Capítulo décimo.

Fátima ingresó nuevamente a L'Bella CIA, estaba decidida a hablar con Guido, solo esperaba que le creyera sobre la paternidad de Michele. No quería exponer a su hijo, pero ante las recientes amenazas de Sorrentino, de decirle a su ex novio sobre la existencia del chico, prefiere ser ella la que descubra todo de una buena vez.

Está consciente de que el odio del hombre incrementará a niveles catastróficos.

- Buenas tardes, Apolonia. - saluda con su linda sonrisa.

- Buenas tardes, Fátima, Don Ogro ya volvió. - le comenta la secretaria a la rubia, a modo de secreto.

Fátima ríe ante la forma de llamarlo la secretaria.

- Gracias por la información, ¿me puedes anunciar? Por favor. - le pregunta.

- Ya mismo te anuncio. - responde Apolonia, levanta la vocina y habla - Señor Morante, la señorita D'alessio se encuentra aquí y pide hablar con usted. - le informa.

Después de unos segundos, le da pase a Fátima para que ingrese a la oficina.

Luego de tocar la puerta y esperar la entrada. Al ingresar lo ve sentado en sentado en su silla. Llevaba puesto un blazer blanco y camisilla negra. A Guido no era un hombre que le gustara vestir complejo, para él incomodidad era todo.

- ¿Qué deseas, Fátima? - preguntó con su voz varonil.

- Buenas tardes, Guido, estoy bien, ¿y tú? - habla la rubia siendo irónica.

- No seas tan formal, jamás lo has sido. - responde tajante - Ahora, ¿dime qué quieres? - volvió a preguntar.

Tenerla en frente le afectaba, tenía ganas de tomarla entre sus brazos y sentirla nuevamente. Aún recuerda el delicioso olor de su cuerpo sensual y su mirada firme.

- Vengo a decirte algo que hará que me odies aún más. - le dice seria.

- A ver, sorpréndeme. - la dice abriendo sus brazos.

- Hace 14 años cuando mis padres me pidieron que me fuera de casa debido a todo el mal que les causé... que te causé. - lo mira sin bajar la cabeza, sabe que no debe mostrar ningún sentimiento.

- Bien, ¿y toda esa perorata que estás diciendo qué fin tiene? - pregunta, sabiendo que lo que dirá la mujer que lo atormenta, no le gustará para nada.

- Lo que te voy a confesar es algo que en su momento no planee, sin embargo es la razón por la que me fui de Italia. - prosigue - La noche que te llevaron... - baja la cabeza por primera vez, vuelve a tomar aire para continuar - esa noche tuve un desmayo en el restaurante al que fui con Sorrentino, él me llevó a la clínica y allí... - la valentía se le estaba yendo.

- Vamos, continúa.- la instó a seguir hablando, mientras se ponía de pie y rodeaba su escritorio.

- E... el doctor me dijo... - sus ojos miraron a cualquier lado - me dijo que estaba embarazada.

A Guido no lo sorprendió, pues ya Sorrentino le había hablado del supuesto hijo, ahora ella se lo confirmaba.

- ¿Y qué tengo que ver yo en todo eso? - pregunta curioso.

- Ese día Sorrentino me dijo que abortara si quería seguir con él. - aquello le hizo apretar los puños a Guido, era un hombre de lo peor - Así que me decidí por la vida de mi hijo, puedo ser una mierda de persona, como me piensas, pero jamás hubiera sido capaz de matar a mi bebé. - una lágrima se le escapó sin poder evitarlo, volteó su rostro hacia otro lado, no quería verse débil - Cuando Michele nació... - la rabia se apoderó de él, ese era el nombre de su abuelo paterno, al que amó desde niño pues el hombre siempre estuvo para ellos, no podía creer que le hubiera puesto su nombre al hijo de ese malnacido, sin embargo no dijo nada, siente que aún falta algo peor - pude darme cuenta que no era hijo de Sorrentino...

Los ojos de Guido se abrieron de par en par, esperando que no fuese lo que se imaginaba, porque de ser así, iba a hacerle la vida un infierno.

- ¡Continúa maldita víbora! - gritó, provocando que ésta diera un respingo.

- Michele es tu hijo. - finalmente confesó la rubia.

La furia segó a Guido y acortó la estrecha distancia que antes existía entre ambos y apretó el grácil cuello de Fátima.

- ¡Eres una maldita! - gritó con los ojos rojos de odio - Te voy a destruir Fátima D'alessio.

Las lágrimas que antes amenazaban con salir, por fin fueron liberadas. Empezó a sentir como le faltaba el aire.

- Te quiero matar, eres peor que la corroña, me jodiste y para rematar, me ocultaste a mi hijo. - hablaba lleno de ira.

Fátima sintió como iba perdiendo la consciencia y sin poder evitarlo, se desplomó.

Un grito se oyó desde la entrada de la oficina.

- ¡Señor Morante! ¿Qué hizo? - exclamó preocupada Apolonia, quien había escuchado los gritos desde afuera.

Guido tenía la cabeza entre sus dos manos, las lágrimas no cesaban y la preocupación por verla sin sentido en el piso, lo hizo reaccionar. La tomó en brazos y salió corriendo de la oficina, subió a su carro y le pidió a su chofer que salió a su encuentro apenas lo vio, que los llevara a la clínica más cercana.

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