elara.—He sentido tu presencia desde que entré —dijo, sus palabras cargadas de una intensidad que parecía cargada de significados ocultos—. No esperaba encontrarte aquí, pero me alegra que así sea.Elara frunció el ceño, intrigada por la seguridad con la que hablaba.—¿Y cómo es que sentiste mi presencia? —preguntó—. ¿Y quién eres realmente?Adrian sonrió, sus colmillos apenas visibles en la penumbra.—Soy Adrian —dijo—. Y soy algo más que humano. Hay cosas que no puedes ver a simple vista, y mi presencia aquí no es una coincidencia.Elara lo estudió, sintiendo que había algo profundo y antiguo en él. La noche estaba cargada de una energía que parecía resonar con la suya propia, y una conexión extraña parecía unirlos.—¿Y qué es lo que quieres? —preguntó finalmente, su voz firme—. ¿Qué te trae a mi mundo?Adrian se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en los de Elara.—He sentido que nuestros destinos están entrelazados —dijo—. Algo está a punto de suceder, algo que nos afectará a ambos. La magia y lo desconocido nos han reunido, y hay un poder en juego que ni tú ni yo podemos ignorar.Elara sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que había algo en la noche que estaba a punto de cambiarlo todo, y que el encuentro con Adrian no era una mera casualidad.—¿Y qué propones? —preguntó, su curiosidad y cautela mezclándose en su voz.Adrian la miró con una intensidad que parecía atravesar el tiempo.—Te propongo que trabajemos juntos —dijo—. Hay fuerzas en movimiento que amenazan con alterar el equilibrio de nuestro mundo. Necesitamos unir nuestras habilidades para enfrentarlas.Elara asintió lentamente, sabiendo que esta alianza podría ser tanto una bendición como una maldición. Sin embargo, había algo en Adrian que la hacía sentir que este encuentro era el comienzo de una historia que estaba más allá de lo que podría haber imaginado.—Acepto tu propuesta —dijo finalmente—. Pero recuerda, cualquier traición no quedará sin respuesta.Adrian sonrió, una sonrisa que prometía tanto peligro como posibilidades.—Confío en que así será —respondió—. Vamos a descubrir lo que nos depara esta noche, y quizás, lo que el futuro nos tiene reservado.Así, en el cálido resguardo del café, bajo la luz de las velas y el murmullo lejano de la ciudad, dos almas destinadas a encontrarse unieron sus caminos, conscientes de que algo grande estaba por suceder, y que sus destinos estaban a punto de entrelazarse de una manera que jamás habían imaginado.
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Elizabeth Sánchez Herrera
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2024-07-19
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