Sombras En La Bruma
El sol se desvanecía en el horizonte, bañando el pequeño pueblo costero de Puerto Escondido en una cálida luz dorada. El aire estaba impregnado de sal y el murmullo constante de las olas que rompían contra la orilla era casi hipnótico. Era una tarde de finales de verano, de esas en las que el calor aún era sofocante, pero se podía sentir un leve resquicio de la frescura otoñal que se avecinaba.Clara Montoya ajustó la bufanda ligera alrededor de su cuello mientras bajaba del autobús. Había viajado durante horas desde la ciudad, dejando atrás el ruido y el bullicio en busca de algo que ella misma no podía definir con claridad. Sus ojos, de un verde intenso, se posaron en la plaza principal del pueblo, donde unos niños jugaban bajo la atenta mirada de sus madres.La vida en Puerto Escondido parecía avanzar a un ritmo distinto, más lento y pausado. Clara había heredado una vieja casa de su tía abuela, a quien apenas conocía, y había decidido tomarse un tiempo fuera de su agitada vida laboral para renovarla y, quizá, encontrar algo de paz. La casa, según recordaba de su infancia, estaba situada en una colina desde la cual se podía ver todo el pueblo y el vasto océano.Un hombre mayor, de aspecto robusto y piel curtida por el sol, se acercó a Clara con una sonrisa amable. Llevaba un sombrero de paja y su camisa a cuadros tenía las mangas arremangadas.—Buenas tardes, señorita. ¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó con un tono afable.—Hola, sí. Soy Clara Montoya. He venido a vivir en la casa de mi tía abuela Teresa. ¿Podría indicarme cómo llegar? —respondió ella, tratando de ocultar su nerviosismo.El hombre asintió y le indicó con un gesto que lo siguiera. Caminando juntos por las estrechas calles adoquinadas, el hombre, que se presentó como Don Ramiro, le contó historias sobre el pueblo, sobre cómo la tía abuela Teresa era una figura querida y respetada por todos.—La casa necesita algo de trabajo, pero es un lugar hermoso. Siempre me ha parecido que tiene un aire misterioso, como si guardara secretos antiguos —dijo Don Ramiro, mirando a Clara con una chispa de curiosidad en sus ojos.Clara sonrió. La idea de secretos antiguos resonó con su alma aventurera. Desde niña había sido una ávida lectora de novelas de misterio y aventuras, y la perspectiva de descubrir algo más sobre la vida de su tía abuela le resultaba intrigante.Llegaron finalmente a la casa, una construcción de dos pisos con paredes blancas y tejado de tejas rojas. Estaba rodeada de un jardín que, aunque descuidado, aún mostraba signos de una antigua belleza. Una gran higuera dominaba el patio, sus ramas extendiéndose como brazos protectores.—Aquí está, señorita Clara. Si necesita algo, no dude en llamarme. Vivo justo en la calle de abajo —dijo Don Ramiro, señalando una pequeña casa cercana.—Muchas gracias, Don Ramiro. Se lo agradezco mucho —respondió Clara, observando la casa con una mezcla de emoción y nerviosismo.Don Ramiro se despidió con una inclinación de cabeza y se alejó. Clara se quedó unos momentos más en el umbral, inhalando profundamente el aire salado antes de abrir la pesada puerta de madera. La casa estaba oscura y fresca, con un ligero olor a polvo y madera vieja. Las paredes estaban decoradas con fotografías en blanco y negro, retratos de personas cuyos nombres Clara no conocía pero que intuía eran parte de su familia.Decidió explorar un poco antes de comenzar a desempacar. Subió las escaleras de madera que crujían bajo sus pies, y llegó a una habitación con una gran ventana que daba al mar. Era evidente que esa había sido la habitación de su tía abuela Teresa. Había un escritorio antiguo junto a la ventana, y sobre él, una caja de madera tallada con delicadeza.Clara se acercó, curiosa, y abrió la caja. Dentro encontró una colección de cartas y diarios, todos escritos con una caligrafía elegante y antigua. La emoción la invadió mientras hojeaba los documentos, encontrando fragmentos de una vida que le era completamente desconocida. Había cartas de amor, diarios llenos de relatos sobre la vida en el pueblo y, lo más intrigante, menciones frecuentes a un hombre llamado Alejandro.Las primeras notas que leyó describían a Alejandro como un hombre de gran encanto y misterio, alguien que había llegado al pueblo muchos años atrás y había dejado una profunda impresión en Teresa. A medida que Clara leía, una sensación de conexión con su tía abuela comenzó a formarse en su interior. Era como si, a través de esas palabras, pudiera conocer y comprender a una mujer a la que apenas había visto en contadas ocasiones durante su niñez.De repente, un ruido en la planta baja la hizo sobresaltarse. Bajó rápidamente las escaleras, su corazón latiendo con fuerza. Al llegar a la sala, vio una figura de pie junto a la puerta. Era una mujer de cabello oscuro, vestida con ropas sencillas pero elegantes.—Hola, siento haberte asustado. Soy Inés, la vecina de enfrente. Vi cuando llegaste y pensé que podrías necesitar algo de ayuda —dijo la mujer con una sonrisa amable.Clara se relajó un poco y le devolvió la sonrisa.—Hola, Inés. Soy Clara. Muchas gracias por venir, realmente aprecio tu amabilidad.Inés le ofreció una bandeja con galletas caseras y un par de tazas de té. Clara la invitó a pasar, y ambas se sentaron en la sala, donde el aroma del té recién hecho llenó el ambiente. Mientras conversaban, Inés le contó más sobre el pueblo y sobre la tía abuela Teresa.—Teresa era una mujer muy querida aquí. Siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás, y su jardín era conocido por ser el más hermoso del pueblo. Pasaba horas cuidándolo —dijo Inés, con una mirada nostálgica.Clara asintió, sintiendo un profundo respeto por la mujer que había sido su tía abuela. Luego, decidió compartir con Inés lo que había encontrado en la habitación de Teresa.—He encontrado una caja con cartas y diarios. Hay muchas menciones a un hombre llamado Alejandro. ¿Sabes algo sobre él? —preguntó Clara, esperando que Inés pudiera arrojar algo de luz sobre el misterio.Inés frunció el ceño, como si estuviera tratando de recordar algo.—Alejandro... sí, recuerdo ese nombre. Era un hombre misterioso que llegó al pueblo hace muchos años. Nadie sabía mucho sobre él, pero había rumores de que estaba involucrado en algo turbio. Desapareció de repente, y desde entonces, su nombre se convirtió en casi una leyenda local —dijo Inés, con una mezcla de curiosidad y precaución en su voz.El interés de Clara creció. Había algo en la historia de Alejandro que la atraía, y estaba decidida a descubrir más. Mientras se despedía de Inés y comenzaba a preparar la casa para pasar la noche, no podía dejar de pensar en las cartas y diarios que la esperaban en el escritorio de la habitación de Teresa.Esa noche, después de desempacar y acomodar sus cosas, Clara se sentó en el escritorio y continuó leyendo los diarios. Cuanto más leía, más se sentía envuelta en la historia de su tía abuela y Alejandro. Había algo trágico y hermoso en su relación, algo que resonaba profundamente con ella.Cerró los ojos por un momento, tratando de imaginar a Teresa y Alejandro juntos, caminando por las mismas calles que ella había recorrido hoy. Había un misterio por resolver, y Clara sentía que estaba destinada a descubrir la verdad.Mientras las olas rompían contra la costa y el viento susurraba a través de las ventanas abiertas, Clara Montoya se embarcó en una aventura que cambiaría su vida para siempre, una aventura que la llevaría a desentrañar los secretos de Puerto Escondido y a descubrir su propio destino en el proceso.
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Comments
Mirta Vega
interesante el primer capítulo
2024-10-07
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